lunes, 21 de mayo de 2012

LOS LIDERES CRISTIANOS TENEMOS QUE RENDIR CUENTAS DE LAS TAREAS QUE EJERCEMOS.


es necesario rendir cuentas. MÁS ahun si somos cristianos



“…CADA CUAL HACÍA LO QUE BIEN LE PARECÍA” (Jueces 17:6)

Nunca serás más vulnerable que cuando te escondes de los demás. El secretismo es el caldo de cultivo para el engaño, el cual nos conduce al pecado. Jesús afirmó que nos gusta más la oscuridad que la luz porque nuestras obras suelen inclinarse a lo malo (Juan 3:19). Dentro de nosotros existe una tendencia innata a pecar; por eso somos exhortados a “caminar en luz” donde nuestros motivos y nuestras acciones son transparentes y somos animados a evitar el pecado (1Juan 1:7). Pero para caminar en la luz y vencer al pecado necesitamos a personas a quienes rendir cuentas. “El necio cree que todo lo que hace está bien, pero el sabio atiende los consejos” (Proverbios 12:15).

Nuestro deseo de ser aceptados nos hace ocultar las luchas por la que pasamos. Pero la disposición a ser genuinos nos hace libres para reconocer nuestras debilidades y superarlas. La persona a quien rindas cuentas tiene que ser madura, conocedora de la Palabra de Dios, que sepa guardar confidencias y que te ame lo suficiente para confrontarte con la verdad. Y tú debes estar dispuesto a recibir lo que te digan. El rey Roboam “…desechó el consejo que los ancianos le habían dado, y pidió consejo de los jóvenes que se habían criado con él…” (1 Reyes 12:8). Este hombre sólo quería escuchar lo que le agradaba. Por ello buscó consejo en sus amigos, tan inmaduros como él, que le dijeron lo que quería oír. Esa decisión fue la causa de una gran rebelión en Israel. Entabla amistad, pues, con alguien que te diga lo que necesitas –no lo que quieres- escuchar.

Nada ilustra mejor nuestra naturaleza egocéntrica que esta frase: “…Cada cual hacía lo que bien le parecía” (Jueces 17:6). La filosofía de esa gente era: ‘No me digas lo que tengo que hacer.’ El problema con esa filosofía es que te deja sin equilibrio de poderes y te expone a la fuerza dominante de la carne. Todos podemos tener adición a algo. El primer paso para vencer esas adiciones es reconocerlas. Tal vez “…el pecado que nos asedia…” (Hebreos 12:1) sea una debilidad por la comida, o el sexo, el dinero, las drogas, el alcohol, la popularidad, el poder, la obsesión del trabajo o relaciones que no nos convienen. Cuando eres tentado por esas cosas, vas a capitular mucho más fácil si estás solo y actúas en secreto. “Porque si caen, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del que está solo! Cuando caiga no habrá otro que lo levante” (Eclesiastés 4:10).

Cuando “se enciende la lucecita”, deberías ponerte en contacto de inmediato con tu equipo de apoyo y compartirles tus luchas. No dejes que la oscuridad de la situación te abrume. “Porque si caen, el uno levantará a su compañero…” (Eclesiastés 4:10). El orgullo que te hace ocultar las debilidades hará que siempre sigas siendo débil. La clave para romper ese círculo vicioso está en la humildad de reconocer el problema y buscar ayuda. Dios nos ha bendecido con personas maduras y compasivas que se hacen cargo de los conflictos humanos y nos ayudan a superarlos. Somos parte de la iglesia de Cristo, y “si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:26). Dios mandó a Moisés: “…Escoge tú de entre todo el pueblo a hombres virtuosos, temerosos de Dios… Así se aliviará tu carga, pues ellos la llevarán contigo” (Éxodo 18:21-22).   

¡Acepta la ayuda que Dios te da!