Jeremías 29:11-14 11 Porque yo sé los planes que tengo acerca de
vosotros, dice Jehovah, planes de bienestar y no de mal, para daros porvenir y
esperanza. 12 Entonces me invocaréis.
Vendréis y oraréis a mí, y yo os escucharé. 13
Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis con todo vuestro
corazón. 14 Me dejaré hallar de
vosotros, dice Jehovah, y os restauraré de vuestra cautividad. Os reuniré de
todas las naciones y de todos los lugares a donde os he expulsado, dice
Jehovah. Y os haré volver al lugar de donde hice que os llevaran
cautivos." (RVA)
En este sexto domingo de la
Pascua la iglesia cristiana desde tiempos antiguos ha dirigido su atención al
asunto de la oración. Es seguramente muy apropiado que el asunto de la oración
reciba atención especial precisamente durante la estación de la Pascua. El
hecho de que tenemos a un Salvador que resucitó de entre los muertos debe
ayudar a convencernos de que las oraciones que hablamos a él no son solamente
palabras vanas o un ejercicio inútil. Y en este domingo antes de la Ascensión
se nos recuerda también que este Salvador vivo ahora está sentado a la diestra
de Dios, desde donde él gobierna todas las cosas en el cielo y en la tierra.
Eso también debe ayudar a convencernos de que las oraciones que hacemos a él
serán escuchadas y contestadas.
Una de las lecciones acerca de la
oración que se enseña muchas veces en la Biblia es que, al orar, no debemos
acercarnos a Dios con un espíritu incrédulo. Santiago, por ejemplo, dijo a los
cristianos a los cuales escribía su Epístola: “Y si a alguno de vosotros le
falta sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos con liberalidad ... y le será
dada. Pero pida con fe, no dudando nada. Porque el que duda es semejante a una
ola del mar movida por el viento y echada de un lado a otro. No piense tal
hombre que recibirá cosa alguna del Señor. (Santiago 1:5-7). Más tarde en la
misma epístola dice: “Y la oración de fe dará salud al enfermo” (Sant. 5:15).
En otras palabras, Santiago dice que una oración que se ofrece con duda e
incredulidad no será oída, pero una oración que se habla con confianza en la
ayuda del Señor será contestada.
Con mucha frecuencia la gente ora
con un espíritu que dice: “Bueno, no puede hacer daño, y tal vez hasta ayude.”
Tales palabras realmente son una expresión de duda e incredulidad, y orar con
ese espíritu es realmente un insulto a Dios.
Cuando vamos a Dios en la
oración, debemos hacerlo con la convicción y confianza de que
• va
a ayudar,
• que
Dios escucha nuestras oraciones, y
• que
las toma en cuenta al gobernar tanto el curso del mundo entero y los detalles
más pequeños de nuestras vidas.
Nuestro texto puede ayudarnos a
crecer en esta seguridad y vencer nuestras dudas pecaminosas al recordarnos
Por Qué los Hijos de Dios Pueden
Orar con Confianza
Porque Dios quiere que oremos
Podemos orar con confianza, en
primer lugar, porque tenemos a un Dios que quiere que oremos. Nuestro Padre
celestial nunca es como un padre terrenal que dice: “No me molestes ahora. ¿No
puedes ver que estoy ocupado?” Hizo esto muy claro en nuestro texto cuando dijo
a los Hijos de Israel: “Entonces me invocaréis. Vendréis y oraréis a mí.” Es
muy obvio de estas palabras que invocar a Dios y orar a él es algo que Dios
quiere que haga su pueblo.
El contexto en el cual estas
palabras fueron dirigidas a los judíos puede ayudarnos a ver esto con aun más
claridad. Estas palabras fueron habladas a los Hijos de Israel después de
comenzar su exilio en Babilonia. Ese cautiverio fue un castigo de Dios que
había venido sobre ellos porque no habían estado orando al Señor como deberían
haber orado a él. Más bien, habían caído en toda clase de idolatría e
inmoralidad. Dios había enviado a sus profetas para advertirles y llamarles al
arrepentimiento. Había mandado muchas calamidades para recordarles su pecado y
el castigo mayor que vendría si no se arrepintieran. Pero nada de esto parecía
ayudar en nada.
Finalmente, Dios dijo que si
rehusaban escuchar sus advertencias, su nación sería conquistada, sus ciudades
destruidas, y que los que sobrevivían serían llevados como cautivos a la tierra
de Babilonia. Cuando aun esto no ayudó en llevarlos al arrepentimiento, llegó
el rey de Babilonia con su ejército, y Jerusalén fue capturada y finalmente
destruida. Y, así como habían predicho los profetas, los judíos fueron llevados
al cautiverio babilonio.
En el versículo antes de nuestro
texto, Jeremías dijo a su pueblo que este cautiverio duraría setenta años. Dios
se refiere al final de ese período de cautiverio cuando dice: “Entonces me
invocaréis. Vendréis y oraréis a mí.” En efecto, Dios les está diciendo:
“Tomará setenta años hasta que aprendan lo que yo quiero enseñarles. Pero al
final de los setenta años, otra vez habrán llegado a ser un pueblo que ora.”
• Las
palabras de Dios claramente implican
• Que
Dios se desagrada cuando las personas no oran a él, y
• Que
se agrada cuando sí oran, y
• Que
cuando les envía problemas y tristezas
• El
quiere enseñarles a orar a él e invocarle para que les ayude.
En su incredulidad, los hombres
frecuentemente reaccionan a tales tiempos de aflicción culpando a Dios y
quejándose de la manera en la cual él maneja este mundo. Tal vez hasta sean
tentados a preguntarse si hay un Dios que todavía mantiene control del
universo. Pero, en vez de reaccionar así, deben aprender la lección que Dios
quiere enseñarles y volver a él con oración humilde, penitente que reconoce que
no tenemos ningún derecho a esperar nada bueno de él, pero que él aun así se
agrada cuando nosotros llegamos a él con nuestras peticiones.
Cuando consideramos la manera en
la cual Dios trató con los Hijos de Israel, tal vez nos preguntamos si nosotros
necesitamos una lección así en nuestros días. Supongo que la mayoría nos hemos
hecho conscientes del hecho de que la última parte del siglo veinte no será tan
fácil para nosotros como lo ha sido el pasado. ¿Realmente tendremos que esperar
hasta que no haya suficiente petróleo y gas para calentar nuestras casas o
manejar los tractores de nuestras granjas antes de aprender que tenemos a un
Dios que quiere que volvamos a él en nuestras tribulaciones? ¿Será necesario
que 150,000,000 de norteamericanos mueran en un ataque nuclear antes que los
sobrevivientes aprendan a volver a Dios con todo su corazón porque ya no hay a
dónde más acudir por auxilio?
Sabemos que tenemos a un Dios que
quiere que oremos. Nos ha mandado hacer eso en muchas partes de la Biblia. Y los
problemas que experimentamos en este mundo y los peligros que vemos ante
nosotros deben crear en nuestros corazones un deseo de orar. Cuando ese deseo
echa raíz en nuestros corazones, nunca tenemos que preguntarnos si Dios tiene
tiempo para nosotros, porque podemos acudir a él con confianza, sabiendo que él
quiere que vayamos a él con nuestras peticiones.
Porque Dios quiere ayudarnos
Podemos orar con confianza, no
solamente porque tenemos a un Dios que quiere que oremos, sino también porque
tenemos a un Dios que quiere ayudarnos. El promete escuchar nuestras oraciones
y ayudarnos. Ha dicho a los Hijos de Israel a través del profeta Jeremías:
“Entonces me invocaréis. Vendréis y oraréis a mí, y yo os escucharé.”
Una de las cosas que los Hijos de
Israel deseaban ardientemente durante esos setenta años fue volver a Jerusalén.
Ese deseo se expresa en el Salmo 137, que fue escrito durante esos años del
cautiverio babilonio. Allí el salmista escribió: “ Junto a los ríos de
Babilonia nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión” (Sal. 137:1).
También dijo: “ Si me olvido de ti, oh Jerusalén, que mi mano derecha olvide su
destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si no me acuerdo de ti, si no
ensalzo a Jerusalén como principal motivo de mi alegría.” (Sal. 137:5, 6).
En nuestro texto Dios dio a los
judíos en Babilonia la promesa: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis con todo vuestro corazón. Me dejaré hallar de vosotros, dice Jehovah,
y os restauraré de vuestra cautividad. Os reuniré de todas las naciones y de
todos los lugares a donde os he expulsado, dice Jehovah. Y os haré volver al
lugar de donde hice que os llevaran cautivos.”
Dios cumplió esa promesa. Setenta
años después de que los primeros exiliados fueron llevados a Babilonia, los
judíos comenzaron a volver a Jerusalén, y setenta años después de la
destrucción del templo, fue reconstruido y rededicado al culto al Dios
verdadero. Sabemos que durante esos setenta años había personas que oraban
fervientemente por la ayuda del Señor. Uno de los primeros cautivos llevados a
Babilonia fue el profeta Daniel. Fue un hombre tan dedicado a la oración que
fue echado en la fosa de los leones porque rehusaba dejar de orar a su Dios.
A muchos de los judíos piadosos a
veces ha de haberles parecido durante esos setenta años que sus oraciones no
eran escuchadas. En tiempos como esos debemos recordar que la fe es la
evidencia de lo que no se ve. Cuando no vemos el cumplimiento de nuestras
oraciones, ése precisamente es el tiempo para la confianza y la fe. Porque nuestra
fe no debe depender de lo que hemos experimentado o lo que hemos visto. Debe
descansar solamente sobre las promesas de Dios. Lutero dice que no debemos
creer que Dios contesta nuestras oraciones porque podemos señalar instancias en
las cuales las oraciones fueron oídas, sino debemos creerlo porque tenemos la
promesa de Dios.
Y debemos creerlo especialmente
porque sabemos qué clase de Dios tenemos, porque sabemos que tenemos a un Dios
que nos ama y que quiere ayudarnos. Esta es la manera en la cual se describe en
nuestro texto cuando dice: “Yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice
Jehovah, planes de bienestar y no de mal, para daros porvenir y esperanza.” Con
sus pecados los Hijos de Israel habían merecido algo mucho peor que el
cautiverio babilonio. Pero Dios les envió ese castigo menor para que se
arrepintieran y volvieran a él para el perdón. Quería que el resultado final de
sus vidas fuera la salvación eterna en el cielo.
Sabemos que éste es el porvenir
que él quiere que nosotros tengamos también. Con este motivos él tuvo la
voluntad de enviar a su propio Hijo para morir en la cruz para ganar para
nosotros el perdón de todos nuestros pecados sufriendo nuestro castigo por
nosotros. Un Dios que llegaría a tal extremo para ayudarnos encontrar la vida
eterna con él en el cielo es sin lugar a dudas un Dios que quiere ayudarnos.
Como dice San Pablo: “El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con él todas las
cosas? (Rom. 8:32)
¡Qué privilegio es acudir en
oración a un Dios que es así! Seguramente debemos orar con confianza cuando
vamos a un Dios que también dice a nosotros así como dijo a los Hijos de
Israel: “Yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice Jehovah, planes de
bienestar y no de mal, para daros porvenir y esperanza.” El quiere que oremos,
y quiere ayudar. ¿Qué más necesitamos para animarnos a llevar una vida de
oración con confianza? Amén.
Sermón
de Siegbert Becker