GÉNESIS 22:1-12 SERMÓN
Génesis 22:1-12 Cuaresma 1 2015
Romanos 8:31-39; Marcos 1:12-15
“Aconteció después de estas cosas,
que Dios probó a Abraham. Le dijo: —Abraham. Este respondió: —Aquí estoy. Y
Dios le dijo: — Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a
tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo
te diré. Abraham se levantó muy de mañana, ensilló su asno, tomó consigo a dos
de sus siervos y a Isaac, su hijo. Después cortó leña para el holocausto, se
levantó y fue al lugar que Dios le había dicho. Al tercer día alzó Abraham sus
ojos y vio de lejos el lugar. Entonces dijo Abraham a sus siervos: —Esperad
aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a
vosotros. Tomó Abraham la leña del holocausto y la puso sobre Isaac, su hijo;
luego tomó en su mano el fuego y el cuchillo y se fueron los dos juntos.
Después dijo Isaac a Abraham, su padre: —Padre mío. Él respondió: —Aquí estoy,
hijo mío. Isaac le dijo: —Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el
cordero para el holocausto? Abraham respondió: —Dios proveerá el cordero para
el holocausto, hijo mío. E iban juntos. Cuando llegaron al lugar que Dios le
había dicho, edificó allí Abraham un altar, compuso la leña, ató a Isaac, su
hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. Extendió luego Abraham su mano y
tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová lo llamó
desde el cielo: —¡Abraham, Abraham! Él respondió: —Aquí estoy. El ángel le
dijo: —No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que
temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo. Entonces
alzó Abraham sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos
en un zarzal; fue Abraham, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar
de su hijo. Y llamó Abraham a aquel lugar «Jehová proveerá». Por tanto se dice
hoy: «En el monte de Jehová será provisto».” (Génesis 22:1– 14)
“Dios probó a Abraham”. Así en el
primer versículo se nos informa como lectores y personas que escuchamos lo que
está sucediendo, y el término tal vez implique que Abraham va a aprobar la
prueba. Pero no debemos dejar que esa información esconda o disminuya en
nuestra mente lo horrible de lo que ha de haber pasado por el alma y el corazón
de Abraham en el transcurso de esta prueba. La decisión que confrontó a Abraham
tal vez fue la más difícil que un ser humano jamás ha tenido que enfrentar en
esta tierra. Tal vez Job tenía una prueba igualmente difícil, pero era bastante
diferente de lo que confrontó a Abraham. No tiene igual el sacrificio que Dios
pidió que Abraham hiciera entre todo lo que Dios ha pedido a algún ser humano.
Sin embargo, Dios mismo hizo un sacrificio tan grande, de hecho más grande, de
lo que ofreció Abraham. Al considerar este texto, veremos lo que sucede en el
monte Moria, pero miraremos adelante casi dos milenios también, a lo que Dios
mismo hizo en el monte Calvario. Veremos que hay puntos tanto de similitud y de
diferencia entre los dos sacrificios, y que lo que Abraham hizo aquí tal vez
nos ayude a entender aun más lo que sucedió en el Calvario y que recordamos de
nuevo en esta Cuaresma.
Comienza la prueba: “Le dijo:
—Abraham. Este respondió: —Aquí estoy. Y Dios le dijo: —Toma ahora a tu hijo,
tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en
holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Abraham recibe el mandato
de sacrificar a Isaac. Las ligaduras de emoción que unían a Abraham e Isaac se
hacen evidente en cómo se amontonan los términos. Toma tu hijo. ¿Qué es más
importante en esta tierra para un padre que su hijo? “Tu único”. Abraham había
tenido otro hijo por la esclava Hagar, Ismael, pero había tenido que expulsarlo
de la casa junto con su madre. También lo había querido. Pero ahora Isaac era
el único que le quedaba. “Isaac”. Aquí vemos por qué esta prueba es tan
difícil. Este es el hijo esperado por años, el hijo de su vejez, el hijo
milagro, cuyo anuncio le dio una gran risa de gozo. Además, “En Isaac te será
llamada descendencia”. Quiere decir que todas las promesas que Dios había hecho
a Abraham, la promesa de una gran nación, la promesa de que en él todas las
familias de la tierra serían benditas, dependían de Isaac, de este hijo de la
promesa. Esencialmente, la promesa de su propia salvación y la del mundo está
en Isaac, su hijo. Y ahora Dios le manda sacrificarlo en holocausto, quitarle
la vida. “A quien amas”. ¡Cómo el corazón de Abraham ha de haberse roto al
escuchar esas palabras, que realmente reflejan la estrecha relación que Abraham
tenía que su querido hijo único!
¡Qué inhumano parece Dios aquí en lo
que exige a Abraham! Parece contradecir todo lo que Dios ha dicho y hecho en el
pasado con Abraham. Nadie podría sorprenderse de que Abraham concluyera que no
puede ser Dios que le está hablando, sino debe ser el diablo. ¡Es inhumano
exigir algo tan terrible de un padre amoroso! Sin embargo, es lo que el Padre
celestial amoroso hizo con su propio Hijo. Tomó a su propio Hijo unigénito,
aquel de quien declaró: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, y
lo sacrificó en la cruz del Calvario. Tomó lo más precioso que tenía, su Hijo
que compartía su misma esencia, y lo abandonó en la cruz y lo miró morir. Todo
sucedió, como Pedro dijo en el día de Pentecostés, porque fue “entregado por el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios”. Lo que Dios exigió aquí
de Abraham, él realmente lo hizo con su propio Hijo, Jesús.
No escuchamos de resistencia de parte
de Abraham. Moisés sencillamente escribe que “Abraham se levantó muy de mañana,
ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus siervos y a Isaac, su hijo. Después
cortó leña para el holocausto, se levantó y fue al lugar que Dios le había
dicho”. El viaje duró tres días, tres días en que Abraham podía pensar en lo
que había escuchado y lo que le esperaba al final del camino. Pero otra vez, no
escuchamos nada que indique resistencia. “Al tercer día alzó Abraham sus ojos y
vio de lejos el lugar. Entonces dijo Abraham a sus siervos: —Esperad aquí con
el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a
vosotros”. Muchos han notado el plural, “y volveremos a vosotros”. Algunos
piensan que debe haber pensado que Dios cambiaría de mente de alguna forma.
Otros que es una mentira para evitar la suspicacia de los siervos. Pero
probablemente es mejor ver en esto un indicio de la fe que celebra el autor de
Hebreos capítulo 11. Dice: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a
Isaac: el que había recibido las promesas, ofrecía su unigénito, habiéndosele
dicho: «En Isaac te será llamada descendencia», porque pensaba que Dios es
poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado,
también lo volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19). Como sabía que Dios es fiel,
confiaba que cumpliría de alguna forma su promesa, aunque el mandato de matar a
su hijo parecía contradecir abiertamente esa promesa. Pero notemos, habla de la
función tanto del padre como del hijo como una adoración, un entregarse a Dios
y su voluntad con confianza.
Luego Abraham y su hijo siguen solos
su camino. De aquí en adelante todo involucra sólo padre, hijo y Dios. Así fue
a su suplicio Jesús también, después de que todos sus discípulos huyeron y lo
abandonaron. A fin de cuentas, era sólo Cristo y su Dios en la gran transacción
de ese juicio.
“Tomó Abraham la leña del holocausto
y la puso sobre Isaac, su hijo; luego tomó en su mano el fuego y el cuchillo y
se fueron los dos juntos. Después dijo Isaac a Abraham, su padre: —Padre mío.
Él respondió: —Aquí estoy, hijo mío. Isaac le dijo: —Tenemos el fuego y la
leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? Abraham respondió: —Dios
proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.” Se han caminado en el
silencio. Debe haber sido evidente al hijo que algo pesaba mucho en el corazón
de su padre, y él mismo sentía una inquietud. Le parece que falta algo. “¿Dónde
está el cordero para el holocausto?” Ha de haberse parecido una cuchillada en
su propio corazón la pregunta que Isaac hizo a su padre. ¿Cómo podía decir a
Isaac que Dios había designado el cordero, que era su hijo, el único, a quien
amaba, el que le hizo esta pregunta llena de patetismo? Y con eso llegamos a lo
que es la idea central del texto. “Dios proveerá el cordero para el
holocausto”. Así es que siguen el viaje juntos en silencio.
En su corazón Abraham ya había
despedido a su hijo. Cuando llega al lugar, Abraham edifica el altar. Luego ata
a Isaac. Y es aquí que vemos que Isaac comparte la fe de Abraham y su sumisión
absoluta a la voluntad de Dios. Seguramente, de haber estado opuesto, podría
haber escapado de su anciano padre. Debe haber sido un adolescente fuerte para
este tiempo. Tal vez si fuera sólo asunto de sorprenderlo con una cuchillada el
padre lo podría haber matado contra su voluntad, pero al atarlo, sin que luche
en contra Isaac, vemos que también la víctima va voluntariamente a su muerte.
Es la víctima pura que se necesita
para el sacrificio. Y allí también vemos algo similar en el Calvario. Cuando
Pedro está dispuesto a pelear por su maestro, Jesús le hace poner su espada en
la vaina, y le recuerda que si él pidiera, vendrían 12 legiones de ángeles para
pelear por él. Pero va voluntariamente a su sacrificio. Así que, aunque tiene
el poder sólo en su palabra para hacer que los soldados todos caigan para
atrás, voluntariamente se somete y los acompaña. Recuerda a Pilato que si el Padre
celestial no lo hubiera permitido, no tendría ninguna autoridad sobre él, pero
se somete a la sentencia de muerte que éste pronuncia sobre él.
“Extendió luego Abraham su mano y
tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Entonces el ángel de Jehová lo llamó
desde el cielo: — ¡Abraham, Abraham! Él respondió: —Aquí estoy. El ángel le
dijo: — No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que
temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo. Entonces
alzó Abraham sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos
en un zarzal; fue Abraham, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar
de su hijo”. Hemos visto un paralelo entre el padre Abraham que sacrifica a su
hijo y Dios Padre que sacrifica a su Hijo unigénito. Hemos visto paralelos
entre Isaac como la víctima voluntaria y Cristo como la víctima sacrificada.
Pero cuando llegamos a la sustitución en el clímax del sacrificio, vemos algo
radicalmente diferente. En el caso de Abraham e Isaac, Dios detiene el
sacrificio. Abraham ha aprobado la prueba. Ha demostrado que Dios mismo y su
voluntad ocupa el lugar número uno en su corazón. Allí Dios mismo, el Ángel de
Jehová que es el Cristo preencarnado, detiene el sacrificio y provee un animal
para sustituir a Isaac en el sacrificio.
¿Pero en el Calvario quiénes deberían
estar en esa cruz? ¿Quiénes se habían incurrido en la pena de muerte? ¿Quiénes
deben haber sufrido hasta las mismas penas del infierno? Como dice nuestro
himno: “¿Cuál es la causa de tus aflicciones? Yo soy quien cometió las
transgresiones. Mía es la deuda que con crueles llagas Tú, Cristo, pagas.” (CC
64:3). “Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de
muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a
los que lo esperan.” (Hebreos 9:28). “Asimismo, Cristo padeció una sola vez por
los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la
verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu;” (1 Pedro 3:18). Si fue
maravillosa la sustitución del carnero por Isaac en la montaña en Moria,
¡cuánto más maravillosa la sustitución del Cordero de Dios, Cristo, el Hijo
amado del Padre, por nosotros en la cruz del Calvario. Esa muerte en
sustitución ganó para nosotros el perdón de pecados, la victoria sobre Satanás,
y la vida eterna. Entremos así en esta Cuaresma llenos de gratitud, y
determinados a meditar más profundamente en y entender siempre mejor la
grandeza del amor de Dios revelada en la pasión y muerte de Jesús por nosotros.
Amén.