domingo, 4 de marzo de 2012

BIENVENIDA LA DISCREPANCIA. SOLO EL TIEMPO DIRÁ SI TENEMOS LA RAZÓN CON NUESTROS ARGUMENTOS


Quienes damos opiniones sobre temas en controversia, nos exponemos a las naturales discrepancias –a veces ácidas inclusive- con quienes piensan distinto, cosa legítima en democracia. Sin embargo, uno de los problemas que encuentro en nuestra inmadurez mental, es la facilidad con la que algunos confunden la expresión de las discrepancias con los agravios. Algo así como “si anulo o descalifico ética y profesionalmente a mi interlocutor, me siento mejor y le doy más peso a mi posición”.

 Creo que los agraviados tenemos que hacer notar que esto no es bueno para la convivencia pacífica, mucho menos para la comunicación asertiva.

 Quisiera compartir con todos aquéllos que tienen algo que objetar respecto a mis argumentos referente a mis opiniones, algunas ideas producto de mi experiencia en el mundo de la teología, pedagogía, administración, y microempresario y la comunicación con audiencias interesadas en temas eclesiales.

 1). Muchas de mis opiniones verbales termino diciéndoles a mis interlocutores, confronten, discrepen, comparen, escuchen a los que piensan diferente. Lo importante es que cada uno de ustedes se forme su propio pensamiento”. Dicho sea de paso, pienso que eso debería ocurrir también en toda comunicación asertiva.

 2). Cada vez que alguien sienta el impulso de agredir y agraviar a alguien, pregúntese primero qué es lo que les motiva. ¿Que alguien piense distinto (como sienten los dictadores o fanáticos)? ¿Qué les hagan ver algo que no le gusta o le duele? ¿La envidia o celos? ¿De dónde sale esa necesidad de agredir y agraviar?. A fin de cuentas, el agredido es solamente el “punching ball” o la piñata en la que el agresor descarga su descontrolada ira interna (como ocurre con el padre que le da una paliza a sus hijos para descargar su impotencia frente a su mala conducta, o con los hijos que les gritan “te odio” o “muérete” a sus padres porque no les permiten cumplir sus caprichos).

 3). Hay otra dimensión que me preocupa de todo profesional, padre o madre que se expresan de modo insultante, agraviante y hostil sobre alguna persona con cuyas opiniones no concuerdan. Nadie es deshonesto o mentiroso una sola vez en su vida. Nadie inventa una actitud agraviante para aplicarla solamente a una persona que se le cruza en su camino en la vida. Quien lo hace con uno, lo hace con muchos más. Muchas veces inclusive con sus seres queridos o colegas más cercanos. Por eso, una de las primeras cosas que me suscita el escuchar a un personaje agraviando a otro, es preguntarme ¿cómo será su relación con su pareja y sus familiares? ¿con sus colegas, jefes o subordinados en la institución o empresa?

 ¡Bienvenida la discrepancia. Solo el tiempo dirá si tenemos la  razón con nuestros argumentos!. Finalmente, no importa mucho quién tenga la razón, porque la realidad se impondrá, discutamos lo que discutamos.

 Lo que me parece inaceptable, es que para darle más fuerza a sus argumentos se apele al agravio, a descalificar despectivamente las cualidades éticas e intentos de aportar en dichos temas en controversia. Eso no se entiende de los que dicen estar interesados en resolver dichas discrepancias.

 Muchas veces en mi vida me he disculpado con mis alumnos o padres de familia al darme cuenta de errores que cometí cumpliendo mi actividad docente o función profesional en otra área afín. Mi único argumento de descargo era que actuaba de buena fe, sin deseos de perjudicar o agraviar a nadie, pensando en lo mejor para resolver dicha controversia.

 No espero nada personal. Pero si detectan que se dejaron llevar por un impulso destructivo momentáneo, no estaría de más que revisen su actitud. Puede ser la oportunidad para aprender a desarrollar los frenos y filtros que necesitan para modelar sus actitudes y con ello tener la oportunidad de ser parte de una comunidad que cree en la convivencia pacífica. Sin duda muchas personas se los van a agradecer.