Quienes damos opiniones sobre temas en
controversia, nos exponemos a las naturales discrepancias –a veces ácidas
inclusive- con quienes piensan distinto, cosa legítima en democracia. Sin
embargo, uno de los problemas que encuentro en nuestra inmadurez mental, es la
facilidad con la que algunos confunden la expresión de las discrepancias con
los agravios. Algo así como “si anulo o descalifico ética y profesionalmente a
mi interlocutor, me siento mejor y le doy más peso a mi posición”.
Creo que los agraviados tenemos que hacer
notar que esto no es bueno para la convivencia pacífica, mucho menos para la
comunicación asertiva.
Quisiera compartir con todos aquéllos que tienen algo que objetar
respecto a mis argumentos referente a mis opiniones, algunas ideas producto de
mi experiencia en el mundo de la teología, pedagogía, administración, y
microempresario y la comunicación con audiencias interesadas en temas
eclesiales.
1). Muchas de mis opiniones verbales termino diciéndoles a mis
interlocutores, confronten, discrepen, comparen, escuchen a los que piensan
diferente. Lo importante es que cada uno de ustedes se forme su propio
pensamiento”. Dicho sea de paso, pienso que eso debería ocurrir también en toda
comunicación asertiva.
2). Cada vez que alguien sienta el impulso de agredir y agraviar a
alguien, pregúntese primero qué es lo que les motiva. ¿Que alguien piense
distinto (como sienten los dictadores o fanáticos)? ¿Qué les hagan ver algo que
no le gusta o le duele? ¿La envidia o celos? ¿De dónde sale esa necesidad de
agredir y agraviar?. A fin de cuentas, el agredido es solamente el “punching
ball” o la piñata en la que el agresor descarga su descontrolada ira interna
(como ocurre con el padre que le da una paliza a sus hijos para descargar su
impotencia frente a su mala conducta, o con los hijos que les gritan “te odio”
o “muérete” a sus padres porque no les permiten cumplir sus caprichos).
3). Hay otra dimensión que me preocupa de todo profesional, padre o
madre que se expresan de modo insultante, agraviante y hostil sobre alguna
persona con cuyas opiniones no concuerdan. Nadie es deshonesto o mentiroso una
sola vez en su vida. Nadie inventa una actitud agraviante para aplicarla
solamente a una persona que se le cruza en su camino en la vida. Quien lo hace
con uno, lo hace con muchos más. Muchas veces inclusive con sus seres queridos
o colegas más cercanos. Por eso, una de las primeras cosas que me suscita el
escuchar a un personaje agraviando a otro, es preguntarme ¿cómo será su
relación con su pareja y sus familiares? ¿con sus colegas, jefes o subordinados
en la institución o empresa?
¡Bienvenida
la discrepancia. Solo el tiempo dirá si tenemos la razón con nuestros argumentos!. Finalmente, no importa mucho
quién tenga la razón, porque la realidad se impondrá, discutamos lo que
discutamos.
Lo que me parece inaceptable, es que para darle más fuerza a sus argumentos se apele al agravio, a descalificar despectivamente las cualidades
éticas e intentos de aportar en dichos temas en controversia. Eso no se
entiende de los que dicen estar interesados en resolver dichas discrepancias.
Muchas veces en mi vida me he disculpado con mis alumnos o padres de
familia al darme cuenta de errores que cometí cumpliendo mi actividad docente o
función profesional en otra área afín. Mi único argumento de descargo era que
actuaba de buena fe, sin deseos de perjudicar o agraviar a nadie, pensando en
lo mejor para resolver dicha controversia.
No espero nada personal. Pero si detectan que se dejaron llevar por un
impulso destructivo momentáneo, no estaría de más que revisen su actitud. Puede
ser la oportunidad para aprender a desarrollar los frenos y filtros que
necesitan para modelar sus actitudes y con ello tener la oportunidad de ser
parte de una comunidad que cree en la convivencia pacífica. Sin duda muchas
personas se los van a agradecer.