jueves, 16 de febrero de 2012

La corrección fraterna; Saber callar, saber hablar; Un secreto para tiempos de crisis


Documentación

Artículos y Estudios

La corrección fraterna

Juan Alonso

La corrección fraterna es una advertencia que el cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad. Es un instrumento de progreso espiritual que contribuye al conocimiento de los defectos personales –con frecuencia inadvertidos por las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio-; y en muchas ocasiones, es también condición previa para enfrentarse a esos defectos con la ayuda de Dios y mejorar, por tanto, en la vida cristiana.

La corrección fraterna posee una profunda entraña evangélica. Jesús exhorta a practicarla en el contexto de un discurso sobre el servicio a los más pequeños y el perdón sin límites: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano”. Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones según nos muestran los evangelios: les amonesta ante el brote de envidia que manifiestan al ver a uno que expulsaba demonios en nombre de Jesús; reprende a Pedro con firmeza porque su modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres; encauza la ambición desordenada de Santiago y Juan, enmendando con cariño su equivocada comprensión sobre el reino que anuncia, al tiempo que reconoce las valientes disposiciones de los hermanos para “beber su cáliz”.



A partir de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, la corrección fraterna ha pasado a ser como una tradición de la familia cristiana vivida desde el inicio de la Iglesia, una obligación de amor y de justicia al mismo tiempo.

 Fuente: collationes.org
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San Josemaría Escrivá
El mensaje
Saber callar, saber hablar
De callar no te arrepentirás nunca: de hablar, muchas veces
Camino, 639

Calla siempre cuando sientas dentro de ti el bullir de la indignación. —Y esto, aunque estés justísimamente airado.
—Porque, a pesar de tu discreción, en esos instantes siempre dices más de lo que quisieras.
Camino, 656

Qué fecundo es el silencio! —Todas las energías que me pierdes, con tus faltas de discreción, son energías que restas a la eficacia de tu trabajo.
—Sé discreto.
Camino, 645

¿Por qué tantos murmuradores?, te preguntas dolorido... —Unos, por error, por fanatismo o por malicia. —Pero, los más, repiten el bulo por inercia, por superficialidad, por ignorancia.
Por eso, vuelvo a insistir: cuando no puedas alabar, y no sea necesario hablar, ¡calla!
Surco, 592

“In silentio et in spe erit fortitudo vestra —en el silencio y en la esperanza residirá vuestra fortaleza..., asegura el Señor a los suyos. Callar y confiar: dos armas fundamentales en el momento de la adversidad, cuando se te nieguen los remedios humanos.
El sufrimiento soportado sin queja —mira a Jesús en su Santa Pasión y Muerte— da también la medida del amor.
Forja, 799

El silencio es como el portero de la vida interior
Camino, 281

"Minutos de silencio". —Dejadlos para los que tienen el corazón seco.
Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos.
Camino, 115.

Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de El. Sus almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y, después de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al Salvador.
Amigos de Dios, 281
No os oculto que, cuando he de corregir o de adoptar una decisión que causará pena, padezco antes, mientras y después: y no soy un sentimental. Me consuela pensar que sólo las bestias no lloran: lloramos los hombres, los hijos de Dios. Entiendo que en determinados momentos también vosotros tendréis que pasarlo mal, si os esforzáis en llevar a cabo fielmente vuestro deber. No me olvidéis que resulta más cómodo —pero es un descamino— evitar a toda costa el sufrimiento, con la excusa de no disgustar al prójimo: frecuentemente, en esa inhibición se esconde una vergonzosa huida del propio dolor, ya que de ordinario no es agradable hacer una advertencia seria.

Hijos míos, acordaos de que el infierno está lleno de bocas cerradas
Amigos de Dios, 161

Me escuchan ahora varios médicos. Perdonad mi atrevimiento si vuelvo a tomar un ejemplo de la medicina; quizá se me escape algún disparate, pero la comparación ascética va. Para curar una herida, primero se limpia bien, también alrededor, desde bastante distancia. De sobra sabe el cirujano que duele; pero, si omite esa operación, más dolerá después. Además, se pone enseguida el desinfectante: escuece —pica, decimos en mi tierra—, mortifica, y no cabe otro remedio que usarlo, para que la llaga no se infecte.

Si para la salud corporal es obvio que se han de adoptar estas medidas, aunque se trate de escoriaciones de poca categoría, en las cosas grandes de la salud del alma —en los puntos neurálgicos de la vida de un hombre—, ¡fijaos si habrá que lavar, si habrá que sajar, si habrá que pulir, si habrá que desinfectar, si habrá que sufrir! La prudencia nos exige intervenir de este modo y no rehuir el deber, porque soslayarlo demostraría una falta de consideración, e incluso un atentado grave contra la justicia y contra la fortaleza.
Amigos de Dios, 161

Si con lealtad, caritativamente, un buen amigo te advierte, a solas, de puntos que afean tu conducta, se alza dentro de ti la convicción de que se equivoca: no te comprende. Con ese falso convencimiento, hijo de tu orgullo, siempre serás incorregible.
—Me das lástima: te falta decisión para buscar la santidad.
Surco, 707

Convéncete: también ahí, hay muchos que pueden entender tu camino; almas que —consciente o inconscientemente— buscan a Cristo y no le encuentran. Pero “¿cómo oirán hablar de El, si nadie les habla?”
Surco, 196

¿Vacilas en lanzarte a hablar de Dios, de vida cristiana, de vocación..., porque no quieres hacer sufrir?... Olvidas que no eres tú quien llama, sino El: «ego scio quos elegerim» —yo sé bien a los que tengo escogidos.
Además, me disgustaría que, detrás de esos falsos respetos, se escondiera la comodidad o la tibieza: ¿a estas alturas prefieres una pobre amistad humana a la amistad de Dios?
Surco, 204

En nombre de ese amor victorioso de Cristo, los cristianos debemos lanzarnos por todos los caminos de la tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con nuestra palabra y con nuestras obras.
Es Cristo que pasa, 168
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San Josemaría Escrivá
El mensaje
Un secreto para tiempos de crisis
Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.
—Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo.
Camino, 301

Hacen falta…
Cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad.
Es Cristo que pasa, 28

Hacedores del bien
¿Qué hacer? Os decía que no he procurado describir crisis sociales o políticas, hundimientos o enfermedades culturales. Con el enfoque de la fe cristiana, me vengo refiriendo al mal en el sentido preciso de la ofensa a Dios. El apostolado cristiano no es un programa político, ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría. Sin duda, de ese apostolado se derivarán beneficios espirituales para todos: más justicia, más comprensión, más respeto del hombre por el hombre.

Hay muchas almas alrededor de nosotros, y no tenemos derecho a ser obstáculo para su bien eterno. Estamos obligados a ser plenamente cristianos, a ser santos, a no defraudar a Dios, ni a todas esas gentes que esperan del cristiano el ejemplo, la doctrina.
Es Cristo que pasa, 124

Gente que vive su fe
Salvarán este mundo nuestro —permitid que lo recuerde—, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios y en el destino eterno del hombre, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta. Porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio.(16)
Discursos sobre la Universidad. El compromiso de la verdad (9.V.74)

No todo está perdido
No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.
Es Cristo que pasa, 132

Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo: para eso, necesita comprender y compartir las ansias de los otros hombres, sus iguales, a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino. A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.
Es Cristo que pasa, 132

El ideal es muy alto... ¿demasiado?
Ser santos es vivir tal y como nuestro Padre del cielo ha dispuesto que vivamos. Me diréis que es difícil. Sí, el ideal es muy alto. Pero a la vez es fácil: está al alcance de la mano. Cuando una persona se pone enferma, ocurre en ocasiones que no se logra encontrar la medicina. En lo sobrenatural, no sucede así. La medicina está siempre cerca: es Cristo Jesús, presente en la Sagrada Eucaristía, que nos da además su gracia en los otros Sacramentos que instituyó.

Repitamos, con la palabra y con las obras: Señor, confío en Ti, me basta tu providencia ordinaria, tu ayuda de cada día. No tenemos por qué pedir a Dios grandes milagros. Hemos de suplicar, en cambio, que aumente nuestra fe, que ilumine nuestra inteligencia, que fortalezca nuestra voluntad. Jesús permanece siempre junto a nosotros, y se comporta siempre como quien es.

Aun en los momentos en los que percibamos más profundamente nuestra limitación, podemos y debemos mirar a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, sabiéndonos partícipes de la vida divina. No existe jamás razón suficiente para volver la cara atrás: el Señor está a nuestro lado. Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores. Así todos esos decaimientos —los tuyos, los míos, los de todos los hombres—, serán también soporte para el reino de Cristo.
Es Cristo que pasa, 160

Decidirse a querer la voluntad de Dios
Hay que decidirse. No es lícito vivir manteniendo encendidas esas dos velas que, según el dicho popular, todo hombre se procura: una a San Miguel y otra al diablo. Hay que apagar la vela del diablo. Hemos de consumir nuestra vida haciendo que arda toda entera al servicio del Señor. Si nuestro afán de santidad es sincero, si tenemos la docilidad de ponernos en las manos de Dios, todo irá bien. Porque El está siempre dispuesto a darnos su gracia, y, especialmente en este tiempo, la gracia para una nueva conversión, para una mejora de nuestra vida de cristianos.
Es Cristo que pasa, 59

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