¿América
Latina menos desigual?
No es sorpresa leer, de
nuevo, que la primera década del siglo XXI significó para América Latina el
logro de un menor nivel de desigualdad en ingresos. Para el conjunto de los 17
países con información comparable, el promedio ponderado del coeficiente de
Gini pasó de 0.549 al final de los años noventa a 0.498 en 2010/11. El descenso
ocurrió en 14 de estos países a una tasa promedio anual de -0.9 por ciento, en
contraste con las tasas observadas en China, India, o Estados Unidos donde la
desigualdad aumentó, respectivamente, en 2.1, 0.8, y 0.4 por ciento anual.
El descenso de la
desigualdad regional ha sido una constante en los discursos e investigaciones
relacionadas durante los últimos cuatro años. Quizá por ello no es sorpresa.
Sin embargo, poco se había hecho por resaltar los factores que subyacen a este
logro. En el reciente estudio, Deconstructing the Decline in Inequality in
Latin America, recogemos la evidencia empírica disponible hasta ahora para
ofrecer una narrativa que nos ayude a entender tal descenso.
¿Fue el crecimiento económico el responsable de una menor desigualdad? ¿Lo fue la orientación política de los gobiernos en la región?
La respuesta en ambos casos es no. La desigualdad disminuyó tanto en economías con alto crecimiento —Chile, Panamá y Perú—, como en aquellas con una expansión de moderada a baja —Brasil y México—; y disminuyó tanto en países gobernados por la izquierda —Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Venezuela—, como en aquellos con regímenes de centro-derecha —México y Perú—.
¿Fue el crecimiento económico el responsable de una menor desigualdad? ¿Lo fue la orientación política de los gobiernos en la región?
La respuesta en ambos casos es no. La desigualdad disminuyó tanto en economías con alto crecimiento —Chile, Panamá y Perú—, como en aquellas con una expansión de moderada a baja —Brasil y México—; y disminuyó tanto en países gobernados por la izquierda —Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Venezuela—, como en aquellos con regímenes de centro-derecha —México y Perú—.
¿Y entonces qué
ocurrió? La evidencia apunta a una mejor distribución tanto de las
transferencias como de los ingresos provenientes del trabajo. En el primer
caso, por ejemplo, cerca de una quinta parte del descenso de la desigualdad
total fue responsabilidad de las transferencias públicas, destacando los casos
de ‘Bolsa Família’, en Brasil y ‘Oportunidades’, en México —las transferencias
privadas o remesas tuvieron también un efecto igualador, en especial en El
Salvador y México—. En el segundo caso, casi la mitad del descenso de la
desigualdad total se puede atribuir a cambios en los salarios por hora; en
particular, a un crecimiento salarial entre trabajadores ubicados en la parte
baja de la distribución.
Si bien el efecto
redistributivo de las transferencias puede explicarse por el aumento de montos
y cobertura de las mismas, ¿qué motivó la mejor distribución de los salarios
por hora? La respuesta parece encontrarse en la evolución de los retornos
educativos. Durante 2000-2010/11, en la mayoría de los 14 países donde la
desigualdad descendió, los retornos a la educación primaria completa,
secundaria y terciaria, en comparación con educación primaria incompleta o
ningún tipo de instrucción formal, disminuyeron.
¿Y qué motivó tal
disminución en los retornos?
Aquí la narrativa puede
tomar, al menos, dos caminos. Primero, el grueso de la evidencia sugiere que
esa disminución se debió a un aumento en la oferta relativa de trabajadores con
educación secundaria y terciaria, resultado de la expansión del gasto público y
cobertura en educación básica que tuvo lugar en décadas pasadas. Segundo,
evidencia menos concluyente apunta a que la disminución de los retornos provino
por el lado de la demanda. En particular, sugiere que el entorno comercial
internacional incentivó una redistribución laboral desde manufacturas hacia
sectores menos intensivos en mano de obra calificada, en especial servicios.
Asumo que el primer
camino es concluyente. En tal caso, ¿es posible continuar reduciendo la
desigualdad en ingresos?
Quizá el cierre de
brechas de cantidad ya no sea la respuesta en el mediano plazo, como sí lo sea
el cierre de brechas de calidad. Si los individuos de la parte inferior de la
distribución no acceden a una buena educación terciaria porque sus niveles
básico y secundario son de baja calidad, o en caso de acceder lo hacen en
opciones de educación superior de baja calidad, es probable que el descenso de
la desigualdad que experimentó América Latina en la década anterior sea solo un
recuerdo en los próximos años.
No podemos seguir
dependiendo de las fuerzas del mercado si no le damos a éste los insumos
necesarios. Tampoco podemos seguir dependiendo del milagro de las
transferencias públicas progresivas. Los estudios del Compromiso por la Equidad
han mostrado que buena parte del gasto social tiene efectos nulos o regresivos,
evidenciando un espacio central para la reforma. Mejorar el impacto
distributivo del gasto e invertir en calidad educativa, sin duda contribuirán a
que el descenso de la desigualdad regional siga siendo una constante en los
discursos e investigaciones de los próximos años.
Nota: Si bien el cambio neto en Uruguay
durante 2000-2011 es un aumento de la desigualdad, ésta ha mostrado un descenso
sostenido desde 2007. Los 17 países de la región concentran el 87% de la
población regional.