domingo, 22 de agosto de 2021

EL EFECTO DE LA LEY Y EL EVANGELIO EN LOS REGENERADOS

 




Habiendo considerado la manera en que la ley y el evangelio trabajan juntos en la conversión del pecador a Dios, tomamos otro paso y notamos el efecto diferente de estas dos clases de palabras en los hijos de Dios que han sido convertidos o regenerados.

 

Todo lo que la Escritura dice en general acerca del oficio de la ley, la manera en que la ley señala, reprende, sí, hasta multiplica el pecado; y del evangelio, cómo es poder de Dios para salvación, cómo consuela el corazón herido del pecador, cómo vivifica y renueva el corazón del pecador; todo lo que la Escritura dice del oficio respectivo de la ley y del evangelio queda en vigor también en este punto. La doctrina y la predicación de la ley tanto como del evangelio tiene su significado también para los regenerados mientras vivan sobre esta tierra.

 

Lo que sucedió al principio, en el tiempo de la conversión, se repite diariamente en nuestra vida como cristianos. Toda la vida del cristiano no es otra cosa que arrepentimiento constante, continuo. Y esta contrición y arrepentimiento constante, diario, es de la misma naturaleza como la conversión en el verdadero sentido del término. Esa es la ocupación diaria de los cristianos, confesar sus pecados a Dios en verdadera contrición y en fe aferrarse a Jesucristo, el único Redentor del pecado. Pero para seguir en el uno tanto como en el otro necesita el uso continuo de estas dos palabras diferentes, de la ley y del evangelio.

 

Por medio de la conversión y la regeneración el corazón todavía no ha sido completamente renovado. Los cristianos creyentes todavía tienen pecado. En el nombre de todos los regenerados San Pablo dice: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien" (Romanos 7:18). Mientras un cristiano siga en esta tierra, no puede completa y enteramente deshacerse de su carne, de su naturaleza pecaminosa original. Y la carne de los cristianos no es en ningún grado mejor que la carne de los otros hijos de los hombres. En la misma conexión en la cual San Pablo describe su condición actual, en que piensa de la ley doble, la ley en sus miembros que lucha contra la ley de su mente, resalta la verdad de que la mente carnal es enemistad contra Dios. Este pecado básico, fundamental y principal tiene sus raíces también en los corazones de los creyentes. Y esta carne pecaminosa tiene necesidad de la vara de la ley. "Por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Romanos 3:20). Esta es una verdad que nos es confirmada diariamente. El cristiano que ha aprendido a conocer correctamente a Dios aprende a conocer el sentido espiritual de la ley y el gran abismo entre Dios y todos los caminos impíos y contrarios a Dios que todavía se adhieren a él. Mira siempre más profundamente en el abismo de su corazón natural, enajenado de Dios. Y el cristiano también, haciéndose consciente de su pecado, experimenta y siente el terror de la ley. Un solo pecado, expuesto por la palabra y la ley de Dios, de hecho puede torturar y atormentarnos sin misericordia. "La ley produce ira" (Romanos 4:15). Los hijos de Dios no escapan de esta experiencia tampoco. Frecuentemente todavía temen el terror nocturno y los saetas que vuelan de día (Salmo 91:5).

 

Por supuesto, en todo esto, la fe obrada por el evangelio es y queda la característica fundamental, real, de los cristianos. El pecado, la ley y la ira no lo echan en su anterior condición desesperada como antes de la conversión. Ahora hablamos de las experiencias que tienen los cristianos en sus vidas, así dejando totalmente fuera de consideración la posibilidad de que un cristiano enteramente llegue a perder su fe. ¿A qué se debe que la fe no es enteramente absorbida por estos terrores de la ley? No a esto, que el pecado, expuesto por la ley, y la ira de Dios sobre el pecado fueran menos severos. No, más bien se debe solamente a esto, que el cristiano, conociendo a Cristo, inmediatamente huye del pecado, la ley, la ira, la condenación, a Cristo y busca y encuentra en él protección y gracia. Todo el que cree lleva a Cristo en su corazón, y cuando la maldición y la ira de la ley, una verdadera ira, penetran en su conciencia, recuerda su liberación por medio de Cristo del pecado, la maldición, la ira, y así extingue los dardos del maligno con el escudo de la fe en el mismo momento en que siente dentro de sí el calor. Ya que la fe está presente e inmediatamente reacciona contra los terrores de la ley, este terror al instante se convierte en aquella contrición y pesar verdadero, saludable que agrada a Dios. El cristiano toma el pecado, avivado por la ley, en su mano y en oración lo pone delante de Dios y suspira desde su corazón renovado, sí, en el poder del Espíritu Santo, acerca del mal que todavía se le adhiere, diciendo: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte!" (Romanos 7:24). Sin embargo, en este suspiro se mezcla la oración de acción de gracias por la redención por Cristo Jesús nuestro Señor, diciendo: "Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro." (Romanos 7:25). Pero tal fe, que hace a los cristianos lo que son, constantemente venciendo el pecado, la ley, la ira, viene del evangelio y es nutrido y preservado por el uso constante, continuo del evangelio. El Espíritu Santo nos preserva en la verdadera fe por medio del evangelio. Pero para que no nos hagamos tibios, indiferentes al consuelo del evangelio, el Espíritu Santo a causa de nuestros pecados constantemente tiene que reprender y aterrorizarnos con la ley.

 

Lo que hemos explicado nos ha sido resumido en la Fórmula de la Concordia, Artículo VI, "Las buenas obras" en esta breve oración: "Por lo tanto, cuantas veces tropiecen los creyentes tantas veces son reprobados por el Espíritu Santo por medio de la ley, y por el mismo Espíritu son edificados y consolados otra vez mediante la predicación del evangelio." (FC DS, VI, 14)

 

Nuestra confesión agrega lo siguiente, diciendo "También en el ejercicio de sus buenas obras necesitan los creyentes esta doctrina acerca de la ley; pues sin esa doctrina el hombre puede fácilmente imaginarse que su vida y las obras que hace son puras y perfectas. Pero la ley de Dios prescribe a los creyentes buenas obras de este modo: Le señala e indica a la vez, como un espejo, que en esta vida las obras son imperfectas e impuras en nosotros, de manera que tenemos que declarar con el apóstol San Pablo en 1 Corintios 4:4: Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado." (FC, DS, VI, 21) La ley, por medio de la cual es el conocimiento del pecado, convence a los creyentes no solamente de sus muchos pecados y de la presencia de una naturaleza pecaminosa en ellos, sino también de esto, que aún lo que es bueno, lo que han recibido por la gracia de Dios, su buena conducta, cada una de sus buenas obras, todavía está manchado de la impureza y la inmundicia. Aquí también el evangelio ofrece consuelo a los creyentes. La Fórmula de Concordia continúa: "Pero cómo y por qué las buenas obras de los creyentes, aunque en esta vida son imperfectas e impuras debido al pecado que mora en la carne son, no obstante, aceptables y agradables a Dios, es algo que no lo enseña la ley, la cual requiere una obediencia completamente perfecta y pura si es que ha de agradar a Dios. Pero el evangelio enseña que nuestros sacrificios espirituales son agradables a Dios porque nacen de la fe y se hacen por causa de Cristo (1 Pedro 2:5; Hebreos 11:4; 13:15)." (FC DS, VI, 23).

 

En este pasaje de nuestra confesión ya se mencionan las buenas obras de los creyentes. Aunque todavía se les adhieren muchas faltas y manchas, sin embargo en verdad son buenas obras. El corazón ha sido renovado, y el buen árbol produce buen fruto. La fe de los cristianos necesariamente se hace evidente en las buenas obras. La contrición y el arrepentimiento, que penetran la vida entera de los cristianos, se manifiestan en los frutos justos de arrepentimiento. Su buena conducta también visiblemente distingue a los cristianos de los no cristianos, de los no convertidos Y aquí está el punto principal en controversia, la pregunta: ¿Cuál es la relación de la ley y el evangelio a las buenas obras de los creyentes?

 

En primer lugar, contestamos en las palabras de nuestra confesión, la Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, VI, del tercer uso de la ley: "Pero es menester explicar con toda claridad lo que el evangelio hace, produce y obra para la nueva obediencia de los creyentes, y en qué consiste el oficio de la ley en este asunto, es decir, en lo que respecta a las buenas obras de los creyentes. Pues la ley dice por cierto que Dios desea y ordena que andemos en novedad de vida, pero no concede el poder y la capacidad para empezar a realizar esa nueva vida. En cambio, el Espíritu Santo, que es dado y recibido no por medio de la ley, sino por medio de la predicación del evangelio (Gálatas 3:2,14), renueva el corazón" (FC DS, VI, 10, 11) La ley indica las buenas obras que son agradables a Dios; el evangelio, sin embargo, produce el deseo de obedecer y da fortaleza y habilidad para hacer el bien. Solamente el evangelio, no la ley, reforma al hombre y lo hace piadoso. La ley no ha sido dada para vivificar, renovar y santificar al hombre, sino fue añadida a causa de las transgresiones.

 

Por supuesto, el hombre, inclusive el cristiano, en la medida en que todavía es carne, hasta cierto punto es externamente controlado por las advertencias, las exigencias, las amenazas y las reprensiones de la ley. De esto se nos recuerda la Fórmula de la Concordia en donde leemos: "Puesto que los creyentes, mientras vivan en este mundo no se hagan completamente renovados, sino que el viejo hombre se adhiere a ellos hasta la sepultura, permanecerá para siempre en ellos la lucha entre el Espíritu y la carne. Por lo tanto, se deleitan por cierto en la ley de Dios según el hombre interior, pero la ley en sus miembros lucha contra la ley en su mente; por consiguiente, jamás están sin la ley, sino dentro de ella y viven y andan en la ley del Señor y no obstante nada hacen por compulsión de la ley. En cambio, el viejo Adán, que aún se adhiere a ellos, debe ser instigado no solo con la ley, sino también con castigos; sin embargo, hace todo en contra de su voluntad y bajo coerción, de la misma manera como los impíos son instigados y reprimidos por las amenazas de la ley (1 Corintios 9:27; Romanos 7:18, 19)." "Pues el viejo Adán, como un asno indómito y contumaz es aún parte de ellos y necesita la coerción para que se someta a la obediencia de Cristo, no sólo por medio de la enseñanza, exhortación y amenaza de la ley, sino también con el frecuente uso del garrote del castigo y la miseria hasta que la carne pecaminosa es vencida y el hombre es completamente renovado en la resurrección." (FC, DS, VI, 18, 19, 24).

 

La ley con su coerción, la fuerza, las amenazas, pone en el viejo Adán de los cristianos, tanto como de los impíos, el temor y el horror y el terror de la condenación y así frena los excesos más brutos de la carne, y fuerza y coacciona al hombre a la obediencia. Esto también es un uso de la ley, el cual, por supuesto, no tiene nada que ver con el camino de la salvación, que más bien pertenece al palacio municipal y la esfera civil que en la iglesia. La ley fuerza, coacciona a la obediencia. Pero esta obediencia del viejo Adán, como la de los impíos, es una obediencia no voluntaria y forzada, algo enteramente externa., puro disimulo e hipocresía y no en el menor grado virtuoso o loable ante Dios. El viejo Adán, aunque externamente forzado a obedecer, sin embargo internamente se rebela contra este control, se hace tanto más hostil a Dios por haber dado una ley tan rígida y por arruinar su lascivia y placer. Así también la ley en este respecto cumple su miserable servicio en educir, incrementar e intensificar la oposición a Dios.

 

El cristiano ya nunca hace nada verdaderamente bueno siendo "constreñido por la ley", sino solamente "siendo constreñido por el evangelio". La buena conducta de los cristianos se manifiesta en su negación de la impiedad y las lascivias mundanas. Pero nunca somos llevados a negar las lascivias carnales, el odio, la ira, el celo, la falta de castidad, la avaricia, la codicia, por las exigencias rígidas de la ley, tales como: "no matarás, no cometerás adulterio, no hurtaras." El odio del corazón al pecado de parte del cristiano, su apartarse interno del pecado, es actuado por y producido solamente por el amor de Dios revelado en el evangelio. Le ama a Aquél que lo ha amado primero, y por amor a Dios odia toda clase de impiedad. El que el cristiano se aparte de y evite el pecado, sí, realmente venza el mal, eso se hace solamente en el poder del Espíritu Santo, quien es dado por la predicación del evangelio.

 

Por otro lado, la obediencia de los creyentes se manifiesta en toda clase de virtudes piadosas, en el amor a Dios y al prójimo, la paciencia bajo la cruz, etc. Pero jamás somos capacitados para amar a Dios y a nuestro prójimo con el "no lo harás", de la ley, o sea, llamarás al Señor tu Dios con todo tu corazón," etc, "y a tu prójimo como a ti mismo." El amor no puede ser forzado. El amor del cristiano a Dios desde el corazón, su gozo y placer en Dios y en todas las cosas piadosas, su amor hacia los hermanos por amor a Dios, su soportar toda clase de mal por amor a Dios, su vencer en paciencia, se hacen posibles solamente por el amor a Dios que es revelado en Cristo y proclamado a nosotros en el evangelio. Es Dios el Espíritu Santo quien obra en nosotros tanto el querer y el hacer según su beneplácito, quien despierta las buenas resoluciones en nuestros corazones y nos da el poder y la habilidad de llevar a cabo estas resoluciones. Pero hemos recibido el Espíritu Santo por medio de la predicación del evangelio. Es el evangelio lo que incrementa el don del Espíritu. El nuevo hombre, que pensa, imagina, habla, y hace lo que es bueno, vive enteramente de y en el evangelio por medio del cual ha nacido de nuevo.

 

Pero la ley manifiesta aquellas obras que son agradables a Dios, las cuales hacemos en el poder del Espíritu Santo quien nos ha sido dado mediante el evangelio. Llamamos la ley una regla y modelo para la conducta del cristiano, y el hombre regenerado se deleita en la ley del Señor según el hombre interior, y vive aunque no bajo la ley, sin embargo en la ley. ¿No es, por lo tanto, la ley en este respecto algo que sirve y conduce a lo que es bueno? ¿No se tiene, por tanto, que ampliar la afirmación de que la ley sirve para darnos el conocimiento del pecado y obra la ira, que la ley fue agregada a causa del pecado, que no hay ley para los justos?

 

Nuestra respuesta a esta pregunta otra vez la ligamos con una cita amplia de la Fórmula de Concordia, donde leemos: "Pues unos enseñaban y sostenían que por medio de la ley los regenerados no aprenden la nueva obediencia o en qué obras deben andar, y que la doctrina acerca de las buenas obras no debe ser extraída de la ley, ya que los regenerados han sido hechos libres por el Hijo de Dios, se han vuelto templos del Espíritu Santo y, por consiguiente, hacen voluntariamente lo que Dios les manda mediante el estímulo e impulso del Espíritu Santo, así como el sol, sin necesidad de impulso extraño, completa su curso natural. Otros se oponían a lo antedicho y enseñaban lo siguiente: Aunque es verdad que los verdaderos creyentes reciben el impulso del Espíritu Santo, y así, según el hombre interior, hacen espontáneamente la voluntad de Dios, es empero el Espíritu Santo quien usa la ley escrita para instruirlos; por medio de esta ley los verdaderos creyentes también aprenden a servir a Dios, no según sus propios pensamientos, sino según la ley escrita y la palabra revelada. Éstas son regla y norma infalible para establecer la conducta cristiana de acuerdo con la eterna e inmutable voluntad de Dios.

 

"A fin de explicar y establecer una decisión final respecto a esta controversia, unánimemente creemos, enseñamos y confesamos que si bien es cierto que los que sinceramente creen en Cristo, se han convertido a Dios y han sido justificados, están libres y exentos de la maldición de la ley, sin embargo, deben observar diariamente la ley del Señor, según está escrito: ‘Bienaventurado el varón que tiene su delicia en la ley de Jehová y medita en ella de día y de noche’ (Salmo 1:2; 119:1, 35, 47, 70, 97). Pues la ley es un espejo en el cual se puede ver exactamente la voluntad de Dios y lo que agrada a él; y por lo tanto los creyentes deben ser enseñados en esa ley y estimulados a guardarla con diligencia y perseverancia.

 

"Pues aunque la ley no fue dada para el justo, como declara el apóstol (1 Ti. 1:9), sino para los transgresores, esto empero no se debe interpretar en el sentido de que los justos han de vivir sin la ley. Pues la ley de Dios fue escrita en sus corazones, y también al primer hombre inmediatamente después de su creación le fue dada una ley para que rigiera su conducta. San Pablo quiere decir (Gálatas 3:13-14; Romanos 6:15; 8:1-2) que la ley no puede aplastar con su maldición a los que se han reconciliado con Dios por medio de Cristo; tampoco puede molestar con su coerción a los regenerados, ya que éstos se complacen en la ley de Dios en el hombre interior.

 

"Lo cierto es que si los hijos creyentes y escogidos de Dios fueron completamente renovados en esta vida mediante la morada del Espíritu Santo de modo que en su naturaleza y todas sus facultades fuesen enteramente libres de pecado, no necesitarían ley alguna y por ende nadie que los hostigue a hacer lo bueno, sino que ellos mismos harían, de su propia iniciativa, sin ninguna instrucción, advertencia, incitación u hostigamiento de la ley, lo que es su deber hacer según la voluntad de Dios; así como el sol, la luna y los demás astros corren su curso libremente, sin ninguna advertencia, incitación, hostigamiento, fuerza o compulsión, según el orden divino que Dios ya les ha señalado; aún más., así como los santos ángeles rinden obediencia enteramente voluntaria.

 

"Los creyentes empero no reciben renovación completa o perfecta en esta vida. Pues aunque su pecado queda cubierto mediante la perfecta obediencia de Cristo, de modo que ese pecado no se atribuye a los creyentes para condenación, y también mediante el Espíritu se empieza la mortificación del viejo Adán y la renovación en el Espíritu de su mente, sin embargo, el viejo Adán aún se adhiere a ellos en la naturaleza de éstos y todas sus facultades internas y externas. Sobre esto ha escrito el apóstol (Romanos 7:18-19, 23; Gálatas 5:17): ‘Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien’. Y: ‘No hago el bien que quiero; mas el que no quiero, eso hago’. Y: ‘Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros’. Y en Gálatas 5:17 nos dice: ‘El deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne: y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis’ (Gálatas 5:17).

 

"Por lo tanto, a causa de estos deseos de la carne los hijos creyentes, escogidos y regenerados de Dios necesitan en esta vida no sólo la diaria instrucción, advertencia y amenaza de la ley, sino también los castigos que ella con frecuencia inflige a fin de que el viejo hombre sea arrojado de ellos y de que ellos sigan al Espíritu de Dios, según está escrito en Salmo 119:71: ‘Bueno me es haber sido humillado para que aprenda tus estatutos’. Y I Corintios 9:27: ‘Golpeo mí cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. Y Hebreos 12:8: ‘Si os deja sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois bastardos, y no hijos’. Esto lo ha explicado el Dr. Lutero admirable y detalladamente en su explicación de la epístola para el 12 domingo después de Trinidad." (FC, DS, VI, 2-9).

 

El significado de este enseñar, advertir, amenazar, hostigar, de la cual se hace mención otra vez también en esta exposición, o sea, que por medio de ello el viejo Adán con sus lascivias carnales sea mantenido en custodio, ya se ha explicado arriba. Aquí este asunto se ve desde otro punto de vista. Se nos dice que los cristianos todavía necesitan los castigos de la ley tanto como otros castigos y plagas por esta razón, "a fin de que el viejo hombre sea arrojado de ellos y que sigan al Espíritu de Dios." Eso no es de entenderse como si la amenaza y el castigo de la ley fuera en sí algo para animar y, por tanto, algo que induzca a la obediencia. No, una persona jamás hace algo bueno siendo constreñido por la ley. Sin embargo, la ley con su enseñanza, advertencia, amenazar, de hecho hace lugar para el evangelio y prepara el camino para ello también en cuanto a la conducta de los cristianos. La ley recuerda al cristiano de su pecar continuo, diario, le inquieta y llega a ser la ocasión para que él busque con nuevo celo la justicia y la santidad. Esta voluntad y este gozo en la obediencia, los cuales, por supuesto, solamente proceden del evangelio, empiezan en el corazón que está lleno de ansiedad a causa de su debilidad inherente.

 

Pero ahora estamos interesados principalmente en aquella parte de la cita de nuestra confesión en donde habla de "la enseñanza de la ley." ¿Realmente es así que los creyentes necesitan la doctrina de la ley para sus buenas obras, siendo incapaces de encontrar el camino recto, y que estarían errando en las tinieblas sin esta doctrina? Es cierto, la ley es una regla y norma de la vida piadosa. Sin embargo, nuestra confesión claramente enseña en cuanto a los creyentes que "el viejo Adán aún se adhiere a ellos," y "porque no son renovados en esta vida perfecta o completamente" que por tanto todavía necesitan "la doctrina de la ley." Enseña que si en su naturaleza fueran totalmente libres del pecado no necesitarían absolutamente ninguna ley, que sin ninguna instrucción de la ley harían lo que es su deber según la voluntad de Dios. Por tanto la ley es regla y norma para la vida de los regenerados en la medida en que no han sido nacidos de nuevo, en la medida en que todavía tienen carne y son carne. El cristiano, en cuanto nacido de nuevo, es impulsado por el Espíritu Santo, a quien ha recibido en el evangelio. Por tanto obra voluntariamente y sin coacción, de su propia libre voluntad, lo que es agradable a Dios, así como el sol, la luna, y todas las constelaciones del cielo brillan por sí mismos y siguen sin obstáculo su curso regular. Así las buenas obras de los cristianos son frutos del Espíritu, frutos que crecen de su misma naturaleza. Pero el Espíritu de Dios, quien gobierna a los hijos de Dios en lo que hacen o no hacen, ciertamente sabe por sí mismo la buena y misericordiosa voluntad de Dios y no necesita ninguna enseñanza, ninguna instrucción. Él guía y dirige e impulsa según su mente y voluntad, y ésta es la mente y voluntad de Dios, y así nos guía a la tierra de justicia y nos enseña a actuar según el agrado de Dios. El es el Espíritu de oración, el Espíritu de gozo y gentileza, el Espíritu de corrección y temor del Señor. El cristiano, por tanto, en cuanto templo del Espíritu Santo, en cuanto el Espíritu Santo ha ganado lugar en él, camina en las sendas de justicia, vive en la ley, la voluntad de Dios, conoce, desea, y hace lo que Dios quiere "sin ninguna doctrina de la ley". Pero en la medida que todavía tiene el viejo Adán, todavía es sujeto al error del pecado y por tanto tiene un mal concepto de lo que debe a Dios y al hombre, y le gusta escoger sus propios caminos y obras, su propia manera de seguir a Dios. Por esta razón todavía necesita "la ley escrita", la enseñanza de la ley, para que no sirva a Dios conforme a sus "propios pensamientos" como lo nota nuestra confesión. La ley expone y condena toda santidad escogida o inventada por uno mismo. Así la ley siempre guarda su curso prescrito, aún cuando sirve a los cristianos como regla y norma de su conducta y vida. Aquí también queda perfectamente legítima la expresión de la Escritura, que la ley fue agregada a causa del pecado.

Jorge Stoeckhardt