jueves, 30 de abril de 2020

¿PODEMOS ESTAR SEGUROS DE ESTO — QUE ESTA ESPERANZA SE CUMPLE, QUE ESTA ORACIÓN SE CONTESTA?





12  Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1 Corintios 10:12)

27  Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. 28  Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:27-28)


Este es el domingo del Buen Pastor, y seguramente este retrato del Salvador como el Buen Pastor es uno que debe significar mucho para todos nosotros. Y de todas las promesas que el Salvador nos da como nuestro Buen Pastor, seguramente la promesa que encontramos en la segunda mitad de nuestro texto es una de las más impresionantes.

          En estas palabras nos da la promesa
          que los que somos sus ovejas nunca pereceremos, y
          que nadie jamás podrá arrebatarnos de su mano.

Sabemos que debemos creer todas las promesas que el Señor nos da, y que si creemos esta promesa,
          entonces debemos estar seguros
          de que nunca pereceremos,
          que nunca caeremos,
          que no nos perderemos.

Si éste fuera el único pasaje en la Biblia que trata de este asunto, seguramente diríamos que aquellas iglesias tienen la razón que dicen que una vez que el hombre es un cristiano, nunca puede caerse de la fe. ¿Pero entonces qué haremos con la primera parte de nuestro texto, que dice: “El que piensa estar firme, mire que no caiga”? Otra vez, si éste fuera el único pasaje en la Biblia que trata del asunto, seguramente estaríamos obligados a decir que aquellas iglesias tienen la razón que dicen que nadie puede estar seguro de llegar al cielo.

Todo esto hace surgir una pregunta que debe ser personalmente importante para cada uno de nosotros. Sabemos que si vamos a salvarnos, tenemos que quedarnos fieles al Señor hasta el final de nuestras vidas. El Salvador mismo dijo a sus discípulos: “Pero el que persevere hasta el fin será salvo.” (Mat. 24:13). Por otro lado, en el Antiguo Testamento, Dios dijo a Ezequiel: “Y si algún justo se aparta de su justicia y hace maldad...  morirá por su pecado. Sus obras de justicia que había hecho no le serán tomadas en cuenta.” (Ezequiel 3:20). Todos esperamos que esto no suceda con nosotros, y en la Tercera Petición oramos, como dice Lutero, que nos fortalezca y nos mantenga firmes en su Palabra y en la fe hasta el fin de nuestros días.

¿Podemos estar seguros de esto — que esta esperanza se cumple, y que esta oración se contesta?

Esta es la pregunta que consideraremos esta mañana de base de estos dos pasajes. Qué nos guíe el Espíritu Santo en nuestra meditación.

El peligro de caernos

Al mirar todos los grandes peligros que nos confrontan en estos días cuando iglesias enteras parecen alejarse de la fe cristiana, supongo que hay muchos de nosotros que de vez en cuando nos hemos preocupado con este peligro de perder la fe. Y es algo que debe preocuparnos, porque es un verdadero peligro. Puede suceder que los que han llegado a la fe caigan en gran pecado y en la incredulidad de la cual tal vez nunca vuelvan a levantarse. En la parábola del sembrador el Salvador habló de la semilla que cayó sobre la roca y germinó y creció pero se secó cuando el tiempo se tornó caliente y seco. Esta semilla, dijo, representaba a los que reciben la Palabra de Dios con gozo pero no están bien enraizados en la fe, gente que cree por un tiempo y en un tiempo de tentación se aparta.

Al pensar en este peligro recordamos a un hombre como David, quien es descrito en la Biblia como un hombre según el mismo corazón de Dios, un hombre que escribió muchos de los Salmos. Recordamos cómo cayó en adulterio y asesinato. Se nos dice que David más tarde se arrepintió de este pecado y fue perdonado. Pensamos en su hijo, Salomón, que construyó el templo del Señor en Jerusalén, pero que, en los últimos años de su vida, comenzó a adorar a los dioses falsos de sus esposas paganas y hasta construyó para ellos lugares de culto. Si viviera hoy, sería un líder del movimiento ecuménico, y no se nos dice que se arrepintió de estos pecados.

Cuando Salomón dedicó el templo, oró: “Si pecan contra ti..., y te enojas contra ellos ...  si ellos vuelven en sí ... y se vuelven y te suplican ... se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma, ...entonces escucha en los cielos, ...  Perdona a tu pueblo.” (1 Reyes 8:46-50). Esperamos que el hombre que oró esa oración tan maravillosa haya visto el cumplimiento de ella en su propia vida, sin embargo no sabemos con seguridad. Pensamos también de hombres como Demas, de quien Pablo dijo: “Demas me ha desamparado, habiendo amado el mundo presente.” (2 Tim. 4:10). Pensamos de hombres como Himeneo y Alejandro, de quienes Pablo dijo que hicieron un naufragio de su fe. O pensamos de personas a quienes conocemos quienes en un tiempo eran cristianos fieles pero que se han alejado.

Pensamos de todas estas personas, y sabemos que esta advertencia es apropiada: “El que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12). Aun un hombre como San Pablo estaba muy consciente de este peligro, como vemos cuando leemos sus palabras: “No sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado” (1 Cor. 9:27). Luego nos miramos a nosotros mismos, y sabemos que tenemos buena razón para cantar: Ando en peligro por todo el camino, del pensamiento nunca estaré libre, que Satanás, que ha notado su presa, hace planes para engañarme. Este enemigo con trampas ocultas puede sorprenderme si me descuido en vigilar y orar. Ando en peligro por todo el camino.

No hay lugar para la confianza en uno mismo

Leemos estas advertencias de la Escritura, y sabemos que no queda lugar para la confianza en nosotros mismos. Sabemos que el diablo constantemente está conspirando para robarnos nuestra fe. Alrededor de nosotros tenemos el mundo y todas sus atracciones que tienden a alejarnos de nuestro Salvador y hacernos olvidar aquellas cosas que son más importantes. Añade a esto la debilidad que vemos en nosotros mismos, y tenemos que reconocer que si este asunto de permanecer en la fe hasta el fin dependiera de nosotros, habría poca esperanza. De hecho, no habría ninguna esperanza. Sabemos muy bien que nuestros corazones pecaminosos encuentran las tentaciones del diablo y las atracciones del mundo muy deseables. Con nuestra propia fortaleza jamás podríamos defendernos contra ellas.

Y es precisamente esto que el Señor quiere enseñarnos cuando dice: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” Hay peligro particular en no saber que cierta cosa es peligrosa. A veces leemos de un niño que cogió una víbora venenosa — con la intención de jugar con ella — y así se puso en peligro porque no sabía que esa víbora era peligrosa. Así los cristianos a veces juegan con la víbora del pecado porque olvidan lo peligroso que es. Se hacen descuidados e indiferentes en el asunto de la salvación de sus almas, confiando demasiado en su propia fortaleza. Cuando se les advierte en contra de lo que están haciendo se enojan, o dicen: “No te preocupes de mí, yo sé cuidarme.”

Me pregunto cuántos de ustedes los jóvenes no han dicho precisamente esto a sus padres cuando ellos les han advertido y expresado preocupación por lo que hacían y a dónde iban. Cuando comenzamos a hablar como Pedro: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mat. 26.33), tenemos que recordar las palabras de nuestro texto: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.”

Y así, al ver nuestra debilidad y el gran poder de los enemigos que buscan robarnos nuestra fe, tenemos que sentir que jamás podremos terminar nuestra vida en triunfo y victoria. Pero es precisamente este conocimiento de nuestra debilidad que debe hacernos conscientes de cuánta necesidad tenemos de la fortaleza del Señor. Es precisamente este conocimiento del gran peligro que nos confronta que debe impulsarnos a los brazos de Jesús quien dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.”

Su promesa nos asegura que permaneceremos fieles hasta el fin.

Y en esta promesa encontramos la seguridad de que permaneceremos fieles hasta el final y así recibiremos la corona de la vida, porque sabemos que
          Aunque nosotros somos débiles
ä    sin embargo él es fuerte.
          Aunque nuestros enemigos son potentes
ä   Sin embargo, él es todopoderoso, y
          Aunque nuestro adherirnos a él es frecuentemente muy débil
ä   sin embargo su mantener a nosotros nunca será quebrantado, y nadie nos podrá arrebatar de su mano.
          Por tanto, cuando miramos a Jesús
          quien nos amó
          quien derramó su sangre por nosotros
          quien murió la muerte de un criminal para pagar por nuestros pecados y
          quien resucitó triunfalmente en el tercer día
ä   Podemos estar seguros de que nunca pereceremos.

Pero esta seguridad nunca debe basarse en algo que vemos en nosotros. Tiene que descansar entera y completamente en las promesas de Dios y el poder de Dios. Para hallar esta seguridad tenemos que escuchar constantemente las palabras de Jesús, quien dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.”

Cuando escuchamos esa palabra, oímos repetida constantemente la promesa de que él nos fortalecerá y nos preservará firmes en su palabra y la fe hasta el fin de nuestros días. San Pablo escribió a los cristianos de Asia Menor: “Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación.” (1 Ped. 1:5). San Pablo escribió a los filipenses: “El que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” (Fil. 1:6). Y a los corintios escribió: “El os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Cor. 1:8).

Debemos creer estas promesas de Dios. Sería un pecado no creerlas. El mismo apóstol que dijo: “No sea que... yo mismo venga a ser descalificado” (1 Cor. 9:27), que sabía que estaba en peligro de caerse, sin embargo estaba seguro de que no se perdería, porque también escribió: “Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ... ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Rom. 8:38, 39). Nosotros tenemos las mismas promesas de Dios que él tenía, por tanto nosotros también  — aunque conocemos los peligros que confrontamos — podemos cantar: Ando con Jesús en todo el camino, Su guía nunca falla; En sus heridas encuentro paz cuando el poder de Satanás ataca; Y por su camino guiado, mi camino piso con firmeza. A pesar de males que amenacen Ando con Jesús por todo el camino. 

Mientras estos dos pasajes, que forman nuestros texto, parecen contradecirse, ya que uno nos advierte acerca de caernos y el otro nos promete que nunca pereceremos, sin embargo vemos que necesitamos los dos. Cuando comenzamos a confiar en nosotros mismos y pensar que no es tan importante que oigamos regularmente la palabra de Dios y utilicemos con frecuencia el Sacramento y estemos cuidadosos en nuestra vida cristiana, entonces necesitamos esta palabra de advertencia: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” Pero

          Cuando hemos aprendido a desesperarnos de nuestra propia fortaleza
          cuando estamos asustados y reconocemos que necesitamos la ayuda del Salvador,
ä   entonces él viene a nosotros con la garantía: “No temas. Nadie te puede arrebatar de mi mano.”

No puedo pensar de una mejor manera de cerrar este sermón que con las palabras con las cuales San Judas cerró su Epístola, “a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros irreprensibles delante de su gloria con grande alegría; al único Dios, nuestro Salvador por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad desde antes de todos los siglos, ahora y por todos los siglos. Amén. (Judas 24, 25).  Amén.


Sermón de Siegbert Becker