12 Así que, el que piensa estar firme, mire que
no caiga. (1 Corintios 10:12)
27 Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen. 28 Yo les doy vida eterna, y
no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:27-28)
Este es el
domingo del Buen Pastor, y seguramente este retrato del Salvador como el Buen
Pastor es uno que debe significar mucho para todos nosotros. Y de todas las
promesas que el Salvador nos da como nuestro Buen Pastor, seguramente la
promesa que encontramos en la segunda mitad de nuestro texto es una de las más
impresionantes.
• En estas palabras nos da la promesa
• que los que somos sus ovejas nunca
pereceremos, y
• que nadie jamás podrá arrebatarnos de
su mano.
Sabemos que
debemos creer todas las promesas que el Señor nos da, y que si creemos esta
promesa,
• entonces debemos estar seguros
• de que nunca pereceremos,
• que nunca caeremos,
• que no nos perderemos.
Si éste fuera el
único pasaje en la Biblia que trata de este asunto, seguramente diríamos que
aquellas iglesias tienen la razón que dicen que una vez que el hombre es un
cristiano, nunca puede caerse de la fe. ¿Pero entonces qué haremos con la
primera parte de nuestro texto, que dice: “El que piensa estar firme, mire que
no caiga”? Otra vez, si éste fuera el único pasaje en la Biblia que trata del
asunto, seguramente estaríamos obligados a decir que aquellas iglesias tienen
la razón que dicen que nadie puede estar seguro de llegar al cielo.
Todo esto hace
surgir una pregunta que debe ser personalmente importante para cada uno de
nosotros. Sabemos que si vamos a salvarnos, tenemos que quedarnos fieles al
Señor hasta el final de nuestras vidas. El Salvador mismo dijo a sus
discípulos: “Pero el que persevere hasta el fin será salvo.” (Mat. 24:13). Por
otro lado, en el Antiguo Testamento, Dios dijo a Ezequiel: “Y si algún justo se
aparta de su justicia y hace maldad...
morirá por su pecado. Sus obras de justicia que había hecho no le serán
tomadas en cuenta.” (Ezequiel 3:20). Todos esperamos que esto no suceda con
nosotros, y en la Tercera Petición oramos, como dice Lutero, que nos fortalezca
y nos mantenga firmes en su Palabra y en la fe hasta el fin de nuestros días.
¿Podemos estar seguros de esto — que
esta esperanza se cumple, y que esta oración se contesta?
Esta es la
pregunta que consideraremos esta mañana de base de estos dos pasajes. Qué nos
guíe el Espíritu Santo en nuestra meditación.
El peligro de caernos
Al mirar todos
los grandes peligros que nos confrontan en estos días cuando iglesias enteras
parecen alejarse de la fe cristiana, supongo que hay muchos de nosotros que de
vez en cuando nos hemos preocupado con este peligro de perder la fe. Y es algo
que debe preocuparnos, porque es un verdadero peligro. Puede suceder que los
que han llegado a la fe caigan en gran pecado y en la incredulidad de la cual
tal vez nunca vuelvan a levantarse. En la parábola del sembrador el Salvador
habló de la semilla que cayó sobre la roca y germinó y creció pero se secó
cuando el tiempo se tornó caliente y seco. Esta semilla, dijo, representaba a
los que reciben la Palabra de Dios con gozo pero no están bien enraizados en la
fe, gente que cree por un tiempo y en un tiempo de tentación se aparta.
Al pensar en
este peligro recordamos a un hombre como David, quien es descrito en la Biblia
como un hombre según el mismo corazón de Dios, un hombre que escribió muchos de
los Salmos. Recordamos cómo cayó en adulterio y asesinato. Se nos dice que
David más tarde se arrepintió de este pecado y fue perdonado. Pensamos en su
hijo, Salomón, que construyó el templo del Señor en Jerusalén, pero que, en los
últimos años de su vida, comenzó a adorar a los dioses falsos de sus esposas paganas
y hasta construyó para ellos lugares de culto. Si viviera hoy, sería un líder
del movimiento ecuménico, y no se nos dice que se arrepintió de estos pecados.
Cuando Salomón
dedicó el templo, oró: “Si pecan contra ti..., y te enojas contra ellos ... si ellos vuelven en sí ... y se vuelven y te
suplican ... se vuelven a ti con todo su corazón y con toda su alma,
...entonces escucha en los cielos, ...
Perdona a tu pueblo.” (1 Reyes 8:46-50). Esperamos que el hombre que oró
esa oración tan maravillosa haya visto el cumplimiento de ella en su propia
vida, sin embargo no sabemos con seguridad. Pensamos también de hombres como
Demas, de quien Pablo dijo: “Demas me ha desamparado, habiendo amado el mundo
presente.” (2 Tim. 4:10). Pensamos de hombres como Himeneo y Alejandro, de
quienes Pablo dijo que hicieron un naufragio de su fe. O pensamos de personas a
quienes conocemos quienes en un tiempo eran cristianos fieles pero que se han
alejado.
Pensamos de
todas estas personas, y sabemos que esta advertencia es apropiada: “El que
piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12). Aun un hombre como San
Pablo estaba muy consciente de este peligro, como vemos cuando leemos sus
palabras: “No sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser
descalificado” (1 Cor. 9:27). Luego nos miramos a nosotros mismos, y sabemos
que tenemos buena razón para cantar: Ando en peligro por todo el camino, del
pensamiento nunca estaré libre, que Satanás, que ha notado su presa, hace
planes para engañarme. Este enemigo con trampas ocultas puede sorprenderme si
me descuido en vigilar y orar. Ando en peligro por todo el camino.
No hay lugar para la confianza en uno
mismo
Leemos estas
advertencias de la Escritura, y sabemos que no queda lugar para la confianza en
nosotros mismos. Sabemos que el diablo constantemente está conspirando para
robarnos nuestra fe. Alrededor de nosotros tenemos el mundo y todas sus
atracciones que tienden a alejarnos de nuestro Salvador y hacernos olvidar
aquellas cosas que son más importantes. Añade a esto la debilidad que vemos en
nosotros mismos, y tenemos que reconocer que si este asunto de permanecer en la
fe hasta el fin dependiera de nosotros, habría poca esperanza. De hecho, no
habría ninguna esperanza. Sabemos muy bien que nuestros corazones pecaminosos
encuentran las tentaciones del diablo y las atracciones del mundo muy
deseables. Con nuestra propia fortaleza jamás podríamos defendernos contra
ellas.
Y es
precisamente esto que el Señor quiere enseñarnos cuando dice: “El que piensa estar
firme, mire que no caiga.” Hay peligro particular en no saber que cierta cosa
es peligrosa. A veces leemos de un niño que cogió una víbora venenosa — con la
intención de jugar con ella — y así se puso en peligro porque no sabía que esa
víbora era peligrosa. Así los cristianos a veces juegan con la víbora del
pecado porque olvidan lo peligroso que es. Se hacen descuidados e indiferentes
en el asunto de la salvación de sus almas, confiando demasiado en su propia
fortaleza. Cuando se les advierte en contra de lo que están haciendo se enojan,
o dicen: “No te preocupes de mí, yo sé cuidarme.”
Me pregunto
cuántos de ustedes los jóvenes no han dicho precisamente esto a sus padres
cuando ellos les han advertido y expresado preocupación por lo que hacían y a
dónde iban. Cuando comenzamos a hablar como Pedro: “Aunque todos se
escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré” (Mat. 26.33), tenemos que
recordar las palabras de nuestro texto: “El que piensa estar firme, mire que no
caiga.”
Y así, al ver
nuestra debilidad y el gran poder de los enemigos que buscan robarnos nuestra
fe, tenemos que sentir que jamás podremos terminar nuestra vida en triunfo y
victoria. Pero es precisamente este conocimiento de nuestra debilidad que debe
hacernos conscientes de cuánta necesidad tenemos de la fortaleza del Señor. Es
precisamente este conocimiento del gran peligro que nos confronta que debe
impulsarnos a los brazos de Jesús quien dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las
conozco, y me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las
arrebatará de mi mano.”
Su promesa nos
asegura que permaneceremos fieles hasta el fin.
Y en esta
promesa encontramos la seguridad de que permaneceremos fieles hasta el final y
así recibiremos la corona de la vida, porque sabemos que
• Aunque nosotros somos débiles
ä sin embargo él es fuerte.
• Aunque nuestros enemigos son potentes
ä Sin embargo, él es todopoderoso, y
• Aunque nuestro adherirnos a él es
frecuentemente muy débil
ä sin embargo su mantener a nosotros nunca
será quebrantado, y nadie nos podrá arrebatar de su mano.
• Por tanto, cuando miramos a Jesús
• quien nos amó
• quien derramó su sangre por nosotros
• quien murió la muerte de un criminal
para pagar por nuestros pecados y
• quien resucitó triunfalmente en el
tercer día
ä Podemos estar seguros de que nunca
pereceremos.
Pero esta
seguridad nunca debe basarse en algo que vemos en nosotros. Tiene que descansar
entera y completamente en las promesas de Dios y el poder de Dios. Para hallar
esta seguridad tenemos que escuchar constantemente las palabras de Jesús, quien
dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.”
Cuando
escuchamos esa palabra, oímos repetida constantemente la promesa de que él nos
fortalecerá y nos preservará firmes en su palabra y la fe hasta el fin de
nuestros días. San Pablo escribió a los cristianos de Asia Menor: “Sois
guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación.” (1 Ped.
1:5). San Pablo escribió a los filipenses: “El que en vosotros comenzó la buena
obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.” (Fil. 1:6). Y a los
corintios escribió: “El os confirmará hasta el fin, para que seáis
irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Cor. 1:8).
Debemos creer
estas promesas de Dios. Sería un pecado no creerlas. El mismo apóstol que dijo:
“No sea que... yo mismo venga a ser descalificado” (1 Cor. 9:27), que sabía que
estaba en peligro de caerse, sin embargo estaba seguro de que no se perdería,
porque también escribió: “Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ...
ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en
Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Rom. 8:38, 39). Nosotros tenemos las mismas
promesas de Dios que él tenía, por tanto nosotros también — aunque conocemos los peligros que
confrontamos — podemos cantar: Ando con Jesús en todo el camino, Su guía nunca
falla; En sus heridas encuentro paz cuando el poder de Satanás ataca; Y por su
camino guiado, mi camino piso con firmeza. A pesar de males que amenacen Ando
con Jesús por todo el camino.
Mientras estos
dos pasajes, que forman nuestros texto, parecen contradecirse, ya que uno nos
advierte acerca de caernos y el otro nos promete que nunca pereceremos, sin
embargo vemos que necesitamos los dos. Cuando comenzamos a confiar en nosotros
mismos y pensar que no es tan importante que oigamos regularmente la palabra de
Dios y utilicemos con frecuencia el Sacramento y estemos cuidadosos en nuestra
vida cristiana, entonces necesitamos esta palabra de advertencia: “El que
piensa estar firme, mire que no caiga.” Pero
• Cuando hemos aprendido a desesperarnos
de nuestra propia fortaleza
• cuando estamos asustados y reconocemos
que necesitamos la ayuda del Salvador,
ä entonces él viene a nosotros con la
garantía: “No temas. Nadie te puede arrebatar de mi mano.”
No puedo pensar
de una mejor manera de cerrar este sermón que con las palabras con las cuales
San Judas cerró su Epístola, “a aquel
que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros irreprensibles
delante de su gloria con grande alegría; al único Dios, nuestro Salvador por
medio de Jesucristo nuestro Señor, sea la gloria, la majestad, el dominio y la
autoridad desde antes de todos los siglos, ahora y por todos los siglos. Amén. (Judas 24, 25). Amén.
Sermón de Siegbert Becker