es necesario rendir cuentas. MÁS ahun si somos
cristianos
“…CADA CUAL HACÍA LO QUE BIEN LE PARECÍA” (Jueces 17:6)
Nunca serás más vulnerable que cuando te
escondes de los demás. El secretismo es el caldo de cultivo para el engaño, el
cual nos conduce al pecado. Jesús afirmó que nos gusta más la oscuridad que la
luz porque nuestras obras suelen inclinarse a lo malo (Juan 3:19). Dentro de nosotros
existe una tendencia innata a pecar; por eso somos exhortados a “caminar en luz”
donde nuestros motivos y nuestras acciones son transparentes y somos animados a
evitar el pecado (1Juan 1:7).
Pero para caminar en la luz y vencer al pecado necesitamos a personas a quienes
rendir cuentas. “El necio cree que todo lo que hace está bien, pero el sabio
atiende los consejos” (Proverbios 12:15).
Nuestro deseo de ser aceptados nos hace
ocultar las luchas por la que pasamos. Pero la disposición a ser genuinos nos
hace libres para reconocer nuestras debilidades y superarlas. La persona a
quien rindas cuentas tiene que ser madura, conocedora de la Palabra de Dios,
que sepa guardar confidencias y que te ame lo suficiente para confrontarte con
la verdad. Y tú debes estar dispuesto a recibir lo que te digan. El rey Roboam “…desechó el consejo que los ancianos
le habían dado, y pidió consejo de los jóvenes que se habían criado con él…” (1 Reyes 12:8).
Este hombre sólo quería escuchar lo que le agradaba. Por ello buscó consejo en
sus amigos, tan inmaduros como él, que le dijeron lo que quería oír. Esa
decisión fue la causa de una gran rebelión en Israel. Entabla amistad, pues,
con alguien que te diga lo que necesitas –no lo que quieres- escuchar.
Nada ilustra mejor nuestra naturaleza
egocéntrica que esta frase:
“…Cada cual hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6).
La filosofía de esa gente era: ‘No
me digas lo que tengo que hacer.’ El problema con esa filosofía
es que te deja sin equilibrio de poderes y te expone a la fuerza dominante de
la carne. Todos podemos tener adición a algo. El primer paso para vencer esas
adiciones es reconocerlas. Tal vez “…el
pecado que nos asedia…” (Hebreos 12:1)
sea una debilidad por la comida, o el sexo, el dinero, las drogas, el alcohol,
la popularidad, el poder, la obsesión del trabajo o relaciones que no nos
convienen. Cuando eres tentado por esas cosas, vas a capitular mucho más fácil
si estás solo y actúas en secreto. “Porque
si caen, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del que está solo! Cuando
caiga no habrá otro que lo levante” (Eclesiastés 4:10).
Cuando “se
enciende la lucecita”, deberías ponerte en contacto de
inmediato con tu equipo de apoyo y compartirles tus luchas. No dejes que la
oscuridad de la situación te abrume. “Porque
si caen, el uno levantará a su compañero…” (Eclesiastés 4:10). El orgullo que te hace ocultar las
debilidades hará que siempre sigas siendo débil. La clave para romper ese
círculo vicioso está en la humildad de reconocer el problema y buscar ayuda.
Dios nos ha bendecido con personas maduras y compasivas que se hacen cargo de
los conflictos humanos y nos ayudan a superarlos. Somos parte de la iglesia de
Cristo, y “si un miembro
padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos
los miembros con él se gozan” (1 Corintios
12:26). Dios
mandó a Moisés: “…Escoge
tú de entre todo el pueblo a hombres virtuosos, temerosos de Dios… Así se
aliviará tu carga, pues ellos la llevarán contigo” (Éxodo 18:21-22).
¡Acepta la ayuda que Dios te da!