1 TIMOTEO 6: 10
“porque raíz de todos los males es el
amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores”.
Cuando un
sirviente e la iglesia o un predicador llega a ser avaro, deja de ser útil. No
puede predicar como debe. Tiene miedo de ofender a los hombres y se deja
sobornar por el silencio. Su boca se cierra y deja a los hombres hacer los que
quieren. No puede decir ninguna palabra de advertencia a nadie, menos a los
grandes y poderosos. Descuida su responsabilidad pues no castiga a los
injustos.
De la misma
manera un alcalde o un juez. Su responsabilidad es procurar que la justicia se
administre. Por eso no debe pensar cómo puede adquirir riquezas y llenar su
vida de gozos. Porque si sirve a las riquezas, se deja sobornar con dádivas.
Así se ciega y no ve cómo viven los hombres y piensa. “Si castigo a éste o al
otro pierde sus amistades y quizás también mis bienes”, Aunque un juez así
tenga un puesto importante el cual le ha dado Dios, sin embargo, no puede cuidarlo
de una manera justa. Se encuentra imposibilitado si las riquezas tienen cautivo
su corazón.
La gente quiere
enriquecerse. Los cristianos también son tentados a esto. No obstante, el deseo
de riquezas está lleno de peligros. “Porque los que quieren enriquecerse caen
en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y ainas, que hunden a los
hombres en ruina y perdición.” ¿Cantas vidas que son controladas por el deseo
de riquezas? ¿Acaso no han seguido el mismo camino: se han rendido a la
tentación, han sido atrapados en el pecado, son llevados a acciones totas y sin
sentido, ¿y se han perdido en la ruina final? El curso de los acontecimientos
no siempre puede ser evidente de una manera externa. Parecía que, para el
hombre rico, “que se vestía de púrpura y de lino fino, y celebraba todos los
días fiestas esplendidas”, todo marchaba bien. El que él había sucumbido a las
tentaciones de las riquezas, y que estaba atrapado en un estilo de vida que lo
llevaría a la ruina, no se hizo evidente hasta que murió y se encontró en el
infierno (Lucas 16: 19-31).
El dinero en sí
mismo no es lo malo. El Señor hizo de Abraham un hombre rico. La mayor parte de
los cristianos son bendecidos con más dinero del que es necesario para suplir
un mínimo de alimento y de abrigo. A los cristianos hasta se les pueden otorgar
grandes riquezas y pueden servir a Dios con ellas. Pablo escribe que es “el
amor al dinero” el que es la “raíz de todos los males”. La actitud que el
corazón tiene hacia las riquezas se convierte en la raíz del problema. El amor
al dinero, ser “ambicioso”, lleva a toda clase de maldades. El joven rico,
aunque llevaba una vida virtuosa, amaba sus riquezas, le volvió la espalda a
Cristo y se alejó de él. Judas amaba el dinero y traicionó a su Señor, y
después en dolorosa desesperación se quitó la vida. (El dinero), el cual
codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y se traspasaron a sí mismos con
muchos dolores. ¡Que contraste el contentamiento con las promesas de Dios
contra la avaricia que lleva a la ruina final!