“Jacob, pues, salió de Beerseba y fue a Harán.
Llegó a un cierto lugar y durmió allí, porque ya el sol se había puesto. De las
piedras de aquel paraje tomo una para su cabecera y se acostó en aquel lugar. Y
tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo
tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella. Jehová estaba
en lo alto de ella y dijo: «Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios
de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia.
Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente,
al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas
en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que
vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho
lo que te he dicho». Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: «Ciertamente
Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía». Entonces tuvo miedo y exclamó:
«¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del
cielo». Se levantó Jacob de mañana, y tomando la piedra que había puesto de cabecera,
la alzó por señal y derramó aceite encima de ella. Y a aquel lugar le puso por nombre
Bet-el, aunque Luz era el nombre anterior de la ciudad. Allí hizo voto Jacob,
diciendo: «Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da
pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre,
Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y
de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti».” (Genesis 28:10–22)
Las historias de los patriarcas en
Génesis son mucho más que historias antiguas o cuentos divertidos. Son la
historia de la manera en la que Dios ha tratado con su pueblo en toda época.
Por eso nos conviene mucho a nosotros
ahora también prestar atención a lo que Dios hace con los patriarcas. Así aprenderemos
mucho de lo que hace con nosotros también. El texto de esta mañana trata de
cierto acontecimiento en la vida de Jacob, el hijo de Isaac y nieto de Abraham.
De esto vamos a hablar esta mañana para sacar las lecciones de la huida de Jacob.
En primer lugar, vemos que I.
También los hijos de Dios pueden caer en el pecado.
Jacob se encuentra huyendo. Cómo está
huyendo tal vez se hace claro cuando consideramos que sin parar había corrido
desde Beer Seba, en donde estaba la casa de su padre, hasta Luz, una distancia
de casi 80 km. Y aun cuando se encuentra en nuestro texto, no se atreve a
acostarse en el pueblo. Escogió un lugar en el campo abierto, donde sería más
difícil encontrarlo.
¿Por qué fue que Jacob se huía con
tanto miedo? Eso fue el resultado del pecado. Había engañado a su padre. Cuando
su padre anciano había decidido dar su bendición a uno de sus
hijos, él había enviado a Esaú al
campo para cazar venado y preparárselo, para luego darle su bendición. Su
madre, Rebeca, oyó de eso y le disgustó. Ella sabía que Dios tenía la intención
de dar la mayor bendición a Jacob, el hermano menor. Por tanto. convenció a
Jacob a vestirse como si fuera su hermano, a llevar un guiso de cabrito, y así
por medio del engaño obtener la bendición de su padre.
¿Serían éstas las acciones de un
creyente, de un hijo de Dios? ¿La mentira y el engaño son propios de la vida de
un creyente? Jacob hasta había utilizado el nombre de Dios en el servicio de su
engaño. ¿Puede esto salir de la boca de un hijo de Dios? Aun cuando Rebeca y
Jacob hayan pensado que una promesa de Dios estaba en peligro, eso no les
exculpa por el engaño y la mentira que practicaron contra su esposo y padre.
Sin embargo, su motivo fue su fe en la promesa. Era importante para ellos la bendición
de Isaac porque la relacionaban con la promesa de la venida del Salvador. Y en
él tenían su corazón. De modo que estos pecados no fueron pecados de rebeldía
abierta, sino pecados de debilidad, de falta de confianza, de falta de conocimiento.
Pero fueron pecados, aun así. Es más. lo que más esperaban ganar con esta
acción no lo lograron. Con las muchas palabras bonitas que habló Jacob en su
bendición, no había nada de la promesa de la venida de Cristo de su familia.
Y luego había la manera de tratar con
el hermano. Buscar quitar de él lo que su padre quería darle, y lograrlo con
estos medios. Ciertamente estas acciones no fueron calculadas para producir la armonía
familiar. Y lo que esperaríamos es lo que sucedió. Como resultado Jacob se
encontró lleno de miedo y de angustia. Jacob tuvo que huir para salvarse la
vida. En su ira Esaú había jurado que tan pronto que estuviera muerto su padre,
mataría a Jacob, el engañador. Jacob, que tanto amaba su hogar, el favorito de
su madre, el tranquilo y piadoso, tuvo que huirse. El miedo y la angustia se
apoderaron de él. Tuvo que romper de inmediato los lazos familiares para ir a
una tierra extranjera.
Todo esto fue un resultado de su
pecado. Y todo esto tenía que servir para impresionarlo con la seriedad del
pecado. Fue con una conciencia también atormentada, un corazón lleno de dudas e inquietud, que Jacob se huía de la
casa de su padre y de la presencia de su madre.
Y todo esto es como tenía que ser.
Dios tenía que impresionar a Jacob con la verdad de que Dios no puede ser
burlado. El pecado trae consecuencias en este mundo, aun los pecados de debilidad
que cometen los hijos de Dios. La familia rota, el desagrado de su padre, el
odio de su hermano, la separación de su querida madre, temor por su misma vida;
éstas fueron las trágicas consecuencias del pecado. Jacob lo sabía, y lo
acercaba a la desesperación.
Estas cosas fueron escritas para que
nosotros también aprendiéramos las lecciones. El que piensa estar firme, mire
que no caiga. Nosotros también, cuando dejamos de confiar solamente en Dios y
sus promesas, cuando pensamos que nosotros mismos tenemos que hacer todo salir
bien, que tenemos que ayudar a Dios a cumplir su palabra, también fácilmente podemos
caer en graves pecados. Nosotros también, si no vigilamos y oramos, nos
flaqueamos y nos debilitamos en la fe, y pronto estamos trayendo vergüenza
sobre el nombre de hijos de Dios. Como resultado, Dios frecuentemente tiene que
golpearnos y afligirnos, para que no nos hagamos indiferentes a nuestros
pecados y pensemos que sea cosa pequeña ofender contra el Altísimo. Y si somos
honestos en nuestras aflicciones no gritaremos: “¿Por qué a mí, Dios?”, sino
“Lo he merecido, oh Señor, porque mis pecados nos muchos y graves.”
Pero la intención de Dios con Jacob
no era dejarlo en su culpa y desesperación. Quería consolarlo, quería
fortalecerlo, quería llenarlo de nuevo de confianza y fe. Así permitió que
Jacob tuviera una maravillosa visión en forma de sueño.
II Dios se digna ayudar y salvar al
pecador.
Jacob se acuesta en el campo. Nuestro
texto nos dice que llegó a cierto lugar. Tal vez a él le haya parecido un lugar
cualquiera, y que haya llegado allí por casualidad. Pero lo cierto es que Dios
mismo le había guiado a ese lugar
porque tenía grandes planes para él allí. Toma de las piedras del lugar y las
pone por cabecera. Se duerme allí en el campo abierto. Repentinamente en sueño ve
una visión.
Dios le permite ver una escalera. O
tal vez haya tenido la forma de una escalera de piedra. Pero no era una
escalera ordinaria. Esta escalera se extendía de la tierra al cielo. Unía los
dos extremos. Si el pecado había hecho separación entre Dios y los hombres, si
Jacob mismo había pecado y ya no merecía el nombre de hijo de Dios, aquí estaba
una declaración del Dios Altísimo de que no había cerrado el camino a los
hombres, que buscaba todavía comunión con ellos, que había perdón para los pecadores.
En la escalera se vieron los ángeles
de Dios subiendo y bajando. Estos seres, que normalmente llevan a cabo su
ministerio silenciosa e invisiblemente, aquí demuestran que son “servidores de Dios” que sirven las
necesidades de sus creyentes.
Arriba estaba Dios mismo en forma
visible, apareciendo al pecador para asegurarle de su favor y perdón. Pero no
solamente dejó que Jacob concluyera esto de lo que veía. Habló con él, palabras
abundantes de consuelo. Le asegura que él es el Dios de sus padres. “Yo soy
Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac.” No debe temer que, al
dejar atrás su casa y su
padre, está dejando atrás también a
su Dios. Este Dios es Jehová, el Dios fiel, el Dios que cumple sus promesas. El
hecho de que aparece a Jacob ahora es la garantía de que estará con él
como estuvo con sus padres.
Le promete la tierra. “La tierra en
que estás acostado; te la daré a ti y a tu descendencia.” Aunque huye de esa
tierra, Dios cumplirá su promesa, y la familia de Jacob heredará la tierra. Esto
ya implica que el Salvador vendrá de su familia, de modo que podría cobrar
ánimo y seguir su camino confiado en base de esto, pero el Señor quiere que
esté totalmente seguro, por lo cual explícitamente le promete el Salvador como
descendiente. “Y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu Simiente.”
La bendición que traería el gran descendiente de Jacob, la salvación para todas
las naciones es lo que más había anhelado Jacob. Es lo que buscaba cuando
engañó a su padre. Ahora lo recibió, no por su astucia, sino por la gracia, el
favor inmerecido de Dios, quien apareció a este pecador indigno para asegurarle
de tan gran promesa.
Para que pueda confirmar la fe de
Jacob en esta promesa, le promete estar con él hasta volverlo a traer a esa
tierra. “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueras, y
volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo
que te he dicho.”
Grandes promesas todas, y todas
hechas a un indigno pecador. Cada palabra tenía la firme intención de
asegurarle a este pecador con conciencia agobiada que sus pecados eran perdonados,
que sus iniquidades fueron quitadas, que las intenciones del Señor para con él
aun cuando tenía que azotarlo y disciplinarlo, aun cuando tenía que salir de su
casa y emprender un largo viaje como resultado de su pecado, eran intenciones
de misericordia y de bendición.
Así trata Dios también con nosotros.
Aunque tiene que imponernos muchas cruces y aflicciones para llevarnos al arrepentimiento
y a profundizar en nosotros el conocimiento de nuestros pecados, su propósito
final no es nuestra condenación, sino nuestra salvación. A nosotros también nos
habla en nuestra aflicción y tristeza, nos muestra a Jesús, colgado entre el
cielo y la tierra, llevando la carga de
nuestro pecado, y nos dice que en él nos ha dado a nosotros libre acceso al
trono de la gracia, perdón completo de todos nuestros pecados, y nos promete también
estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo cuando nos guiará a
nosotros salvos y seguros a nuestra patria celestial.
Pero ciertamente los que reciben tan
asombrosas revelaciones de la gracia y salvación de Dios luego deben responder
con adoración y alabanza de corazón y vida. Los hijos de Dios le deben gratitud
y servicio por su gracia y bondad.
Jacob ve en este lugar la casa de
Dios y la puerta del cielo. Jacob reconoció la grandeza de ser permitido ver
esta visión del Señor de misericordia. Sabe que Dios mora en todas partes. Pero
el lugar en donde revela su gracia y misericordia, su perdón para los
pecadores, es peculiarmente la casa de Dios y la puerta del cielo.
Por eso pone una piedra conmemorativa
allí. No quiere olvidar lo que Dios allí le reveló. Quiere siempre estar
nuevamente recordado del mensaje de gracia que Dios le ha concedido. Por eso
levanta la piedra en la cual ha dormido, y la unge con aceite para dedicarla al
Señor.
Este Dios le ha concedido su amor y
su gracia, y le ha dado su
salvación. Por tanto, expresa el
firme propósito: Jehová será mi
Dios. No puede ser de otra manera. No
hay otro Dios salvador.
El mensaje de salvación, cuando toma
posesión del corazón, no dejará lugar para ningún otro dios. Esta es la gozosa
confesión de todos los que han sido salvaos por la gracia de Jesucristo, aquél
Simiente de Jacob que le fue prometido aquí.
Pero no se queda tampoco con las
palabras. Promete más. Promete el diezmo de todo lo que Dios le diera. “Y de
todo lo que mi dieres, el diezmo apartaré para ti.” Como ya tiene la confianza
de que Dios le cuidará y le prosperará según su voluntad, promete regresar la
décima parte de lo que Dios le daría en una ofrenda de gratitud. No lo hizo por
ley. Las leyes al respecto fueron dadas a Moisés siglos más tarde. Esta fue la reacción
de un corazón que rebosaba de gratitud por tan grande salvación ofrecida a él,
un pecador tan indigno.
Dios también nos ha dado nuestros
Betel, nuestras casas de Dios. En nuestro pecado y nuestra angustia también
viene a nosotros, en la predicación del Evangelio, en la absolución, en el Bautismo
y la Santa Cena, en las palabras de la Sagrada Escritura. ¡Tantas formas
utiliza Dios para asegurarnos de su favor y perdón! No quiere que nadie esté en
dudas de esto.
Pero ciertamente nosotros también
entonces seguiremos el ejemplo de Jacob. Nosotros también con firme propósito
nos adheriremos solamente a Cristo nuestro Salvador. No dejaremos que nada ni
nadie quite nuestra confianza en él. También le serviremos con corazón y boca,
alabándole y dando testimonio de sus grandes obras salvadoras. Y también
dedicaremos una porción de las posesiones con las cuales él nos ha bendecido para
la obra de su iglesia de proclamar su maravillosa salvación. No lo haremos
porque hay una ley de dar el diez por ciento. Más bien lo haremos de corazones
que rebosan de gratitud por tan grande salvación, y porque sencillamente no
podemos guardar tan gran tesoro solamente para nosotros mismos.