Éxodo 6:2-8
Texto: 2* —Además, Dios dijo a
Moisés—: Yo soy Jehovah. 3* Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como
Dios Todopoderoso; pero con mi nombre Jehovah no me di a conocer a ellos. 4* Yo
también establecí mi pacto con ellos, prometiendo darles la tierra de Canaán,
la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como forasteros. 5* Asimismo, yo
he escuchado el gemido de los hijos de Israel, a quienes los egipcios
esclavizan, y me he acordado de mi pacto. 6 Por tanto, di a los hijos de
Israel: "Yo soy Jehovah. Yo os libraré de las cargas de Egipto y os
libertaré de su esclavitud. Os redimiré con brazo extendido y con grandes actos
justicieros. 7 Os tomaré como pueblo mío, y yo seré vuestro Dios. Vosotros
sabréis que yo soy Jehovah vuestro Dios, que os libra de las cargas de Egipto.
8 Yo os llevaré a la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a
Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo os la daré en posesión. Yo Jehovah. "
¿Qué nos pasa tan frecuentemente
cuando las cosas empiezan a ir mal, al menos según nuestro parecer? ¿Nos
desesperamos? ¿Comenzamos a murmurar contra Dios? ¿Pensamos que todo esto de un
Dios de amor y de que somos los hijos amados de Dios son solamente tanta
palabrería, sin ninguna realidad para respaldarla? Cuando esto nos pasa,
debemos saber que no estamos solos, ni somos los primeros de ser atacados con
esta clase de dudas en tiempos difíciles. No debe suceder, eso sí. Pero ha
sucedido en el pasado, cosa de que hay abundantes ejemplos en la Biblia, y no
sorprende que suceda lo mismo con nosotros.
Sin embargo, debemos saber que no es
necesaria esa desesperación y duda. La Escritura también demuestra claramente
que aun en los días que parezcan más negros y desesperantes, Dios no ha
abandonado a su pueblo, y sus promesas permanecen firmes. En nuestro texto de
hoy, Dios promete esto con las palabras más enfáticas. Pone en juego su mismo
nombre y todo su ser, para que su pueblo pruebe si no es cierto que él cumple
sus promesas. Hoy queremos meditar en el tema: Nuestro Dios fiel no nos
abandona.
Los Hijos de Israel habían estado ya
por unos 400 años en Egipto. Desde hacía tiempo habían sido afligidos y
esclavizados por los faraones. Hubo inclusive el intento de genocidio al mandar
que todo hijo varón fuera ahogado en el río tan pronto que naciera. En su
aflicción clamaron a Dios, y Dios les envió a Moisés. Pero cuando Moisés pidió
liberación para el pueblo de Dios, en vez de mejorar su condición, se hizo
peor. Duros capataces les azotaron y les exigieron lo imposible. Lejos de ver a
Moisés como un libertador, entonces, el pueblo se murmuró contra él. “Cuando
ellos salían del palacio del faraón, se encontraron con Moisés y Aarón, que
estaban esperándolos, y les dijeron: — Jehovah os mire y os juzgue, pues nos
habéis hecho odiosos ante los ojos del faraón y los de sus servidores, poniendo
en sus manos la
espada para que nos maten.” Moisés mismo se desanimó; dudó de su misión.
“Entonces Moisés se volvió a Jehovah y le dijo: — Señor, ¿por qué maltratas a
este pueblo? ¿Para qué me enviaste? Porque desde que fui al faraón para
hablarle en tu nombre, él ha maltratado a este pueblo, y tú no has librado a tu
pueblo.” Nuestro texto es una parte de la respuesta de Dios a la aflicción de
su pueblo y la duda e inquietud de Moisés. Le recuerda en primer lugar que Dios
es Jehová. “Además, Dios dijo a Moisés—: Yo soy Jehovah.” Israel aprendería
ahora lo que realmente significa este nombre. Sigue diciendo: “Yo me aparecí a
Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso; pero con mi nombre Jehovah
no me di a conocer a ellos.” Esto claramente no significa que Abraham y los
patriarcas no conocían el nombre Jehová como una palabra. El libro de Génesis
está lleno de referencias de apariencias de Jehová a Abraham y los demás.
Abraham edificó altares a Jehová, e invocó, o mejor traducido, proclamó el
nombre de Jehová. Sin embargo, lo que dice este versículo es cierto. Las
revelaciones de Dios a los patriarcas enfatizaron su poder para preservarlos en
peligro, como Jacob en su viaje experimentó cuando Esaú buscaba matarlo, o en
el nacimiento milagroso de Isaac. Dios también se había revelado como el Dios
que hace grandes promesas. Pero no se había revelado todavía completamente en
su carácter como Jehová. Tenemos que considerar que los nombres de Dios no son
solamente sonidos sin significado, sino realmente revelan a Dios. Y lo que
indica el nombre de Jehová es que es absoluta e infaliblemente fiel en cumplir
sus promesas. Dio las promesas a Abraham, promesas como estas (Gén. 15:18):
“Aquel día Jehovah hizo un pacto con Abram diciendo: —A tus descendientes daré
esta tierra, desde el arroyo de Egipto hasta el gran río, el río Eufrates.”
Pero tanto Abraham como Isaac y Jacob vivían como extranjeros en esa tierra. Y
después siguieron 400 años en Egipto. ¿Qué pasaba con esa promesa solemne de
Dios? ¿Era realmente Jehová, el Dios eternamente fiel?
Nosotros también fácilmente nos
desalentamos. Oímos las promesas de la Palabra de Dios que nos aseguran que
somos los hijos amados de Dios, que Dios está a nuestro lado, que Dios contesta
nuestras oraciones. Pero llega una enfermedad dolorosa y crónica, o sucede
alguna tragedia en la familia, o perdemos el trabajo, y nos preguntamos si es
posible que Dios nos ame y al mismo tiempo nos trate así. Oímos la invitación a
orar y la promesa de que seremos escuchados, y en nuestra necesidad clamamos a
Dios - y parece que no sucede nada. Y comenzamos a pensar que tal vez todo fue
solamente una ilusión. Esto es lo que había pasado con los Hijos de Israel, y
es lo que aún nos pasa a menudo. ¿Qué diremos frente a todo esto? Lo que más
conviene es sencillamente dejar otra vez que Dios hable.
Cuando Moisés y los Hijos de Israel
se llenaron de dudas y desesperación, el Señor respondió repitiendo sus grandes
promesas. “Yo también establecí mi pacto con ellos, prometiendo darles la
tierra de Canaán, la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como
forasteros.” Les recuerda un pacto, un pacto que Dios mismo ha hecho con sus
antepasados. No era un pacto común, que obligaba a las dos partes a cumplir
ciertas obligaciones uno con el otro. El pacto que Dios estableció con Abraham
y que nunca cansaba de repetir a sus descendientes era un pacto de pura gracia.
Dios unilateralmente se obligó a cumplir sus promesas de dar una tierra a los
descendientes de Abraham y de enviar a esa tierra a la Simiente de Abraham,
Cristo, para ser una bendición para todas las familias de la tierra. El
transcurso del tiempo, la debilidad de fe de los Hijos de Israel, la aflicción
que sufrían por muchos años en Egipto y que se había agudizado en los últimos
días, no podían anular esa promesa del Dios fiel. Aunque les parecía que Dios
les había olvidado, todavía era el Dios fiel, el Dios del pacto, él que
actuaría para librar a su pueblo de su aflicción.
Ahora les asegura: “Asimismo, yo he
escuchado el gemido de los hijos de Israel, a quienes los egipcios esclavizan,
y me he acordado de mi pacto.” Todo el tiempo que Israel pensaba que Dios se
había hecho sordo a sus quejas, que habían sido olvidados, que ya no había
remedio de su aflicción, Dios escuchaba, les estaba oyendo, oyendo con
simpatía. Aunque parecía tardar en hacerlo, ahora “se acuerda de su pacto,” no
como si lo haya en algún momento olvidado, sino que así les parecía a los
israelitas en su sufrimiento. Con acordarse de su pacto quería decir que había
llegado ya el momento de entrar en acción, de poner en efecto y demostrar a los
ojos de todos lo que se había tenido que esperar solamente en base de la
promesa. “Por tanto, di a los hijos de Israel: Yo soy Jehovah. Yo os libraré de
las cargas de Egipto y os libertaré de su esclavitud. Os redimiré con brazo
extendido y con grandes actos justicieros.” Les redimiría, les sacaría de su
esclavitud, les libraría, y lo haría de una manera que nadie tendría ya que
dudar si fuera Jehová, el Dios fiel. Se haría con grandes obras del poder de
Dios, “con brazo extendido,” y con “grandes actos justicieros.” Los que
afligían al pueblo querido de Dios finalmente recibirían su recompensa en la
forma de grandes obras de juicio de parte de Dios. Todo esto en cumplimiento de
lo que Dios había prometido a Abraham en conexión con su pacto. “Entonces Dios
dijo a Abram: —Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una
tierra que no será suya, y los esclavizarán y los oprimirán 400 años. Pero yo
también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después de esto saldrán con
grandes riquezas.”
Ustedes saben lo que sucedió. Dios
afligió a Egipto con las diez plagas que demostraban su poder y finalmente
obligó a Faraón a dejar ir a su pueblo. Y cuando los egipcios tercamente otra
vez se opusieron a los designios de Dios y persiguieron a Israel para
obligarlos a regresar, Dios intervino con el juicio contra Egipto en el Mar
Rojo, en donde pereció la flor y la nata del gran ejército egipcio.
Verdaderamente, aunque parecía
tardar, Dios no había olvidado su promesa. Cumplió todo lo que había prometido
a los padres, así que las generaciones posteriores en Israel podían cantar
(Salmo 105): “Es Jehovah, nuestro Dios; en toda la tierra están sus juicios. 8
Se acordó para siempre de su pacto —de la palabra que mandó para mil
generaciones—, 9 el cual hizo con Abraham; y de su juramento a Isaac. 10 Lo
confirmó a Jacob por estatuto, como pacto sempiterno a Israel, 11 diciendo: ‘A
ti daré la tierra de Canaán; como la porción que poseeréis.’ 12 Cuando eran pocos
en número, muy pocos y forasteros en ella; 13 cuando andaban de nación en
nación, y de un reino a otro pueblo, 14 no permitió que nadie los oprimiese;
más bien, por causa de ellos castigó a reyes.
Dios repite su promesa de librar a
los hijos de Israel. 15 Dijo: “¡No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis
profetas!”
Así Dios ha demostrado que él es
Jehová, el Dios fiel, el Dios que cumple sus promesas. “Os tomaré como pueblo
mío, y yo seré vuestro Dios. Vosotros sabréis que yo soy Jehovah vuestro Dios,
que os libra de las cargas de Egipto, 8 Yo os llevaré a la. tierra por la cual
alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo osla daré en
posesión. Yo Jehovah.” Ni la infidelidad de su pueblo pudo anular sus promesas
de gracia. “Porque yo, Jehovah, no cambio; por eso vosotros, oh hijos de Jacob,
no habéis sido consumidos!” Mal. 3:6.
Todo esto podría parecemos como algo
antiguo, muy remoto de nosotros y nuestra condición y nuestras necesidades.
Pero no es así. Dios también ha sido fiel en cuanto a nosotros. No hay mayor
prueba de esto que la otra gran prueba de que Dios guarda sus promesas, de la
cual esas promesas a los Hijos de Israel eran solamente una sombra. También vio
nuestra aflicción y servidumbre, nuestra esclavitud al pecado y la condenación.
Ni esperó nuestro gemido, sino de su libre voluntad, conforme a sus promesas
antiguas, envió a su Hijo Jesucristo para libramos de nuestra servidumbre y
adoptarnos como su pueblo para ser nuestro Dios. Conforme a su pacto de gracia
envió a su Hijo hasta la muerte por nosotros, indignos pecadores. ¿Sera posible
que Dios nos olvide ahora? ¿Nos habrá abandonado? No puede ser. “¿Qué, pues,
diremos frente a estas cosas? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
32 El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?” Rom
8:32-33. No dudes, luego, de la gracia y la fidelidad de Dios. Aun cuando
parezca que tarde, la ayuda vendrá, ayuda para la eternidad. Ten ánimo, luego,
porque todavía el que trata con nosotros es Jehová, el Dios siempre fiel. Ser
infiel a sus promesas negaría su mismo ser. Y esto no puede ser. De esto
podemos estar seguros.
Amén.