La justificación por la
fe produce la santificación
Adolph Harstad
Sínodo Evangélico
Luterano
Introducción
El número de conferencias asignadas
para esta convención de la CELC es siete, el “número sagrado.” Siete, comenzado
con la semana de la creación en el primer capítulo de la Biblia, se asocia con
la obra santa y misericordiosa de Dios. Ambos la justificación y la
santificación seguramente son esto. Seis de las siete tratan de la obra de Dios
de la justificación, su acto de declarar inocentes y santos a los pecadores
porque Jesús, que fue sin pecado, es el que sirvió como su sustituto y pagó él
mismo la pena por todos sus pecados como el Cordero Santo. Una de las siete
trata ahora de la santificación, también una obra misericordiosa de nuestro
Dios santo, en la cual produce la renovación y la vida santa en los que conocen
su justificación.
El autor de ambos la justificación y
la santificación es el mismo Dios santo y misericordioso, como lo están
demostrando las siete conferencias. Pero al seguir esta presentación, se nos
recordará varias de las distinciones entre estas dos doctrinas cuyo santo autor
es el mismo. Un vistazo a los títulos de las seis conferencias sobre la
justificación también sugiere algunas de esas diferencias. Especialmente los
títulos de los números 2, 3, 7. No podemos sustituir la palabra santificación
por justificación en estos tres títulos y reclamar el nombre de “Conferencia
Evangélica Luterana Confesional.”
La palabras “santificar” y
“santificación”
Según la Concordancia Analítica de Young, el
sustantivo inglés sanctification (santificación) y el verbo sanctify
(santificar), aparecen unas 135 veces en el Antiguo y el Nuevo Testamentos de
la versión del Rey Jaime. El verbo hebreo del Antiguo Testamento detrás de la
traducción santificar es kadash, cuya raíz tiene que ver con “apartar.” El
verbo griego del Nuevo Testamento detrás del verbo inglés por santificar es
hagiazo, “hacer santo”; Los sustantivos griegos con la misma raíz son
hagiasmos, que significa “santidad, consagración, santificación,” y hagiosune,
“santidad”.
La definición de la
“santificación”
Conforme a su uso en la Escritura empleamos el
término “santificación” en dos sentidos, uno más amplio y otro más estricto.
En el sentido más amplio la
“santificación” se refiere a toda la obra misericordiosa que Dios el Espíritu
Santo hace mediante su palabra, desde llevar a los pecadores a la fe y
procediendo hasta guardar a los creyentes en esa fe hasta que alcancen la vida
eterna en el cielo. En este sentido amplio la santificación incluye la obra de
Dios de “la justificación por la fe.” Los que han presentado las otras seis
conferencias así estaban escribiendo también sobre una parte de la
santificación. Se ve este uso amplio del término en 2 Tesalonicenses 2:13: “de
que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la
santificación del Espíritu y fe en la verdad.” (Véanse también Hech. 26:18;
Efe. 5:26; 1 Ped. 1:2) Lutero a veces utiliza el término santificación en este
sentido amplio en sus catecismos, y también nosotros lo hacemos al describir la
obra amplia del Espíritu Santo en el Tercer Artículo del Credo como la
santificación.
En el sentido más estricto la santificación se
refiere a la obra del Espíritu Santo que sigue a la justificación por la fe y
consiste en renovar al creyente y producir en él obras de renovación. Algunos
términos que significan lo mismo que la santificación en este sentido estricto
son los siguientes: renovación, transformación, restauración, la vida nueva,
vida piadosa, vida santa y crecimiento espiritual. Algunos sinónimos por los
actos de esta nueva vida que también son una parte de la santificación en el
sentido estricto son éstos: frutos de la fe, frutos del Espíritu, buenas obras,
actos de piedad. El sentido más estricto del término se ve en la Escritura en 1
Tesalonicenses 4:3: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os
apartéis de inmoralidad sexual...” El griego en ese versículo que la NIV
traduce con “ser santificado” es el sustantivo hagiasmos, literalmente
“santificación.” Para otros versículos que se refieren a la santificación en el
sentido estricto, vea, por ejemplo, Romanos 6:19,22; 2 Cor. 7:1; 1 Tes. 4:7).
De lo que se ha presentado arriba es evidente
que hablando propiamente dividimos inclusive el sentido estricto de la
santificación en dos aspectos: 1.) la renovación interna del Espíritu Santo en
el Cristiano, y 2.) la expresión de esa renovación interna en la nueva vida de
buenas obras del cristiano. Obviamente hay una relación “causa y efecto”, o
“antecedente y consecuencia” entre los dos aspectos. El aspecto #1 es la nueva
naturaleza espiritual formada por el Espíritu cuando crea la fe que apropia a
la persona la justificación; y el aspecto #2 involucra las buenas obras que son
el resultado y la evidencia de la santidad que el Espíritu creó. Esta
distinción dentro del sentido estricto de la santificación se puede ver en
Gálatas 5:25: “Ahora que vivimos en el Espíritu, andemos en el Espíritu.”
Ya que dos personas pueden hacer la misma obra
u obras similares (por ejemplo, los sacrificios de Caín y Abel), pero con una
es una obra de santificación delante de Dios y para el otro no la es, debemos
saber lo que la Escritura quiere decir con buenas obras o actos de
santificación. Dios el Espíritu Santo, la fe en Cristo, Cristo adentro, el amor
y la palabra como guía son los elementos que forman la definición. Los pasajes
bíblicos que siguen hablan de estos elementos y revelan el significado de las
obras de santificación. “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús
para hacer las buenas obras.” (Efe. 2:10)
“Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, para
cumplir su buena voluntad.” (Fil. 2:13) “Sin fe es imposible agradar a Dios.”
(Heb. 11:6) “Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino
que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el
Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gál 2:20) “Pues en
Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada, sino la fe que
actúa por medio del amor.” (Gál 5:6) “El amor de Cristo nos impulsa.” (2 Cor.
5:14) “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra.” (Sal.
119:9) Un catecismo así ofrece esta definición sencilla: “Una buena obra es
todo lo que hace el creyente conforme a la palabra de Dios por amor y gratitud por
toda la bondad de Dios.” (Luther’s Catechism. NPH. 1982). Aunque podríamos
agregar los otros elementos incluidos en los versículos que hemos presentado
arriba, esta definición fundamental seguramente será útil.
Es ese sentido estricto de la santificación
que es la materia de esta conferencia. Aun en este sentido la santificación es
un asunto grande. Pero como nos ha dado dirección el título asignado a esta
conferencia, nos limitamos a enfocarnos en la relación entre la justificación
por la fe y la santificación. No nos apartaremos mucho del pensamiento central
de que la justificación por medio de la fe produce la santificación.
El orden de la justificación y la
santificación
Llegamos inmediatamente a la cuestión crítica.
¿Qué es lo que viene primero, la justificación por la fe o la santificación? La
respuesta a esta pregunta fundamental afecta toda la teología. La respuesta que
todos daríamos por naturaleza, aparte de la revelación divina, sería totalmente
equivocada y estaríamos espiritualmente muertos por causa de ella. Es solamente
por la gracia de la revelación del evangelio de Dios que podemos exclamar la
respuesta a nuestra pregunta desde las cumbres de las montañas con toda
confianza, llenos de gozo.
Pablo escribe: “Así que consideramos que el
hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley.” ¿Puede haber duda
allí acerca del orden? La justificación no tiene que esperar las obras del
pecador antes de llegar al escenario. Las palabras del salmista también
demuestran el orden: “Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado.” (Sal.
130:4). Y otra vez: “Por el camino de tus mandamientos correré, cuando
ensanches a mi corazón.” (Sal. 119:32). Nuestro Salvador lo dice tan
claramente: “Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en
él, éste lleva mucho fruto.”
¡La justificación mediante la fe, que no es
otra cosa que ser injertado en Cristo por la fe y así recibir el perdón de los
pecados, viene primero! Dios en su amor inmerecido nos cuenta santos herederos
de salvación sólo por causa de Cristo, y recibimos este estado de gracia
libremente por la fe que Dios mismo nos da. Nuestro estado admirable no depende
de ninguna forma de lo que nosotros hacemos. Todo está basado en lo que él ya
ha hecho. Y esto no puede ser deshecho, así como Cristo no puede ser no
crucificado y no resucitado. Cualquier intento de hablar de la santificación
tiene que comenzar con esta revelación misericordiosa de la Escritura de Dios.
Las primeras cinco conferencias seguramente han establecido de base de la
Escritura esta verdad maravillosa. Lo diremos otra vez. La justificación viene
primero y la santificación viene después como consecuencia.
Todas las religiones naturales de este mundo
tienen el orden completamente equivocado. Con solamente dos posibilidades de lo
que viene primero, podríamos estar pensando que la ley de promedios llevaría a
alguien a llegar a lo correcto, pero nunca sucede. La razón por la cual el hombre
natural consistentemente invierte el orden y piensa que es necesario hacer
alguna buena obra es la “opinión de la ley” (opinio legis) que está tan
profundamente enraizada, o la actitud de la justicia por las obras. Mira todas
las ideas religiosas inventadas por los hombres y verás que “la opinión de la
ley” es un principio indiscutido. Mira a los antiguos desesperados buscando
ganar el favor con sus deidades por sus acciones para que crezcan sus cosechas,
se eviten las plagas o se garantice la vida después de la muerte. Primero
tienen que hacer algo, luego resultará la satisfacción de sus dioses. Mira
a padres sacrificando a sus hijos a
Molec, para que esa acción humana cree un estado propicio entre ellos y un dios.
Analiza los postulados de cualquiera de las religiones y cultos de hoy y allí
está la opinión de la ley. El hombre primero tiene que hacer buenas obras, o
someterse, o sintonizarse con alguna “fuerza”, o levantarse con la meditación,
o agradar a algún intermediario; y entonces de alguna forma se encontrará en
una condición aceptable.
Puede parecer injusto en este contexto
recordar los intentos frenéticos del joven Lutero para hacerse justo ante
Dios. Pero el principio bajo el cual el
monje desesperado operó fue el mismo que el de toda religión inventada por los
hombres: primero tengo que hacer algo con mis acciones para crear un estado en
que Dios pueda decirme que está en paz conmigo. Primero yo y mis obras, luego
Dios se agradará de mí. La diferencia entre el cristianismo y la teología hecha
por los hombres se explica sencillamente con la cuestión del orden. ¿Qué es lo
que viene primero, la justificación o la santificación? Tristemente, gran parte
de la cristiandad visible queda confundida acerca del orden. La confrontación
entre “la opinión de la ley” y la revelación de la Escritura parece dejar a
muchos tan confundidos e inestables teológicamente como el boxeador que acaba
de recibir un golpe a la cabeza. Y es doblemente trágico el hecho de que gran
parte de la iglesia visible oficialmente rechaza el orden bíblico. Qué las
Sagradas Escrituras, en las manos del pueblo querido de Dios en estas iglesias,
les ayude a ver el orden aunque sus líderes estén confundidos o les lleven al
error.
Aun luteranos confesionales que conocen bien
la doctrina de la justificación pueden tropezar a veces y al menos en
expresiones desafortunadas poner una vida de buenas obras antes de la
justificación. Aunque nuestro nuevo yo conoce y se deleita en el orden
correcto, nuestro antiguo yo, con sus opiniones naturales antiguas a veces
habla y hace burbujas en las aguas en
las que diariamente se está ahogando. Los padres cristianos al
disciplinar a sus hijos cristianos pueden tropezar y exclamar en su frustración
algo como: ¿Cómo puede Dios agradarse de ti, así como te comportas?
Si nosotros los predicadores escucháramos
grabaciones de todos los sermones que hemos declamado, cuántas afirmaciones
desafortunadas y erróneas podríamos encontrar en cuanto al orden de la
justificación y la santificación. Gran parte de La distinción entre la ley y el
evangelio de C. F. W. Walther se centra en ayudar a los predicadores a evitar
las trampas de invertir este orden. La Tesis VII dice: “En tercer lugar, la
Palabra de Dios no se divide correctamente cuando el evangelio es predicado
primero y después la ley; la santificación primero y después la justificación;
la fe primero y después el arrepentimiento; las buenas obras primero y después
la gracia.” En su “Discurso Once” Walther presenta el bosquejo de un sermón
acerca de lo cual dice: “Este bosquejo es sencillamente horrible.” Este
bosquejo que pone el carro antes del caballo es como sigue:
El verdadero
cristianismo.
Consiste
1) en la vida cristiana,
2) en la verdadera fe
3. en un fin
bienaventurado.
Franz Pieper en su Dogmática cristiana dice:
“Y aun los teólogos que teóricamente definen correctamente la relación de la fe
y las obras son tentados a perder de vista esto en la práctica.” (Tomo III, p.
13)
Los dos hombres nombrados fueron profesores
del abuelo y el padre respectivamente de este ensayista. Recibieron buena
enseñanza. Me hubiera gustado que lo que ellos aprendieron de Walther y Pieper
pudiera haberse pasado a mí naturalmente por sus genes y que yo podría pasarlo
también naturalmente a mi prole. Pero a causa del pecado heredado y el opinio
legis, cada generación de luteranos tiene que considerar las claras Escrituras
por sí misma, regocijarse en su herencia de la reforma, mantener vigilia y
enseñar bien a sus hijos. La “opinión de la ley”, la diestra de nuestra vieja
naturaleza, sigue tocando la puerta para atraernos otra vez al orden antiguo
invertido.
¿Qué es el resultado cuando el orden de la
justificación por la fe y la santificación deliberada y consistentemente se
invierten? Sencillamente, ¡la persona no tiene ninguna de las dos cosas!
“Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición.”
(Gál 3:10). Han rechazado su justificación; y no tienen la santificación porque
está presente como producto de la justificación. La vida de la persona sin la
justificación por la fe ante los ojos de Dios sólo puede ser una vida de
pecado, de exhibir externamente una vida decente, o la desesperación. No puede
ser una vida de santificación en ningún sentido bíblico del término. ¿Es
importante tener el orden correcto firmemente en la mente y el corazón? Es
asunto de la vida o la muerte para nosotros y para la gente a quienes servimos.
A causa del amor fiel de Dios para con su iglesia, conocemos el orden correcto
revelado en su palabra. Es nuestra herencia que recibimos a través de la
Reforma. Qué el Espíritu que primero nos ha mostrado nuestra justificación (1
Cor. 2:9-10) y ahora nos está santificando, nos dirija en la práctica de lo que
él ha revelado.
La justificación y la
santificación son unidos inseparablemente en la relación de causa y efecto
Cuando decimos que la justificación por la fe
viene primero y la santificación sigue, estamos hablando en el sentido lógico,
en el sentido de causa y efecto. Pero con referencia al tiempo, suceden
simultáneamente. En ninguna parte hablan las Escrituras de la justificación
como si existiera por algún tiempo sin la santificación. En ninguna parte
hablan las Escrituras de la santificación como existiendo separada de la
justificación. En donde no hay santificación, no hay justificación por la fe.
En donde hay justificación por la fe, también hay santificación. No están
confundidas, pero son inseparablemente unidas. Jesús dijo antes de su muerte y
resurrección: “Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo
en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí, nada podéis hacer.” (Juan
15:5) Nuestras Confesiones por tanto dicen: La fe y las buenas obras
concuerdan y se complementan muy bien,
pero es la fe sola, sin las obras, la que se apropia la bendición, y no
obstante, jamás y en ningún momento está sola.” (FC-SD III, 41, p. 591). Otra
vez nuestras confesiones dicen: “Una vez que el hombre ha sido justificado por
la fe, esta fe verdadera y viva obra por el amor, Gál. 5:6), de modo que así,
la fe justificadora siempre va seguida y acompañada de buenas obras, si en
realidad es una fe verdadera y viva, pues nunca existe tal fe sola, sino en
unión con el amor y la esperanza.” (FC-Ep. III, 11, p. 509). Tan pronto que
existe la fe justificante, existe la santificación. Para expresarlo con
sencillez, la fe inmediatamente produce la santificación.
La fe obrada por el Espíritu y la
santificación
¿Cómo es que la fe, que se apropia la
justificación y nos da nuestro estado santo, también tiene el poder de producir
la santificación? La respuesta fundamental es que la fe es la obra del Espíritu
Santo mediante la Palabra y por tanto es potente, dinámica, vivificante,
productiva. Otras conferencias han citado las Escrituras que revelan que la
fe es un don de Dios, particularmente
del Espíritu ( Mat. 10:16,17; 1 Cor. 12:3: Rom. 5:5) obrado en nosotros por los
medios de gracia (2 Tes. 2:13,14; Rom. 10:17; 2 Tim. 3:15). Y no se va
rápidamente por la puerta de atrás de nuestros corazones tan pronto que obra la
fe. Sigue presente con poder a través de la palabra, fortaleciendo esa fe que
él obra para producir en nosotros el amor, la gratitud y todos los frutos del
Espíritu en el árbol que él ha vivificado. Así confesamos con el himno:
“Oh Santo Espíritu, fuente de gracia, el bien
en mí lo atribuyo a ti.”
Lutero en su “Prefacio a Romanos”
escribe del gran poder de esa fe generada por el Espíritu que produce la
santificación.
“Pero la fe es una obra divina en nosotros que
nos transforma y nos hace nacer de nuevo de Dios, Juan 1:13; mata al viejo Adán
y nos hace un hombre distinto de corazón, de ánimo, de sentido y de todas las
fuerzas; trayendo el Espíritu Santo consigo. La fe es una cosa viva, laboriosa,
activa, poderosa, de manera que es imposible que no produzca el bien sin cesar.
Tampoco pregunta si hay que hacer buenas obras, sino que antes que se pregunte
las hizo, y está siempre en el hacer. Pero quien no hace tales obras es un
incrédulo, anda a tientas. Busca la fe y las buenas obras, y no sabe lo que es
la fe o las buenas obras, y habla y charla mucho sobre ambos.
La fe es una viva e inconmovible
seguridad de la gracia de Dios, tan cierta que un hombre moriría mil veces por ella. Y tal seguridad y
conocimiento de la gracia divina hace al hombre alegre, valiente y contento
frente a Dios y a todas las criaturas, que es lo que realiza el Espíritu Santo
en la fe. Por eso se está dispuesto y contento sin ninguna imposición para
hacer el bien y servir a cualquiera, para sufrir todo por amor y alabanza a
Dios que le ha mostrado tal gracia. Por consiguiente, es imposible separar la
obra de la fe, tan imposible como es separar el arder y el resplandecer del
fuego.”
Puede haber tal cosa como la
“ortodoxia muerta”, es decir, personas que conocen intelectualmente la doctrina
de la justificación por la fe sin creerla. El escritor del himno expresa este
pensamiento.
“Vano es confesar
Las doctrinas de la iglesia
Si no vives conforme a tu credo
Y muestras tu fe con palabra y
obra.
Observa la regla: A otros haz
Como quieras que te hagan.”
Pero no puede haber tal cosa como “fe
muerta que justifique”. Eso es imposible, es una contradicción. “Todo árbol
sano da buenos frutos.” (Mat. 7:17) El
“buen árbol” es una persona que está plantada por la fe en Cristo y su palabra.
“Será como un árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto a su
tiempo y cuya hoja no cae.” (Sal. 1:3)
El principio de sólo por la fe de la Reforma
no disminuye o minimiza la santificación. ¡Todo lo opuesto! La exalta, porque
pone la justificación por la fe, el poder que produce la santificación, en su
lugar correcto conforme a la Biblia. La santificación es algo viva,
floreciente, y da su fruto en dondequiera que se aprecia la justificación por
la fe y se considera la doctrina por la cual la iglesia se queda firme o se
cae.
Mira a Abraham para ver la fe que
justifica produciendo la santificación. En Génesis 15:6 tenemos aquel pasaje
del Antiguo Testamento en el cual vemos la justificación por la fe con tanta
claridad como vemos el sol de mediodía en un día despejado en Puerto Rico.
“El creyó a Jehovah, y le fue contado
por justicia.” Ahora mira lo que produjo esa fe en Abraham en materia de la
santificación. Cuando fue llamado por Dios a abandonar su país y la casa de su
padre para ir a una tierra extraña, sencillamente fue, aunque no sabía a dónde
iba. (Gén 12:1; Heb. 11:8,9) Velo como el pacificador, el hombre de corazón
generoso, cuando había querellas entre sus siervos y los de Lot. (Gén. 13)
Obsérvalo rescatando a Lot y a otros, protegiendo su propiedad. Míralo orando
apasionadamente, rogando ante el Señor por la liberación de los justos en
Sodoma y Gomorra. Velo ofrecer voluntariamente a su propio hijo mediante el
cual vendría la Simiente prometida, si Dios así lo mandaba. Un comentario sobre
Génesis dice respecto a esto: “La fe de Abraham en las promesas de Dios no
estaba solamente sobre su corazón como espuma sobre la cerveza para usar la
comparación gráfica de Lutero. La confianza de Abraham en lo que Dios prometió
le habilitó para responder al llamamiento de Dios” (People’s Bible, Genesis, p.
125)
Piensa también de la fe de Racab, y
lo que produjo en su nueva vida. La ex prostituta, que ahora tenía la fe dada
por el Espíritu, recibió a los espías de Israel, les mostró bondad, les alojó,
les escondió, les aconsejó. Su fe viva y sus actos consecuentes se notan en
Josué 2, Santiago 3:25 y Hebreos 11:31.
El Nuevo Testamento tiene ejemplos abundantes
que podemos citar de la fe que justifica obviamente produciendo la
santificación. (Zaqueo, María ungiendo a Jesús, la mujer por el pozo, los
apóstoles, etc.) La fe que Dios da siempre produce corazones renacidos y frutos
del Espíritu. Y cuando hablamos en el Espíritu de dar toda gloria a Dios, no
tenemos que estar tímidos en decir esto acerca de la gente que está reunida
aquí. Tan pronto como Dios te ha dado la fe en tu Salvador y te ha hecho
heredero del cielo, tu fe que el Espíritu ha producido y el amor y la gratitud
están produciendo la santificación con sus maravillosos frutos del Espíritu. No
es solamente un deseo que todos seamos santificados cuando se nos da el don de
la fe. Es una misericordiosa realidad inmediata que es asegurada por el
Espíritu y revelada en la Escritura. “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”
(2 Cor. 5:17) “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer
las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”
(Efe. 2:10) “Pero el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay
ley, porque los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus
pasiones y deseos.” (Gál. 5:22-24) Estos pasajes no hablan de la santificación
solamente como lo que Dios quiere de nosotros y lo que esperamos que suceda en
nosotros. Hablan de lo que Dios ya está produciendo en nosotros como producto
de la justificación por la fe.
La santificación como un proceso
continuo
La segunda conferencia enfatizó que “la
justificación es completa.” En este punto hay una diferencia evidente entre la
justificación y la santificación. Dios no justifica o perdona a los pecados
litro por litro y barril por barril. Justifica completamente a la vez, como el
juez en la corte declarando sencillamente que el criminal no es culpable.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? El que justifica es Dios.” (Rom. 8:33)
“Bendice, oh alma mía, a Jehovah, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es
quien perdona todas tus iniquidades.” (Sal. 103:3)
La santificación, sin embargo, involucra el
crecimiento, es una actividad continua, es un proceso del Espíritu que continúa
en nosotros, es un asunto de “más y más”, como revelan las siguientes
Escrituras. “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús
que conforme aprendisteis de nosotros acerca de cómo os conviene andar y
agradar a Dios, tal como estáis andando, así sigáis progresando cada vez más.”
(1 Tes. 4:1) “Sino que, siguiendo la verdad con amor, crezcamos en todo hacia
aquel que es la cabeza: Cristo. De parte de él todo el cuerpo, bien concertado
y entrelazado por la cohesión que aportan todas las coyunturas, recibe su
crecimiento de acuerdo con la actividad proporcionada a cada uno de los
miembros, para ir edificándose en amor.” (Efe. 4:15-16) “No mintáis los unos a
los otros; porque os habéis despojado del viejo hombre con sus prácticas, y os
habéis vestido del nuevo, el cual se renueva para un pleno conocimiento,
conforme a la imagen de aquel que lo creó.” (Col. 3:9-10) La imagen de Dios que
se perdió por el pecado no es restaurada instantáneamente. Pero el proceso está
en acción.
Mencionamos dos creyentes del Antiguo
Testamento arriba y sus actos de santificación. Aunque fueron completamente
justificados por la fe, aunque andaban en la santificación como resultado de la
fe, también pecaron. Moisés y el autor de Josué nos cuentan sus pecados sin
cuestionar su justificación. Abraham miente dos veces acerca de Sara diciendo
que era su hermana y recibe reprensión aun de incrédulos. Racab, en medio de
sus obras de fe, también miente. Su santificación está lejos de ser completa.
La Biblia también revela los pecados de otros héroes de la fe, tales como Sara,
Jacob, Moisés, Josué, Elías, María, Pedro y los otros discípulos. Juan, un
creyente justificado que escribe a otros cristianos justificados por esto dice:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad
no está en nosotros.” (1 Juan 1:8) Las Escrituras obviamente no hablan de una
perfección en la santificación como algo realizada o posible en esta vida.
Nuestras confesiones enseñan: “Puesto que en
esta vida recibimos solamente las primicias del Espíritu y el nuevo nacimiento
no es completo, sino que sólo ha empezado en nosotros, el combate y la lucha
entre la carne y el espíritu permanece aún en los que han sido elegidos y verdaderamente
regenerados; pues se percibe una gran diferencia entre los cristianos, no sólo
porque uno es débil y el otro fuerte en el espíritu, sino también porque cada
cristiano se siente gozoso en el espíritu en ciertos momentos y temeroso y
alarmado en otros; en ciertos momentos siente un amor ardiente hacia Dios, al
igual que una fe fuerte y una esperanza firme, y en otros momentos se siente
frío y débil.” (FC-SD. II. 68, p. 576) Los luteranos confesamos en el Catecismo
Menor que “diariamente pecamos mucho.” Otra vez dice Lutero:
“Una voluntad entregada totalmente a
Dios (tota voluntas) no existe en esta vida. Es por esto que constantemente
estamos pecando cuando hacemos el bien, aunque menos en una ocasión y más en
otra. Depende de la medida de la impetuosidad de la carne con sus deseos
impuros... Por tanto el hombre justo es como una herramienta oxidada que Dios
se ha empeñado en afilar; corta mal mientras está oxidada y hasta que esté
perfectamente afilada.” (Citado en Ewald Plass, What Luther Says, v. 1, p.
236-237)
“Esta vida no es la justicia, sino crecimiento
en la justicia; no salud, sino curación; no el ser, sino el llegar a ser; no el
descanso, sino el ejercicio. Todavía no somos lo que seremos, pero estamos
creciendo hacia ello; el proceso no ha terminado, sino sigue; esto no es el fin
sino el camino; todo todavía no brilla con gloria, pero todo se está
purificando.” (Edición de Holman, Vol. III, p. 31)
Las Escrituras no contestan
explícitamente la pregunta de por qué Dios no santifica instantáneamente y perfectamente
a los creyentes al mismo tiempo que los declara completamente santos. Pero la
pregunta seguramente se contesta en términos de atraernos a Cristo, a nuestra
justificación por la fe, para que no nos miremos a nosotros con orgullo; y
también se contesta en términos de hacernos anhelar el cielo en donde la lucha
con nuestra vieja naturaleza se habrá terminado y nuestra santificación será
completa. La conclusión confiada de Pablo, después de relatar la guerra que
sigue entre su yo nuevo y el yo viejo, y después de gritar: “¿quién me librará
de este cuerpo de muerte?”, nos conduce a esa respuesta. Clama: “Pero gracias a
Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Cor.
15:57) Lutero dice:
“Es cierto, el Espíritu Santo a veces
permite que los cristianos yerran y tropiecen y permite que haya pecado en
ellos. Y lo hace con el mismo propósito de guardarnos de tomar placer en
nosotros mismos, como si fuéramos santos por nuestra propia cuenta. Más bien
debemos aprender lo que somos y de quién tenemos nuestra santidad; de otro modo
nos haríamos arrogantes y presuntuosos. (Citado en Ewald Plass, What Luther
Says, Vol. 1, p. 237)
¿Cuáles propósitos sirve la enseñanza
de que nuestra santificación es un proceso continuo no terminado en este lado
del cielo?
· Impide la arrogancia y el orgullo en
nosotros mismos, preservando en nosotros la humildad cristiana, como nos
recuerdan las palabras de Lutero arriba.
· Nos consuela preservándonos de la
desesperación. Algunos de los argumentos más fuertes del diablo comienzan con
las palabras: “Y tú te llamas cristiano ¡¿e hiciste eso?! Nos llamamos
cristianos no por virtud de una santificación completada, sino por virtud de
nuestra justificación. Aun nuestros actos espirituales de la santificación
están manchados y no son la base de nuestra justificación. Estoy contento de
que no tengo que probar al diablo que pertenezco a Cristo de base de mi vida.
Estoy contento de que soy un cristiano luterano que puedo junto con ustedes
hacer esta afirmación.
“Creemos, enseñamos y confesamos
además, que si bien los que profesan la
fe genuina y han sido en verdad regenerados, se ven afectados aún por muchas
debilidades y defectos, hasta el momento mismo de su muerte, sin embargo, no
por ello deben dudar de la justicia que se les ha imputado mediante la fe, ni
de la salvación de sus almas, sino que deben estar en la completa seguridad de
que por causa de Cristo tienen un Dios misericordioso, pues así lo afirman la
promesa y la palabra del santo evangelio.” (FC-Ep, III, 9, p. 509).
He servido en tres de los cuerpos
eclesiásticos representados aquí. No me ha hecho perfectamente santificado ser
miembro en ninguno de estos tres cuerpos de la CELC. (Casi puedo oír un coro de
varias naciones, tribus y lenguas diciendo: “¡Al menos tiene la razón en eso!”)
Tampoco son los otros miembros de esos cuerpos perfectos. En cualquier país y
cultura en que estamos haciendo la obra evangélica de Dios, su pueblo en su
debilidad se tropiezan, se caen, y vuelven a los viejos pecados. Nosotros
mismos también somos esa clase de gente. Pero todavía somos suyos por la
gracia. Y para su servicio sigue afilándonos a nosotros, sus herramientas
enmohecidas, con su palabra y sacramentos, más bien que descartarnos como
inútiles.
· Nos ayuda a evitar un espíritu de
juicio en cuanto a otros. La debilidad de otros no los identifica como
incrédulos fuera del reino de Dios, más que nuestro pecado lo hace. Un estudio
reciente de estudiantes de los años 6 a 12 en las escuelas luteranas en los
Estados Unidos indicó que esos estudiantes “no participan tanto en tomar y
manejar, tomar en exceso, y relaciones sexuales, por ejemplo, que los de la
misma edad en las escuelas públicas.” (Metro Lutheran) Mientras nos regocijamos
en tales estadísticas, también sabemos que las escuelas luteranas, las iglesias
luteranas, y los hogares luteranos no están exonerados de los pecados de la
carne. Pecados, de hecho pecados chocantes de debilidad de los cristianos,
seguirán saliendo a la luz. Durante los días de escribir esta conferencia
varios ejemplos desalentadores de debilidad en la santificación en el caso de
otros luteranos confesionales llegaron a revelarse. Sin embargo, nuestra
actitud hacia los demás cristianos que han pecado y se han arrepentido podrá
ser la de Juan: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si
alguno peca, abogado tenemos delante del Padre, a Jesucristo el justo. El es la
expiación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también
por los de todo el mundo.” (1 Juan 2:1-2)
· Nos exhorta al progreso continuo en
nuestro camino de santificación. Estamos en una carrera que dura toda la vida.
No debemos pararnos, hay que progresar. Despreciando la voluntad de Dios para
nuestras vidas y rechazar su poder para santificar tiene consecuencias
desastrosas. (Heb. 10:26-27; 1 Tim. 1:18-20: 1 Cor. 6:9ss). El pecado
voluntario puede estrangular nuestra fe y hacernos caer de la carrera. Pero en
sus medios de gracia Dios nos adiestra para la carrera y nos da poder para
progresar, así como hizo con los que han corrido antes de nosotros. “Por tanto,
nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos,
despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y
corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos
en Jesús, el autor y consumador de la fe...” (Heb. 12:1-2)
· También continuamente dirige nuestra
atención a nuestra justificación por la fe para seguridad y motivación.
Solamente allí tenemos la garantía del perdón y de nuestro estado en que
estamos ante Dios por su gracia. Sólo allí estamos renovados y motivados para
progresar en la vida santa. Las Escrituras lo dicen frecuentemente y con
claridad. Lo que Dios ha hecho por nosotros inspira y produce la santificación.
La tesis que es el título de esta conferencia encuentra su apoyo en los
siguientes pasajes y muchos más. Algunos de ellos sencillamente afirman el
hecho de que la justificación por la fe produce la santificación; otros
exhortan a la santificación de base de la justificación, porque solamente ella,
mediante el Espíritu, tiene tal poder.
Oh Jehovah, si tienes presente los
pecados, ¿quién podrá, oh Señor, mantenerse en pie? Pero en ti hay perdón, para
que seas reverenciado. (Sal. 130:3-4)
Y él murió por todos para que los que
viven ya no vivan más para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
(2 Cor. 5:15)
Así que, hermanos, os ruego por las
misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a
este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro
entendimiento... (Rom. 12:1-2)
Porque el amor de Cristo nos impulsa,
considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron. Y
él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí, sino para
aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Cor. 5:14-15)
Por tanto, sed imitadores de Dios como hijos
amados, y andad en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo
por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios. (Efe. 5:1-2)
Porque la gracia salvadora de Dios se
ha manifestado a todos los hombres, enseñándonos a vivir de manera prudente,
justa y piadosa en la edad presente, renunciando a la impiedad y a las pasiones
mundanas. (Tit. 2:11-12)
Amados, ya que Dios nos amó así,
también nosotros debemos amarnos unos a otros. (1 Juan 4:11)
La cooperación en la santificación
En la conversión a la fe que justifica estamos
completamente pasivos. Pero en la santificación verdaderamente cooperamos con
el Espíritu Santo. Esto obviamente es otra de las grandes distinciones entre
las dos doctrinas. ¿Sorprende a los luteranos oír que el hombre coopera con el
Espíritu en la santificación? De ningún modo. Es el lenguaje de la Escritura y
por tanto de nuestras Confesiones. Las Escrituras hablan del hombre convertido
según su nueva naturaleza como de uno que verdaderamente desea lo que Dios
desea. La Fórmula de la Concordia en este asunto cita el Salmo 110:3, Rom.
8:14, y Gál. 5:17 y este pasaje: “Porque según el hombre interior, me deleito
en la ley de Dios.” (Rom. 7:22. La Fórmula luego dice:
Síguese de esto, pues, que tan pronto como el
Espíritu Santo, como se ha dicho, mediante la palabra y los santos sacramentos,
ha empezado en nosotros esta obra de la regeneración y la renovación, nosotros
en efecto podemos y debemos cooperar, aunque todavía en forma débil, mediante
el poder del Espíritu Santo. Pero esta cooperación no se verifica mediante
nuestras virtudes carnales y naturales, sino gracias a las nuevas virtudes y
los nuevos dones que el Espíritu Santo nos ha concedido en la conversión, según
lo afirma San Pablo expresamente al declarar que, como colaboradores que somos
con Dios, no recibimos en vano la gracia divina (2 Cor. 6:1) [véase nota en el
Libro de Concordia acerca de esta cita de 2 Cor. 6:1]. Ahora bien, esto no ha de
entenderse sola y únicamente del modo siguiente: El que ha sido convertido,
hace el bien siempre que Dios lo rija, guíe y conduzca con su Espíritu Santo;
tan pronto empero como Dios aleja de él su mano misericordiosa, no podrá
perseverar ni por un momento más en la obediencia a Dios. En cambio, resulta
inadmisible entenderlo en el sentido de que el convertido coopera con el
Espíritu Santo a la manera como dos caballos tiran juntamente de un carro; pues
quien así lo entiende ignora la verdad divina.” (FC SD II, 65,66, p. 575-576)
Los escritores de himnos expresan el espíritu
de cooperación de nuestra nueva naturaleza:
Con Cristo estar quisiera
Ya libre de mi mal. (CC 279)
Qué mi vida entera esté
Consagrada a ti, Señor. (CC 25)
Esta cooperación en la santificación, por
supuesto, de ningún modo contribuye a la justificación por la fe, que no
depende de otra cosa sino las obras completadas de la gracia de Dios en Cristo.
Dios mismo siempre es el autor de la
cooperación del creyente justificado, de su actitud voluntaria y las obras de
santificación que siguen. “Porque Dios es el que produce en vosotros tanto el
querer como el hacer, para cumplir su buena voluntad.” (Fil. 2:13) (Note la
cita arriba mencionada en la Fórmula de la Concordia acerca de la cooperación
no siendo comparable a dos caballos juntos tirando un carro.)
La santificación y la predicación
de la ley
Mientras el evangelio es el único motivo para
la santificación, la ley también se debe predicar a los cristianos mientras
crecemos en nuestra nueva vida que ha resultado de nuestra justificación por la
fe. Solamente tenemos que ver el patrón repetido en las cartas de Pablo para
ver la demostración de esta verdad. Primero vendrá una sección que dice lo que
Dios por gracia ha logrado para nosotros. Luego siguen las palabras “por lo
tanto,” (la palabra griega oun) como transición. Luego sigue una sección que dirige
la respuesta agradecida del cristiano conforme al “tercer uso de la ley”, la
ley como guía o regla. Pablo con esto expresa lo siguiente. “Esto es lo que ha
hecho tu Dios misericordioso por ti, ahora esto es como Dios mismo quiere que
lo agradezcas y le glorifiques. Aquí están las cosas mismas que él quiere, no
cosas que tú puedas inventar o adivinar como agradables a él. Esta es su
voluntad, su ley, que ahora es tu deleite ya que has sido librado de su
condenación.”
Ejemplos en las cartas de Pablo de motivar
partiendo de la justificación a la palabra o afirmación de transición, a la
santificación dirigida por el tercer uso de la ley, se ven en Romanos 12: “Así
que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto
racional. No os conforméis a este mundo... que nadie tenga más alto concepto de
sí que el que deba tener... compartiendo para las necesidades de los santos;
practicando la hospitalidad...” Otra vez en Efesios 4: “Por eso yo, prisionero
en el Señor, os exhorto a que andéis como es digno del llamamiento con que
fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, con paciencia... El que
robaba no robe más... Ninguna palabra obscena salga de vuestra boca... Sed
bondadosos y misericordiosos los unos con los otros...” Y otra vez en
Colosenses 3: “Siendo, pues, que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba... Dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia,
blasfemia y palabras groseras de vuestra boca... No mintáis... Vestíos de
profunda compasión, de benignidad... La palabra de Cristo habite abundantemente
en vosotros, enseñándoos y amonestándoos los unos a los otros...”
¿Por qué decimos algo que es tan obvio de la Escritura,
es decir que los cristianos necesitan la predicación de la ley según el tercer
uso de la ley, (junto con sus usos primero y segundo como freno y espejo)? Es
porque el “antinomismo” siempre anda rodando. A veces, tal vez, no sea una
forma crasa del antinomismo, sino sencillamente la negligencia de la
predicación necesaria de la ley.
Nuestras confesiones dicen:
“Creemos, enseñamos, y confesamos que la ley
debe ser predicada con diligencia no sólo a los incrédulos e impenitentes, sino
también a los verdaderos creyentes, a los que verdaderamente han sido
convertidos, regenerados y justificados mediante la fe.” (FC-Ep. VI, 3, p. 516)
Si fuéramos cien por ciento el nuevo
hombre, es cierto que no necesitaríamos la ley. Conoceríamos por instinto la
voluntad de Dios y la seguiríamos a la perfección. Pero no somos cien por
ciento nuevos. Se está renovando nuestro nuevo ser.
Lutero escribió palabras poderosas acerca de
la necesidad de predicar la ley a los cristianos en su vida de santificación.
Mis amigos los antinomios predican
muy bien — y no puedo sino creer que lo hacen con gran seriedad — acerca de la misericordia de Dios, el perdón
de los pecados y otras cosas contenidas en el artículo de la redención. Pero
huyen de esta inferencia como del diablo, que tienen que hablar a la gente del
Tercer Artículo, de la santificación, es decir, de la nueva vida en Cristo...
Son excelentes predicadores de la verdad de la Pascua, pero miserables
predicadores de la verdad de Pentecostés. Porque no hay nada en su predicación
acerca de la santificación del Espíritu Santo y acerca de la vinificación para
una nueva vida. Es correcto alabar a Cristo en nuestra predicación; pero Cristo
es el Cristo, y ha adquirido la redención
del pecado y la muerte con este mismo propósito de que el Espíritu Santo cambie
nuestro viejo Adán en uno nuevo, que debemos estar muertos al pecado y vivir
para la justicia, como enseña Pablo en Romanos 6:2ss, y que debemos comenzar
este cambio y crecer en esta nueva vida aquí, y consumarla después. Porque
Cristo ha obtenido para nosotros no solamente gracia (gratium), sino también el
don (donum) del Espíritu Santo, para que obtengamos de él no solamente el
perdón de los pecados sino también el cesar del pecado. Todos, entonces que no
cesan de su pecado y siguen en su antiguo camino malvado, tienen que haber
obtenido otro Cristo de los antinomios. El Cristo genuino no está con ellos,
aunque claman con la voz de todos los ángeles: ¡Cristo! ¡Cristo! Tendrán que ir
al infierno con su nuevo Cristo.” (Lutero en su tratado “Acerca de los
concilios y la iglesia.” Citado en Ley y Evangelio de Walther, p. 122ss)
¡Fuertes palabras, es cierto!
Muestran que en la mente de Lutero la justificación por la fe y la
santificación están bien ligadas. Si nos vamos a llamar “luteranos” y no
“antinomios,”
enseñemos las dos cosas en el balance
de la Escritura, con seriedad, con fuerza, con claridad, continuamente. Walther
sigue comentando sobre las palabras de Lutero.
“Lutero ha dado una descripción extrema de la
predicación antinomia. Ninguno de ustedes fácilmente imitará ese método. Pero
es fácil caer en algo similar....
“Merecen ser recordadas las palabras
de Lutero sobre los predicadores de la Pascua y el Pentecostés. Está bien que
en la Pascua recalques con gran fuerza y expandes sobre la victoria de Cristo
sobre el pecado, la muerte, el diablo y el infierno. Pero también tienen que
ser buenos predicadores de Pentecostés y decir a sus oyentes: ‘Arrepiéntanse,
porque entonces el Espíritu Santo vendrá con su gracia y les consolará,
iluminará y santificará.’ Nunca alcanzaremos perfecta santificación en esta
vida, pero tenemos que hacer un comienzo y progresar en este esfuerzo. Porque
el que no crece mengua, y el que mengua finalmente dejará enteramente de usar
lo que Dios le ha dado. Terminará como una rama muerta en la vid.”
Acerca del tercer uso de la ley,
el escritor del himno nos recuerda:
A los que en Cristo auxilio
encuentran
Y quisieran abundar en obras de
amor
Demuestra cuáles obras su
deleite son
Y hacerse deben, como buenos y
rectos. (Matías Loy, TLH 295)
El valor de las obras de la santificación
Las obras de la santificación no contribuyen
nada a la salvación, la cual es “don de Dios. No es por obras, para que nadie
se gloríe.” (Efe. 2:8-9) Además, ninguna de nuestras obras es completamente
santa, sino son manchadas con el pecado de nuestro viejo ser que está mezclado
con ellas. Entonces, ¿qué es su valor, además de su valor obvio para alguien
que ha recibido ayuda por la bondad cristiana?
1. Las obras de la santificación
tienen valor porque Dios las quiere, ha pagado un gran precio para producirlas
y las acepta por causa de Cristo.
Pablo dice: “Esta es la voluntad de
Dios, vuestra santificación.” (1 Tes. 4:3) El hijo justificado de Dios
seguramente no menospreciará lo que desea su misericordioso Padre.
De hecho, un propósito explícito de
la obra de Jesús, un propósito de la justificación, es la santificación, como
declaran las Escrituras. No somos salvos solamente del pecado, Satanás y el
infierno, sino para la santificación en esta vida y el perfecto servicio para
siempre en el cielo. Zacarías en su canción dice: “Ha levantado para nosotros
un cuerno de salvación en la casa de su siervo David... para concedernos que,
una vez rescatados de las manos de los enemigos, le sirvamos sin temor, en
santidad y en justicia delante de él todos nuestros días.” (Luc. 1:69, 74, 75)
Pablo escribe: “Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más
para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (2 Cor. 5:15) “Porque
somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para hacer las buenas obras que
Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe. 2:10) Pedro
también escribe: “El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero
a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la
justicia.” (1 Ped. 2:24)
Además, “sus buenas obras, aunque todavía son
imperfectas e impuras, son aceptables a Dios por medio de Cristo.” (FC SD, VI,
23, p. 613) Pedro dice que los cristianos ofrecen “sacrificios espirituales,
agradables a Dios por medio de Jesucristo.” (1 Ped. 2:5) De Hebreos 11:4ss es claro que Dios libremente acepta los actos
de los que viven “por fe.” Lo que Dios acepta tiene que tener valor para él.
2.
Jesús dice que nuestras obras de santificación resultan en alabanza y
gloria para Dios. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de modo que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos.” “En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis
mis discípulos.” (Juan 15:8) Todo lo que resulta en la alabanza y gloria de
Dios es de valor inestimable.
3. Son de gran valor para el creyente
porque son una manera de decir gracias a Dios por su don de la justificación
por la fe. La gratitud busca expresarse y encuentra la manera de hacerlo en
actos de amor aceptados por nuestro Salvador, quien nos asegura: “En cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”
(Mat. 25:40)
4. Dios utiliza nuestra vida de
santificación en el evangelismo y la obra misionera para obtener una audiencia
para la doctrina de la justificación por la fe. La vida del cristiano no es un
medio de gracia, pero puede conducir a que una persona oiga el evangelio que sí
lo es. Desde el tiempo de los primeros cristianos hasta el presente, los
creyentes, demostrando amor, gozo, paz, paciencia, bondad y otros frutos del
Espíritu, han motivado esta pregunta de los incrédulos: ¿Qué es la “razón de la
esperanza que hay en vosotros?” En los días de la persecución, cuando se
notaron estos frutos en el rostro de los mártires, la sangre de los cristianos
que se morían llegó a ser semilla. Solamente en el cielo se verá con claridad
el valor de las obras de amor en cuanto al evangelismo y la obra misionera.
Las obras de santificación dan
evidencia externa de la justificación por la fe. Este último punto nos dirige
otra vez al título de esta conferencia: “La justificación por la fe produce la
santificación.” La santificación provee evidencia de la justificación de la
cual fluye. La fe que justifica es invisible, pero lo que produce no lo es.
Cuando Jesús te dice en el último día “en cuanto lo hicisteis a uno de estos
mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis,” (Mat. 25:40), en efecto
estará diciendo que has demostrado la fe justificante que él libremente te dio
y mediante la cual recibiste la vida eterna. Al indicar lo que hiciste, estará
demostrando a ti y a todos los demás la fe mediante la cual fuiste justificado.
El escritor del himno dice en poesía:
Quien con sincero corazón
En Cristo fiel confiare
Y con amor y compasión
Al prójimo ayudare,
Justo ante Dios por fe será;
mas por las obras probará
Que de este Dios es hijo. (CC 457:4)
Por consiguiente, los actos de amor
que reflejan la justificación son algo de gran valor. Señalan aquella gran
“doctrina por la cual la iglesia se queda firme o se cae” que es el tópico de
la conferencia séptima y última de nuestra conferencia.