jueves, 4 de noviembre de 2021

ÉXODO 6:2-8 - DIOS TAMBIÉN HA SIDO FIEL EN CUANTO A NOSOTROS

 


Éxodo 6:2-8

Texto: 2* —Además, Dios dijo a Moisés—: Yo soy Jehovah. 3* Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso; pero con mi nombre Jehovah no me di a conocer a ellos. 4* Yo también establecí mi pacto con ellos, prometiendo darles la tierra de Canaán, la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como forasteros. 5* Asimismo, yo he escuchado el gemido de los hijos de Israel, a quienes los egipcios esclavizan, y me he acordado de mi pacto. 6 Por tanto, di a los hijos de Israel: "Yo soy Jehovah. Yo os libraré de las cargas de Egipto y os libertaré de su esclavitud. Os redimiré con brazo extendido y con grandes actos justicieros. 7 Os tomaré como pueblo mío, y yo seré vuestro Dios. Vosotros sabréis que yo soy Jehovah vuestro Dios, que os libra de las cargas de Egipto. 8 Yo os llevaré a la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo os la daré en posesión. Yo Jehovah. "

 

¿Qué nos pasa tan frecuentemente cuando las cosas empiezan a ir mal, al menos según nuestro parecer? ¿Nos desesperamos? ¿Comenzamos a murmurar contra Dios? ¿Pensamos que todo esto de un Dios de amor y de que somos los hijos amados de Dios son solamente tanta palabrería, sin ninguna realidad para respaldarla? Cuando esto nos pasa, debemos saber que no estamos solos, ni somos los primeros de ser atacados con esta clase de dudas en tiempos difíciles. No debe suceder, eso sí. Pero ha sucedido en el pasado, cosa de que hay abundantes ejemplos en la Biblia, y no sorprende que suceda lo mismo con nosotros.

 

Sin embargo, debemos saber que no es necesaria esa desesperación y duda. La Escritura también demuestra claramente que aun en los días que parezcan más negros y desesperantes, Dios no ha abandonado a su pueblo, y sus promesas permanecen firmes. En nuestro texto de hoy, Dios promete esto con las palabras más enfáticas. Pone en juego su mismo nombre y todo su ser, para que su pueblo pruebe si no es cierto que él cumple sus promesas. Hoy queremos meditar en el tema: Nuestro Dios fiel no nos abandona.

 

Los Hijos de Israel habían estado ya por unos 400 años en Egipto. Desde hacía tiempo habían sido afligidos y esclavizados por los faraones. Hubo inclusive el intento de genocidio al mandar que todo hijo varón fuera ahogado en el río tan pronto que naciera. En su aflicción clamaron a Dios, y Dios les envió a Moisés. Pero cuando Moisés pidió liberación para el pueblo de Dios, en vez de mejorar su condición, se hizo peor. Duros capataces les azotaron y les exigieron lo imposible. Lejos de ver a Moisés como un libertador, entonces, el pueblo se murmuró contra él. “Cuando ellos salían del palacio del faraón, se encontraron con Moisés y Aarón, que estaban esperándolos, y les dijeron: — Jehovah os mire y os juzgue, pues nos habéis hecho odiosos ante los ojos del faraón y los de sus servidores, poniendo en sus manos la espada para que nos maten.” Moisés mismo se desanimó; dudó de su misión. “Entonces Moisés se volvió a Jehovah y le dijo: — Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo? ¿Para qué me enviaste? Porque desde que fui al faraón para hablarle en tu nombre, él ha maltratado a este pueblo, y tú no has librado a tu pueblo.” Nuestro texto es una parte de la respuesta de Dios a la aflicción de su pueblo y la duda e inquietud de Moisés. Le recuerda en primer lugar que Dios es Jehová. “Además, Dios dijo a Moisés—: Yo soy Jehovah.” Israel aprendería ahora lo que realmente significa este nombre. Sigue diciendo: “Yo me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso; pero con mi nombre Jehovah no me di a conocer a ellos.” Esto claramente no significa que Abraham y los patriarcas no conocían el nombre Jehová como una palabra. El libro de Génesis está lleno de referencias de apariencias de Jehová a Abraham y los demás. Abraham edificó altares a Jehová, e invocó, o mejor traducido, proclamó el nombre de Jehová. Sin embargo, lo que dice este versículo es cierto. Las revelaciones de Dios a los patriarcas enfatizaron su poder para preservarlos en peligro, como Jacob en su viaje experimentó cuando Esaú buscaba matarlo, o en el nacimiento milagroso de Isaac. Dios también se había revelado como el Dios que hace grandes promesas. Pero no se había revelado todavía completamente en su carácter como Jehová. Tenemos que considerar que los nombres de Dios no son solamente sonidos sin significado, sino realmente revelan a Dios. Y lo que indica el nombre de Jehová es que es absoluta e infaliblemente fiel en cumplir sus promesas. Dio las promesas a Abraham, promesas como estas (Gén. 15:18): “Aquel día Jehovah hizo un pacto con Abram diciendo: —A tus descendientes daré esta tierra, desde el arroyo de Egipto hasta el gran río, el río Eufrates.” Pero tanto Abraham como Isaac y Jacob vivían como extranjeros en esa tierra. Y después siguieron 400 años en Egipto. ¿Qué pasaba con esa promesa solemne de Dios? ¿Era realmente Jehová, el Dios eternamente fiel?

 

Nosotros también fácilmente nos desalentamos. Oímos las promesas de la Palabra de Dios que nos aseguran que somos los hijos amados de Dios, que Dios está a nuestro lado, que Dios contesta nuestras oraciones. Pero llega una enfermedad dolorosa y crónica, o sucede alguna tragedia en la familia, o perdemos el trabajo, y nos preguntamos si es posible que Dios nos ame y al mismo tiempo nos trate así. Oímos la invitación a orar y la promesa de que seremos escuchados, y en nuestra necesidad clamamos a Dios - y parece que no sucede nada. Y comenzamos a pensar que tal vez todo fue solamente una ilusión. Esto es lo que había pasado con los Hijos de Israel, y es lo que aún nos pasa a menudo. ¿Qué diremos frente a todo esto? Lo que más conviene es sencillamente dejar otra vez que Dios hable.

 

Cuando Moisés y los Hijos de Israel se llenaron de dudas y desesperación, el Señor respondió repitiendo sus grandes promesas. “Yo también establecí mi pacto con ellos, prometiendo darles la tierra de Canaán, la tierra en la cual peregrinaron y habitaron como forasteros.” Les recuerda un pacto, un pacto que Dios mismo ha hecho con sus antepasados. No era un pacto común, que obligaba a las dos partes a cumplir ciertas obligaciones uno con el otro. El pacto que Dios estableció con Abraham y que nunca cansaba de repetir a sus descendientes era un pacto de pura gracia. Dios unilateralmente se obligó a cumplir sus promesas de dar una tierra a los descendientes de Abraham y de enviar a esa tierra a la Simiente de Abraham, Cristo, para ser una bendición para todas las familias de la tierra. El transcurso del tiempo, la debilidad de fe de los Hijos de Israel, la aflicción que sufrían por muchos años en Egipto y que se había agudizado en los últimos días, no podían anular esa promesa del Dios fiel. Aunque les parecía que Dios les había olvidado, todavía era el Dios fiel, el Dios del pacto, él que actuaría para librar a su pueblo de su aflicción.

 

Ahora les asegura: “Asimismo, yo he escuchado el gemido de los hijos de Israel, a quienes los egipcios esclavizan, y me he acordado de mi pacto.” Todo el tiempo que Israel pensaba que Dios se había hecho sordo a sus quejas, que habían sido olvidados, que ya no había remedio de su aflicción, Dios escuchaba, les estaba oyendo, oyendo con simpatía. Aunque parecía tardar en hacerlo, ahora “se acuerda de su pacto,” no como si lo haya en algún momento olvidado, sino que así les parecía a los israelitas en su sufrimiento. Con acordarse de su pacto quería decir que había llegado ya el momento de entrar en acción, de poner en efecto y demostrar a los ojos de todos lo que se había tenido que esperar solamente en base de la promesa. “Por tanto, di a los hijos de Israel: Yo soy Jehovah. Yo os libraré de las cargas de Egipto y os libertaré de su esclavitud. Os redimiré con brazo extendido y con grandes actos justicieros.” Les redimiría, les sacaría de su esclavitud, les libraría, y lo haría de una manera que nadie tendría ya que dudar si fuera Jehová, el Dios fiel. Se haría con grandes obras del poder de Dios, “con brazo extendido,” y con “grandes actos justicieros.” Los que afligían al pueblo querido de Dios finalmente recibirían su recompensa en la forma de grandes obras de juicio de parte de Dios. Todo esto en cumplimiento de lo que Dios había prometido a Abraham en conexión con su pacto. “Entonces Dios dijo a Abram: —Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no será suya, y los esclavizarán y los oprimirán 400 años. Pero yo también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después de esto saldrán con grandes riquezas.”

 

Ustedes saben lo que sucedió. Dios afligió a Egipto con las diez plagas que demostraban su poder y finalmente obligó a Faraón a dejar ir a su pueblo. Y cuando los egipcios tercamente otra vez se opusieron a los designios de Dios y persiguieron a Israel para obligarlos a regresar, Dios intervino con el juicio contra Egipto en el Mar Rojo, en donde pereció la flor y la nata del gran ejército egipcio.

 

Verdaderamente, aunque parecía tardar, Dios no había olvidado su promesa. Cumplió todo lo que había prometido a los padres, así que las generaciones posteriores en Israel podían cantar (Salmo 105): “Es Jehovah, nuestro Dios; en toda la tierra están sus juicios. 8 Se acordó para siempre de su pacto —de la palabra que mandó para mil generaciones—, 9 el cual hizo con Abraham; y de su juramento a Isaac. 10 Lo confirmó a Jacob por estatuto, como pacto sempiterno a Israel, 11 diciendo: ‘A ti daré la tierra de Canaán; como la porción que poseeréis.’ 12 Cuando eran pocos en número, muy pocos y forasteros en ella; 13 cuando andaban de nación en nación, y de un reino a otro pueblo, 14 no permitió que nadie los oprimiese; más bien, por causa de ellos castigó a reyes.

 

Dios repite su promesa de librar a los hijos de Israel. 15 Dijo: “¡No toquéis a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas!”

 

Así Dios ha demostrado que él es Jehová, el Dios fiel, el Dios que cumple sus promesas. “Os tomaré como pueblo mío, y yo seré vuestro Dios. Vosotros sabréis que yo soy Jehovah vuestro Dios, que os libra de las cargas de Egipto, 8 Yo os llevaré a la. tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo osla daré en posesión. Yo Jehovah.” Ni la infidelidad de su pueblo pudo anular sus promesas de gracia. “Porque yo, Jehovah, no cambio; por eso vosotros, oh hijos de Jacob, no habéis sido consumidos!” Mal. 3:6.

 

Todo esto podría parecemos como algo antiguo, muy remoto de nosotros y nuestra condición y nuestras necesidades. Pero no es así. Dios también ha sido fiel en cuanto a nosotros. No hay mayor prueba de esto que la otra gran prueba de que Dios guarda sus promesas, de la cual esas promesas a los Hijos de Israel eran solamente una sombra. También vio nuestra aflicción y servidumbre, nuestra esclavitud al pecado y la condenación. Ni esperó nuestro gemido, sino de su libre voluntad, conforme a sus promesas antiguas, envió a su Hijo Jesucristo para libramos de nuestra servidumbre y adoptarnos como su pueblo para ser nuestro Dios. Conforme a su pacto de gracia envió a su Hijo hasta la muerte por nosotros, indignos pecadores. ¿Sera posible que Dios nos olvide ahora? ¿Nos habrá abandonado? No puede ser. “¿Qué, pues, diremos frente a estas cosas? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?” Rom 8:32-33. No dudes, luego, de la gracia y la fidelidad de Dios. Aun cuando parezca que tarde, la ayuda vendrá, ayuda para la eternidad. Ten ánimo, luego, porque todavía el que trata con nosotros es Jehová, el Dios siempre fiel. Ser infiel a sus promesas negaría su mismo ser. Y esto no puede ser. De esto podemos estar seguros.

 

Amén.