La justificación por la
fe da innumerables bendiciones
Rev. Martin Hoffmann
Iglesia Evangélica
Luterana Libre - Alemania
En esta segunda reunión de la
CELC, se pone delante de nuestros ojos la parte más preciada de nuestra fe: “La
justificación por la fe.” Fue recobrada en la Reforma. La iglesia luterana vive
de esta fuente. En todas partes esta doctrina está en la primera plana: en el
culto, en las lecciones de los niños, en los estudios bíblicos, en el trabajo
con los jóvenes, con los adultos y los ancianos — en la obra del ministerio en
general.
Pero a pesar de todo esto somos
incapaces de comprender la grandeza de este mensaje. Nuestro corazón es
demasiado pequeño para comprender esta maravilla. Quisiera explotar a causa de
este placer. Sin embargo, no puede mantener este mensaje con sus propias
fuerzas. Tenemos que escucharlo una y otra vez — durante toda la vida. Qué
seamos guiados a esta fuente por un hombre que fue específicamente designado
para hacerlo: el apóstol San Pablo. Lo que él particularmente explica en el
capítulo 5 de la Epístola a los Romanos, se puede resumir como sigue:
La justificación por la fe da
bendiciones innumerables
I. La reconciliación en la cruz y sus bendiciones
Creó:
1. paz - con Dios
2. justicia - ante Dios
3. reconciliación - que viene de Dios
4. vida - de Dios
II. El mensaje del perdón y sus bendiciones
Por causa de esto
1. el amor de Dios - es derramado
2. la fiel confianza - es despertada
3. el amor
cristiano - es encendido
III. La cruz cristiana y sus bendiciones
Bajo la cruz
1. la fe - es guardada
2. la buena
batalla - es conducida
I. La reconciliación en la cruz y sus bendiciones.
1. Paz con Dios.
San Pablo escribe: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1) En este punto San Pablo
no quiere decir la paz del alma o la conciencia. No dice que nosotros hemos
abandonado nuestra enemistad contra Dios. Aquí dice que Dios ha abandonado su
enemistad e ira.
¿Sabemos cuán grande bendición es ésta? Haremos una comparación. Sucede
una guerra en el país. Las familias pierden a sus padres. Los hombres no
encuentran a su esposa e hijos. ¡Cuánto quisiera la gente tener la paz! Antes
que Cristo murió en la cruz hubo guerra entre Dios y nosotros. Nosotros los
seres humanos nos habíamos sublevado en contra de Dios. Pero él no lo soportó,
sino castigó a nosotros los pecadores. Desde ese tiempo el mundo está lleno de
muertes. No hay esperanza de que nosotros pudiéramos jamás ganar esta guerra.
Tenemos que confesar que lo merecemos. Hemos pisoteado la bondad de Dios. Pero
nuestra miseria es aún mayor. Nuestro fin en esta tierra solamente es el
principio del castigo eterno. Esto ya es visible hoy: las enfermedades, las
epidemias — la guerra, la miseria, las catástrofes — el odio, la enemistad y el
asesinato son los precursores del día del juicio. Nadie puede escapar de esto.
Entonces el Salvador Jesucristo se presentó, murió en la cruz e hizo la
paz. Nosotros éramos igualmente malos como antes. Dios todavía era el
Todopoderoso, el Santo, el Justo. Sin embargo, ahora extiende su mano. El que
la coge en la fe tiene paz. Todavía vive en un mundo que es afectado por la
guerra entre Dios y los pecadores. Pero él mismo no tiene que tener miedo de
que siquiera una parte del castigo de Dios le pegue. Está protegido. La paz fue
proclamada por uno que no vacila en su promesa. ¡Esta promesa no se funda en
nuestros logros o nuestro buen comportamiento, sino en la muerte de Jesús en la
cruz! De esta manera la paz es indestructible y eterna.
2. La justicia - ante
Dios
San Pablo describe por qué es indestructible esa paz: “Siendo ya
justificados por su sangre, cuánto más por medio de él seremos salvos de la ira.”
(Rom. 5:9). Por esta razón la paz tiene un fundamento estable. El Dios santo y
justo no solamente se hizo de ciego. Eso sería incompatible con su santidad.
Más bien encontró una verdadera solución. Su Hijo ha puesto nuestras deudas en
su cuenta: “El anuló el acta que había contra nosotros, que por sus decretos
nos era contraria, y la ha quitado de en medio al clavarla en su cruz.” (Col.
2:14). Sin embargo, tuvo que pagar en “moneda dura”. Su vida fue la moneda:
“Porque el Hijo del Hombre tampoco vino para ser servido, sino para servir y
para dar su vida en rescate por muchos.” (Mar. 10:45)
¿Podemos sondar lo que significa esto? También en la vida diaria uno
puede caer en la deuda. ¡Ay de la persona que pierde control de ellas! Tales
deudas amenazan la miseria y la angustia. Grande es el gozo si alguien se
sustituye por él. ¡Qué buena fortuna encontrar a tal auxiliador! ¡Pero nosotros
los pecadores no pudimos esperar que Dios nos ayudara! ¿Debería pedir a su Hijo
sacrificar su vida? ¡Sin embargo, lo hizo! ¡Qué felicidad! Pero nuestra
situación fue aún más desesperada. El que ha sido ayudado para salir de sus
deudas no quiere meterse en nuevas deudas. ¡Nunca encontraría a un auxiliador
por segunda vez! ¿Cómo podríamos estar ante Dios? Si Dios hubiera perdonado
solamente nuestras deudas pasadas, no hubiéramos sido salvos. ¿Quién en el
futuro podría amar a Dios con todo su corazón y guardar completamente sus
mandamientos? También nosotros los cristianos tenemos que confesar: “Todos
nosotros somos como cosa impura, y todas nuestras obras justas son como trapo
de inmundicia.” (Is. 64:6). Qué bendición que Jesucristo nos ha redimido de la
culpa de toda nuestra vida. Sí, hace dos mil años redimió la culpa aun de
aquellos seres humanos que vivían antes o que vivirán después en esta tierra.
Siempre podemos mirar a la cruz. Allí fue pagada nuestra culpa. Algo que nadie
haría en la vida diaria - Dios lo hizo. ¿No tiene el derecho de esperar que
evitemos todo lo que lo ofendería?
Pero aun así no comprendemos todo lo que hemos ganado por Jesucristo. No
solamente asumió nuestra culpa, sino al mismo tiempo nos dio su justicia
divina. Ahora venimos ante Dios como justos: “Así que, como la ofensa de uno
alcanzó a todos los hombres para la condenación, así también la justicia
realizada por uno alcanzó a todos los hombres para la justificación de vida.
Porque como por la desobediencia de un solo hombre, muchos fueron constituidos
pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos serán constituidos
justos.” (Rom. 5:18ss.)
¡Que bendita es nuestra situación! El que es librado de sus deudas tiene
por qué estar gozoso. Pero también tiene vergüenza. Todos sus amigos lo saben:
¡él es pobre y miserable! Sus deudas fueron libremente canceladas. ¡El mismo no
tiene nada que ofrecer! Dios podría mirarnos con desprecio. A causa de Jesús,
no tenemos ya más culpa ante Dios. ¿Qué piensa de nosotros? Con San Pablo
tenemos que confesar: “Yo sé que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien.
Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien
que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico.” (Rom.
7:18). ¡Qué miserables estamos al estar frente a Dios! Pero ha sucedido algo
incomprensible. Jesucristo nos ha hecho “presentables”. Nos dio la plenitud de
su amor, justicia y santidad. Si con fe nos presentamos ante Dios, no le
parecemos como desagradables. En vez de trapos de inmundicia llevamos los
mantos blancos de la justicia. Esa es la manera en que algún día entraremos en
el cielo. A San Juan se le permitió tener un vistazo de esto. “Después de esto
miré, y he aquí una gran multitud de todas las naciones y razas y pueblos y
lenguas, y nadie podía contar su número. Están de pie delante del trono y en la
presencia del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y llevando palmas en sus
manos.” (Apo. 7:9,13)
¿No es éste un verdadero consuelo? Por supuesto, nosotros no tenemos nada
que ofrecer, Pero lo que nos faltaba nos fue dado, A causa de Jesús nos podemos
atrever a presentarnos en la comunidad de los santos ángeles y la multitud de
los redimidos. Siempre apreciaremos este vestido de justicia, y no lo
mancharemos descuidadamente.
3. La reconciliación - de Dios
¡Pero lo que Jesús hizo en la cruz es aún más! ¡Tocó el corazón del
Padre! Se sacrificó por nosotros los criminales. Puso en el balance su
inocencia. En el pacto antiguo Dios permitió sacrificios de animales. Esta es
la manera en que quería permitirse ser reconciliado. Pero ahora no fue un
animal que murió. El Hijo de Dios se entregó a la muerte (compare Juan 1:29; 1
Ped. 2:24): “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros
dolores. Nosotros le tuvimos por azotado, como herido por Dios, y afligido.
Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El
castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros
sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por
su camino. Pero Jehovah cargó en él el pecado de todos nosotros. El fue oprimido
y afligido, pero no abrió su boca. Como un cordero, fue llevado al matadero; y
como una oveja que enmudece delante de sus esquiladores, tampoco él abrió su
boca.” (Is. 53:4-7). Con esto Jesucristo ganó el corazón de su Padre para
nosotros. San Pablo dice: “Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rom. 5:10). La enemistad de
Dios contra nosotros cedió a un nuevo sentimiento, — no una neutralidad fría,
sino cariño amante (Rom. 5:2). Esto sucedió una vez para siempre. Ahora tenemos
libre entrada hacia él (compare Efe. 2:18; 3:12): “Por medio de quien también
hemos obtenido acceso por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Rom.
5:2). Ahora en fe podemos ponernos delante de él en cualquier tiempo. Ser un
cristiano también quiere decir abrazar la gracia y la paz de Dios.
¿Cómo podemos calcular lo que eso significa? Con un poco de suerte la
gente que falló escapa la línea de fuego. Sus deudas son pagadas. Reciben
también dinero otra vez. Pero ningún hombre decente quiere tener nada que ver
con ellos. ¿Quién sabe que sucederá con ellos en el futuro? Eso es lo que
podría pasar con nosotros. Todavía no hay nada bueno en nosotros. Todo lo que
tenemos para exhibir en cuanto a nuestra persona es de Dios. Y aún eso lo
arrastramos por el lodo, Dios no puede depender de nosotros. ¿Cómo podría
llegar a querernos Dios? Pero eso es lo que sucedió. Por causa de Jesús nos
sirve con bondad abundante. Está ligado con nosotros por el amor. ¡Todo tiene
que servir para nuestro bien (Rom. 8:28)! Esto no cambiará en el futuro, porque
nuestro Salvador siempre toma nuestra parte. Por esa razón el sentimiento
amistoso de Dios nunca cambiará. El, el maestro del mundo y de nuestra vida,
ahora y en la eternidad tiene en mente solamente lo que es bueno para nosotros.
4. La vida — de Dios.
La vida y la bienaventuranza se nos dan por la muerte de Jesús: “Porque
si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo, cuánto más, ya reconciliados, SEREMOS SALVOS por su vida.” (Rom.
5:10) ¡Lo que el apóstol escribe aquí es
algo importante! ¡Seremos “salvos” y “bendecidos” por la ira de Dios!
¿Pero cómo puede suceder que la ira de Dios se inflama? ¿Cómo pueden
sobrecogernos todavía la muerte y la condenación? ¿No es salvo el mundo entero?
¿No está Dios realmente satisfecho? De hecho, esto es el caso por causa del
sacrificio de Cristo por todos los seres humanos — y esto es completo. Pero uno
puede jugar y perder su salvación. El que no acepta a Jesús y su sacrificio
mediante la fe, sino lo rechaza con indiferencia, orgullo e incredulidad,
pisotea la misericordia de Dios. Finalmente le pegará la ira de Dios. En vez de
encontrar la eterna bienaventuranza será destruido en el infierno. Dios no será
burlado.
Esta verdad nos aterra. Sin embargo, a pesar de nuestras buenas
intenciones, siempre fallamos. Menospreciamos la misericordia de Dios, no
realmente creyéndolo, con el pecado y con la falta de amor. ¿No tiene que
alejarnos Dios de él? De ningún modo. San Pablo nos consuela haciendo
referencia al sacrificio de Jesús. Si Dios pudo hacer algo como esto a causa de
su amor, no tenemos que tener miedo de que sea demasiado débil para
perdonarnos. Esto es común aun entre los seres humanos. Los padres perdonan a
sus hijos. ¿No debe poder Dios hacer esto por sus hijos? Creyendo en nuestro
Salvador, somos y seremos salvos. El apóstol Pablo nos asegura: “estando
convencido de esto: que el que en vosotros comenzó la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil. 1:6).
Nuestra bienaventuranza conseguida por nuestro Dios y Redentor,
permanecerá. Nuestro tiempo no será suficiente para describir esta bendición de
la justificación en todo su esplendor. Pero al menos queremos escuchar lo que
escribe el apóstol Juan: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el
primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe más. Y yo vi la
santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del cielo de parte de Dios,
preparada como una novia adornada para su esposo. Oí una gran voz que procedía
del trono diciendo: ‘He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y él
habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como
su Dios. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya
pasaron.’” (Apo. 21:1-4). ¿No es ésta la más magnífica bendición que se podría
adquirir por el sacrificio de Jesús?
La justificación por la fe da bendiciones innumerables
La justificación del pecador que sucedió en el Gólgota mediante el
sacrificio de Jesucristo, crea toda una nueva situación para nosotros. Para
todos los pueblos, sin excepción, se produce una abundante bendición.
Por medio de Dios nosotros los pecadores tenemos un futuro hermoso e
indestructible:
· la paz,
· la justicia,
· la reconciliación,
· la vida eterna.
II. El mensaje del perdón y sus bendiciones
Esta bendición de la justificación que Dios produjo hace 2,000 años para
todo el mundo tenía que difundirse entre el pueblo, ya que esto es la voluntad
de Dios. Es por esto que permite que el evangelio de Jesucristo sea predicado
en el mundo entero. San Pablo escribe: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos
reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y nos ha dado el ministerio de la
reconciliación... Así que, somos
embajadores en nombre de Cristo... Rogamos en nombre de Cristo: ¡Reconciliaos
con Dios! Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que
nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él” (2 Cor. 5:18-21). Ese mensaje
de nuestra justificación trae consigo todas las bendiciones que acabamos de
considerar. Todo el que lo acepta en la fe es salvo. Así el apóstol Pablo llamó
al carcelero de la cárcel en Filipos: “Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú
y tu casa” (Hech. 16:31). Cuando llega a nosotros los seres humanos el mensaje
de nuestra justificación, su bendición se desarrolla en nuestra vida.
1. El amor de Dios — derramado
San Pablo literalmente escribe: “el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5:5).[1]
¿Qué quiere decir San Pablo en esta sección con las palabras: “el amor de Dios
ha sido derramado”? Hay dos posibilidades que tomar en cuenta: la primera es el
amor que nosotros tenemos para con Dios — y luego, el amor que Dios tiene para
con nosotros. Cuál es correcto es algo que se puede demostrar solamente por el
contexto. El amor que nosotros tenemos para con Dios surge como respuesta al
amor que nosotros experimentamos de Dios. Pero San Pablo todavía no habla de
esto. No tratará con esto hasta el capítulo siguiente. Pero en este punto y en
los versículos siguientes San Pablo presenta lo que Dios hizo y sigue haciendo
por nosotros a causa de su gran amor. Es por esto que “el amor de Dios”
solamente puede significar aquel amor que Dios mismo tiene para con nosotros.
Así con “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” San Pablo
está diciendo: el mensaje de lo que Dios hizo por nosotros por amor llena
nuestro corazón. Se sobrecarga con lo que oye. No puede comprender cuánto amor
Dios le dio en un tiempo cuando Dios todavía era nuestro enemigo. En este
tiempo Dios arrancó a su hijo de su corazón. Oyendo esto, sólo podemos
asombrarnos, regocijarnos y adorar.
Este derramar del amor de Dios sucedió y todavía sucede mediante el
Espíritu Santo: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5:5). ¡Qué maravilla es esto!
Nuestros corazones no pueden reconocer por sí mismos el amor de Dios. Por
naturaleza somos enemigos de Dios (Rom. 8:7). Si el corazón humano oye algo de
la muerte de Jesús, solamente puede burlarse de ella (1 Cor. 1:18). El Espíritu
de Dios tiene que hacer nuestros corazones capaces de entender (1 Cor 12:3). Lo
hace cuando el pecador asustado oye el magnífico mensaje de la gracia de Dios:
Por esto, la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo” (Rom. 10:17).
¿Podemos juzgar cuán gran bendición es esto? No hemos sido diferentes de
la gente alrededor de nosotros. Ellos no quieren conocer la Trinidad. O viven
solamente para el día siguiente y rechazan la creencia en cualquier ser
superior. O inventan sus propios dioses. Para ellos un sermón acerca de Jesús
es algo risible y estúpido. Así es como ha sido nuestro corazón por naturaleza.
Por esta razón pertenecíamos a los que caían bajo la ira de Dios. Pero luego
vino el Espíritu de Dios y abrió nuestro corazón al evangelio. Entonces ya no
queríamos burlarnos de la cruz de Cristo. Ahora solamente podemos asombrarnos
por el amor de Dios y adorarlo. El mensaje de la cruz de Cristo es ahora el
mayor tesoro que tenemos en la tierra.
¡Pero la maravilla es aun mayor! Dios no solamente envió a su Espíritu
mediante la predicación de la justificación para encender la fe. Vino para
permanecer con nosotros. El Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones. Ha escogido nuestros corazones pobres, débiles y pecaminosos como su
hogar. No vino para castigar nuestros pecados y enfermedades. Vino para
perdonarnos, para vestirnos, y para santificarnos. Es por eso que atestigua tan
fuertemente en palabra y sacramento que Dios amó a pecadores como nosotros en Cristo
Jesús y que procuró la salvación. De esto nos hacemos absolutamente seguros de
nuestra salvación.
2. La fiel confianza — despertada
Siempre que el Espíritu Santo entra, nada queda igual. Por naturaleza la
impiedad, el egoísmo y la incredulidad gobernaban en nosotros. Pero ahora el
Espíritu Santo nos aterra mediante la ley de Dios. Reconocemos nuestros
pecados. Llenos de pavor y la desesperación buscamos ayuda. Jesucristo la
exhibe en el evangelio. Es de esta manera que nos consuela y despierta la fiel
confianza. San Pablo describe ahora cómo el Espíritu Santo establece
profundamente esta emoción en nuestros corazones. Permite que se haga evidente
un punto importante: “porque aún siendo nosotros débiles, a su tiempo Cristo
murió por los impíos... Luego, siendo ya justificados por su sangre, cuánto más
por medio de él seremos salvos de la ira” (Rom 5:6,9).
Primero el Espíritu Santo pone a la vista la grandeza del amor de Dios.
De esto produce prueba irrefutable. Con las palabras “aún siendo nosotros débiles” San Pablo
recuerda los tiempos anteriores. Antes que Cristo nos redimió estábamos en una
condición pésima. En ese tiempo no éramos de ningún modo héroes en el temor de
Dios, en creer o en la caridad. Éramos incapaces, “muertos en delitos y
transgresiones” (Efe. 2:1). La “enemistad” determinó nuestra relación con Dios
(Rom. 8:7). Luego Dios envió a su Hijo en el tiempo que él había determinado de
antemano (Gál. 4:4). Murió por nosotros, que todavía éramos un pueblo impío.
En una breve oración San Pablo hace claro lo asombroso que fue esto.
Martín Lutero traduce: Apenas morirá alguno por un hombre justo, aunque para un
asunto bueno posiblemente se atreviera a morir” Rom. 5:7).[2] En el mejor de
los casos los seres humanos arriesgan su vida por “una cosa noble”. Los
individuos una y otra vez arriesgan su vida por su idea de un “mundo justo”.
Los médicos, por ejemplo, a veces ponen sus propias vidas en peligro. Pero no
lo hacen para apoyar a gente justa. Ayudan por causa de “una cosa buena”.
Quieren salvar las vidas humanas. Eso sucede. Pero, ¿en dónde sacrifica alguien
su vida por otros porque el otro es “justo”? Eso solamente sucedería si sirve a
una causa noble. ¡Pero con Dios fue todo totalmente diferente! Arriesgó la vida
de su Hijo para nosotros los seres humanos. La razón no fue “una cosa noble”.
Al contrario, hubiera sido bueno y justo si él nos hubiera castigado como gente
impía, ingrata y rebelde. La razón no fue “un ser humano justo”. No éramos
justos, sino pecadores. “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que,
siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom. 5:8).
¡Cuánto amor demostró Dios! Pero esto no es solamente un evento del
pasado. Este sacrificio todavía es digno hoy, y lo seguirá siendo en el futuro.
Es por esto que San Pablo dice: “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). Cuando el
Espíritu Santo revela este amor divino a nosotros, no podemos contenernos por
gozo y asombro: “Y no sólo esto, sino que nos gloriamos en Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo, mediante quien hemos recibido ahora la
reconciliación” (Rom. 5:11).
Con esto el Espíritu de Dios puso el fundamento sobre el cual puede
edificar, para ayudarnos a salir de las tribulaciones de la conciencia, del
temor del futuro, la muerte y la desesperación. Ahora muestra cuáles son los
resultados de la liberación. “Porque aun siendo nosotros débiles, a su tiempo
Cristo murió por los impíos... Luego, siendo ya justificados por su sangre,
cuánto más por medio de él seremos salvos de la ira” (Rom. 5:6,9). Esta
conclusión vence nuestra duda.
Aun cuando nuestros pecados siempre vienen a nuestras mentes, una cosa
sigue cierta. Jesucristo también murió por esto. Ha pagado todas las deudas.
Nos ha dado la vida. Después de su muerte ya no somos deudores, enemigos,
apóstatas, injustos — sino justificados, amigos, inclusive hijos de Dios. ¿No
debe ahora más que nunca mostrarnos su amor? ¿Puede venir algo más que perdón,
cuidado, fe y bendición eterna de sus manos? Si esto es así, no tenemos que
temer ya más la ira de Dios. Podemos confiar en él como los hijos confían en su
Padre. Luego ya no hay razón para temer la muerte y la eternidad. La vida
eterna en la gloria de Dios es nuestro futuro, San Pablo hace claro los efectos
del Espíritu en las palabras siguientes: “Pues no recibisteis el espíritu de
esclavitud para estar otra vez bajo el temor, sino que recibisteis el espíritu
de adopción como hijos, en el cual clamamos: "¡Abba, Padre!" El
Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos
de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados” (Rom. 8:15-17). Así nos gloriamos “en la
esperanza de la gloria de Dios” (Rom. 5:2).
En donde el Espíritu Santo despierta la confianza mediante el mensaje del
evangelio, la vida se ve totalmente diferente. En vez de culpa, discordia,
temor, soledad, impotencia, desesperación y muerte hay perdón, justicia, paz,
confianza, comunidad, vida y bendiciones. Cuando Lutero reconoció en sus
tormentos de conciencia la gracia de Dios, se sintió como si entraba en el
paraíso después de estar en el infierno. Así de radicalmente cambió la vida
para él. Lo que él experimentó, todo el mundo que es llevado a la fe en la
justificación del pecador lo experimentará.
3. El amor cristiano — encendido
Cuando el Espíritu Santo muestra el amor de Dios a nuestro corazón y
despierta la confianza en Cristo Jesús, entonces vienen a nosotros aún más
bendiciones. San Pablo nos muestra cómo del bautismo crecen la fortaleza y la
transformación que hacen posible una nueva vida. Mediante el bautismo somos
incorporados en la muerte y la resurrección de Cristo: “¿Ignoráis que todos los
que fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Pues, por
el bautismo fuimos sepultados juntamente con él en la muerte, para que, así
como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida... Así también vosotros, considerad
que estáis muertos para el pecado, pero que estáis vivos para Dios en Cristo
Jesús. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que
obedezcáis a sus malos deseos. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros,
ya que no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rom. 6:3ss.,11ss.,14).
Así como los cristianos se convirtieron de ser enemigos de Dios a ser
hijos de Dios, el Espíritu Santo también transformó sus corazones y vidas. No
pueden asombrarse lo suficiente acerca del amor de Dios por ellos. Este amor
llegó a ser su rescate. Por esto se refugian en la fe. Viven con este motivo;
esto tiene consecuencias para sus vidas. Los que en un tiempo se huían de Dios
y solamente vivían para sí mismos y sus deseos, ahora se han orientado hacia
Dios, hablan con él, lo alaban, le dan las gracias. Toda nuestra vida nueva
puede ser una ofrenda de acciones de gracias a Dios: “Así que, hermanos, os
ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os
conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro
entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena,
agradable y perfecta” (Rom. 12:1ss.).
Esto también tiene consecuencias para nuestra asociación con la gente. De
la riqueza del amor divino que es la fuente de donde sacamos, nuestro corazón
recibe la habilidad y la voluntad de compartir. Los cristianos comienzan a
dirigirse hacia sus prójimos por causa de Cristo, a perdonar ofensas, a pagar
el mal con el bien, hasta a amar a sus enemigos. Cuando vivimos de la fuente
del amor de Dios, el amor, la reconciliación, la paz, la comunidad y la vida
vienen de nosotros. En donde quiera que los cristianos lo pueden hacer, sirven
a sus prójimos con los dones que Dios nos ha confiado. Pero especialmente
comparten el mensaje del evangelio con otros.
Esa es la manera en que “la siega de justicia” que se nos da por causa de
Jesús se demuestra en la vida con Dios y con el prójimo (2 Cor. 9:10). ¿No son
éstas bendiciones gloriosas de nuestra justificación? No tenemos que mirar en
silencio y sin actividad la manera en que Dios nos enriqueció en su amor. Se
nos permite servirlo a él y a nuestros prójimos con corazones, bocas y manos,
por pura gratitud.
La justificación por la fe da bendiciones innumerables
Dios permite que el mensaje de nuestra justificación mediante Cristo
Jesús sea entregado por el evangelio en palabra y sacramento. En donde este
mensaje alcanza nuestros corazones obra grandes bendiciones.
Nuestro corazón recibe nueva vida mediante el evangelio
Allí
* el amor de Dios — es
derramado
* la fiel confianza —
es despertada
* el amor cristiano —
es encendido.
¡Qué cosa tan maravillosa! Reconocemos esto mucho mejor por medio de una
comparación. Cuando los médicos pueden ayudar a los enfermos, éstos vuelven a
la vida con fuerza renovada. La medicina moderna es capaz de hacer cosas que en
un tiempo solamente soñábamos. Se debilita un corazón, se pone un marcapasos.
Se desgasta, se reemplaza con otro nuevo. Con esto se puede comparar lo que
sucede con nosotros bajo el evangelio. La Biblia misma habla de recibir un “corazón
nuevo” por el Espíritu de Dios (Ez. 36:26), ponerse el “nuevo ser” (Efe.
4:23ss.), el “renacimiento” (Tit. 3:5; 1 Ped. 1:3,23).
Con esta comparación encontramos: ¡el Espíritu Santo hace débil la
medicina humana! Los doctores insertan marcapasos para ayudar a un corazón
cansado a seguir trabajando. Para Dios nuestro viejo corazón pecaminoso estaba
“muerto”, solamente podía ser reemplazado por uno nuevo. Los doctores reciben
sus corazones “nuevos” de gente saludable que perdió su vida en un accidente
trágico. Pero el Espíritu Santo no podía depender del corazón natural humano,
tuvo que renovar totalmente nuestros sentidos con su fuerza. ¡Qué bendición
cuando el ser humano reconoce la grandeza del amor de Dios mediante la
predicación del evangelio, de modo que llega a la fe y recibe una vida
totalmente nueva!
III. La cruz cristiana y sus bendiciones
Ahora hemos aprendido de San Pablo cómo la bendición de la justificación
de la cruz del Gólgota se derrama en nuestros corazones y nos da participación
en la vida verdadera con Dios, que un día será completa en la gloria eterna.
Pero con esto las bendiciones de nuestra justificación ante Dios no son
agotadas. Son especialmente visibles en los dolores y necesidades de la vida
cotidiana. Sucede algo asombroso bajo la bendición de nuestra misericordiosa
justificación. Aun los problemas se hacen dignos de alabanza: “Y no sólo esto,
sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce perseverancia, y la perseverancia produce carácter probado,
y el carácter probado produce esperanza. Y la esperanza no acarrea vergüenza”
(Rom 5:3-5).
La gente se jacta de sus logros, sus éxitos y su suerte. Sin embargo,
esta jactancia no tiene lugar ante Dios. Las cosas de las que la gente se
jacta, o las han recibido de Dios (1 Cor. 4:7), o son en verdad su vergüenza
(Fil. 3:18ss.) porque viven en oposición a Dios. Los cristianos saben que se
jactan de otra cosa: “Más bien, Dios ha elegido lo necio del mundo para
avergonzar a los sabios, y lo débil del mundo Dios ha elegido para avergonzar a
lo fuerte. Dios ha elegido lo vil del mundo y lo menospreciado; lo que no es,
para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte delante de Dios. Por él
estáis vosotros en Cristo Jesús, a quien Dios hizo para nosotros sabiduría,
justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que
se gloría, gloríese en el Señor” (1 Cor. 1:27-31). No podemos alabar lo
suficiente a nuestro Salvador por su amor y gracia y por nuestro hogar
celestial.
Esto alabamos. ¿Pero a quién se le ocurriría alabar la miseria que le
aflige? Sin embargo, el Espíritu Santo nos muestra que para los pecadores
redimidos aun las aflicciones llegan a ser razón por alabanza.
1. La fe - guardando
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce perseverancia, y la perseverancia produce
carácter probado, y el carácter probado produce esperanza. Y la esperanza no
acarrea vergüenza” (Rom. 5:3ss.). Con estas palabras el Espíritu Santo revela
un error. Nosotros creemos que la miseria quita el ánimo y lleva a la
desesperación. Pero no es así. En cuanto el Espíritu Santo enciende la fe
mediante el perdón de los pecados, la angustia ayuda nuestro progreso.
Hemos visto que la fe tiene una gloriosa seguridad: Dios ha dejado a un
lado su ira. El pecado es eliminado, las deudas son pagadas. Hay paz. Dios es
el querido Padre de sus hijos. Ningún cristiano puede tener duda de esto,
porque Dios levantó a nuestro Salvador de los muertos en el tercer día. De esto
la fe saca su confianza. — Pero siempre sucede que la miseria, el dolor, el
temor y el dolor nos oprimen. Dudamos del amor, del cuidado y de la fidelidad
de Dios. ¿Por qué? La causa es nuestro corazón. “Engañoso es el corazón, más
que todas las cosas, y sin remedio” (Jer. 17:9). Su viejo camino todavía está
en los cristianos. No quiere tener nada que ver con los mandamientos de Dios.
Todavía cree que tiene la fortaleza para enfrentarse a la vida. Este viejo
corazón siempre gana terreno. Pero al mismo tiempo nuestra fe se debilita. De
esta manera nos ponemos en grave peligro.
Ahora Dios llega a nuestro auxilio. Con su palabra nos llama a volver.
Nos muestra nuestro pecado. Frecuentemente subraya este llamamiento al
arrepentimiento con la miseria externa. Asustado por esto, el cristiano
reconoce su impotencia. Siente que no puede escapar el brazo de Dios. Considera
su vida y encuentra refugio bajo la cruz de Cristo. Las dificultades ayudan
para entender el mensaje. Así Lutero traduce una oración de Isaías (Is. 28:19).
Así en medio de la miseria la fe del cristiano no es destruida sino probada y
purificada. Cuando recientemente ha encontrado a su Salvador, sabe que su
miseria tendrá un fin. “Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los
que le aman” (Rom. 8:28). Sobre todo, la esperanza de la bienaventuranza eterna
parece siempre más atractiva e interesante a los ojos del creyente. Así sucede
lo que San Pedro pone en vista para nuestro consuelo: “En esto os alegráis, a
pesar de que por ahora, si es necesario, estéis afligidos momentáneamente por
diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe — más preciosa que el oro
que perece, aunque sea probado con fuego — sea hallada digna de alabanza,
gloria y honra en la revelación de Jesucristo” (1 Ped. 1:6ss.; véase Sal.
66:10-12; Is. 48:10).
¿Reconocemos la manera en que Dios nos ayuda especialmente mediante la
angustia? Aprendemos de la palabra de Dios y lo experimentamos en nuestra vida:
la miseria del cristiano no destruye la fe, sino la purifica y fortalece. ¿No
es esto también una maravillosa bendición de nuestra justificación?
Las luchas — perdurando
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce perseverancia, y la perseverancia produce
carácter probado, y el carácter probado produce esperanza. Y la esperanza no
acarrea vergüenza” (Rom. 5:3ss.; véase Sant. 1:2ss.). De esta manera los
cristianos prueban el bien en su vida. Pelean “la buena batalla de la fe” (1
Tim. 6:12), y vencen todo lo que quiere derrotarlos.
En primer lugar esto se aplica en los tiempos difíciles. Podemos ilustrar
esto con la historia sagrada: Una mujer ha encontrado a Jesús y le ha pedido
ayuda (Mat. 15:21ss.). Su hija fue torturada por el diablo. ¡Qué duro ha de
haber sido para ella el hecho de que Jesús ni pareció escucharla! De hecho, la
repulsa bruscamente. El estaría allí solamente para los israelitas. Pero ella
por naturaleza era pagana. No se quita el pan de los hijos para darlo a los
perros.
¡Cómo habrá sido en el corazón de la mujer! Había pensado que este Jesús
sería el Mesías prometido. No rechazaría a todos los que están “trabajados y
cargados” (Mat. 11:28). Pero Jesús parecía solamente incrementar su miseria. Su
pobre hija estaba en casa. Aquí ella es repulsada. ¿Fue su fe un error? No, no conocía
a nadie más que le podía ayudar. Tuvo que seguir rogando a Jesús. Finalmente
haría caso. La mujer no se equivocó. Finalmente Jesús alabó su fe constante
(Mat. 15:28).
¿Por qué, entonces, esperó Jesús tanto tiempo para ayudar? Probó su fe,
para que la mujer se le adhiriera con aun más firmeza y con mayor decisión.
Finalmente le ayudó así como ella había creído. Qué feliz ha de haber estado la
mujer. Sobre todo, había aprendido algo: vale la pena orar continuamente (véase
Luc. 18:1ss.). Aun Jesús no ayuda instantáneamente. Pero nunca rechaza las
oraciones fieles. Así la mujer había recibido auxilio doble. Su hija fue sana y
su fe salió fortalecida como resultado de esta dificultad.
Así es también la manera en que nosotros podemos aprender la paciencia bajo las cargas. ¡Cuando llega la duda acerca de si nuestra fe es justificada, miramos a la cruz! Esto es lo que Jesús cargó por nosotros. ¿Debemos en algún momento pensar que él nos dejaría en los problemas? A causa de nuestra justificación nos quedamos confiados aun en medio de las tribulaciones.
Pero la miseria y las cargas también nos fortalecen en seguir a Cristo.
San Pedro escribe: “Porque el que ha padecido en la carne ha roto con el
pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, no en las pasiones de
los hombres, sino en la voluntad de Dios (1 Ped. 4:1ss.). Cuando los cristianos
en su miseria abandonan sus propios planes, se desesperan de su propio poder y
tienen que ajustarse solamente a Dios, ellos permiten que sean atados firmemente
a Dios. Aprenden que no pueden presumir de tener un supuesto “derecho” con
Dios. Como pecadores viven solamente por la gracia. Cobijados por la gracia,
encuentran la fortaleza y la voluntad de aceptar en fe aun los caminos oscuros
por los cuales son conducidos por su Señor.
San Pablo es un buen ejemplo de esto. Tres veces había orado a Dios con
todo su corazón que Dios se le quitara la carga. Fue golpeado a puños por el
ángel del diablo. Pero esta oración no sería contestada en la forma que él
esperaba. Más bien oyó: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en
tu debilidad” (2 Cor. 12:9). Allí San Pablo aprendió: “Por tanto, de buena gana
me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de
Cristo. Por eso me complazco en las debilidades, afrentas, necesidades,
persecuciones y angustias por la causa de Cristo; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte.” ¡Qué obra tan grande pudo hacer de esta manera como
misionero a los gentiles!
Así para nosotros también, finalmente la aflicción se torna en bendición.
Y nos hacemos herramientas útiles de Dios mediante las cuales él puede ayudar a
los demás que están en miseria física y espiritual. En la Epístola a los
Hebreos dice: “Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de
tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de
ella han sido ejercitados” (Heb. 12:11).
¡La justificación por medio de la fe da bendiciones innumerables!
La justificación de los pecadores por medio de la fe es una posesión tan
sublime que aun la miseria y la aflicción se tornan en bendiciones para el
cristiano.
Confiando en la justificación por medio de la fe, las aflicciones de los
cristianos se convierten en una bendición.
Por medio de esto el cristiano aprende:
* la fe — guardando y
* lucha — perdurando.
***
Hemos visto la grandeza de la bendición que está incluida en la
justificación del pecador por la gracia. En nuestra justificación hemos
recibido todo lo que necesitamos: la salvación y la seguridad de la salvación.
Estamos de acuerdo con Stöckhardt cuando escribe:
“Nosotros los cristianos frecuentemente no damos suficiente valor a
nuestra posesión actual. Pensamos de nuestra justificación como si fuera
solamente el primer paso en el camino a la salvación, con la meta final
quedando muy distante... Pero no es así. Ya ha sucedido lo más grande y
principal ... Hemos sido reconciliados con Dios por medio de la muerte de
Cristo, ... se ha saldado nuestra cuenta con Dios; se ha decidido nuestro
destino eterno. ... La cosa esencial es que Dios es por nosotros. La otra cosa
no es tan esencial, si nos gozamos en Dios aquí en medio de las tribulaciones o
allí en la vida bienaventurada de la glorificación. Pero el segundo seguirá ya
que se ha determinado lo esencial. ... Sin embargo, el camino a esta meta no es
anticipar el futuro sino con la mente y los pensamientos absorberse en la
gracia actual, la gracia de la justificación. Entre más firmemente nos
enraizamos en esto, más cerca estamos al cielo.” (Römerbrief, p. 232).
[1] hJ ajgavph tou' qeou' ejkkevcutai ejn tai'" kardivai"
hJmw'n diaV pneuvmato" aJgivou tou' doqevnto" hJmi'n.
[2] “Nun stirbt kaum jemand um eines Gerechten willen; um des Guten
willen wagt er vielleicht sein Leben” — movli" gaVr uJpeVr dikaivou
ti" ajpoqanei'tai: uJpeVr gaVr tou' ajgaqou' tavca ti" kaiV tolma'/
ajpoqanei'n.