Los alumnos que copian gritan: ¡Quiero Libertad!
"Somos Maestros"
ediciones SM marzo 2009, Portal Educativo de las Américas (OEA), Diario de
América 11 03 2009, 30 Mar 2009
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Publicado el 10 02 2009
Los estudiantes copian porque se puede aprobar copiando. Copian porque así
aparentan que entendieron un tema que no estuvo a su alcance. Copian por
inseguridad para decir lo que piensan sin sentirse avergonzados o burlados por
equivocarse o por no coincidir con lo que piensa el profesor. Copian porque se
sienten aburridos, desperdiciados y estafados cuando no se les exige pensar y
se les deja tareas irrelevantes y abrumadoras. Copian porque tienen flojera o
desmotivación para el trabajo escolar. Copian porque si no hay un vínculo de
aprecio entre profesores y alumnos no les molesta exponer su imagen de
seriedad. Copian porque temen no ser lo suficientemente hábiles o por las
consecuencias (humillación, castigos) que pueden traer los malos resultados.
Copian si perciben que la meta última de sus estudios es obtener buenas notas y
que serán comparados o rankeados en función de sus resultados. En suma, copiar
es una forma sencilla de salir del paso de una exigencia escolar dolorosa ó
desvalorizadora para los estudiantes. Sin embargo, las autoridades suelen
calificar esta copia como delictiva o inmoral.
Así como cometer un foul en un partido de fútbol es una transgresión
sancionada pero no inmoral, copiar en un examen o trabajo es una transgresión
sancionable (por las reglas de juego vigentes) pero discutiblemente inmoral,
como algunos suelen aducir.
Más inmoral podría considerarse al profesor que se cree Dios y que su santa
verdad debe ser grabada en la mente de los estudiantes cual doctrina infalible
e incuestionable. La pedagogía moderna no admite esta sistemática agresión a la
mente humana que deviene de obligar a los niños a convertir su cerebro en un
inútil disco duro que almacena información, sin que se le provea del software
para sacarle provecho.
Alfie Kohn, en “Who’s Cheating Whom?” (Phi Delta Kappan, octubre 2007) sostiene que más allá de culpabilizar a
los alumnos por copiar o plagiar, sería bueno preguntarse por qué tantos
alumnos hacen cosas que se supone que no deben hacer, y qué nos dice eso sobre
la pedagogía escolar. A veces prestamos tanta atención a las características de
personalidad y conductas individuales, que perdemos de vista cómo el contexto
social afecta lo que hacemos y lo que somos. Tratamos cada transgresión o
dificultad académica como si fueran resultados de la incompetencia o de una
intención perversa de los alumnos, sin prestar atención al contexto en el que
estas actitudes ocurren. Así, se culpa al alumno que copia, sin considerar que
lo que está haciendo es reaccionar a una presión intelectualmente abusiva a la
que es sometido.
En suma, diría que los estudiantes no copian porque sean malos. El hábito
de copiar puede entenderse mejor como un síntoma de lo que anda mal en las
prioridades y enfoques pedagógicos de la escuela, más que como una mera
conducta premeditada censurable de los alumnos.
La reflexión que tenemos que hacer es la siguiente. Si copiar es una
infracción a las reglas de juego de la actividad escolar normada por las
autoridades pedagógicas, ¿cómo calificar éticamente a las autoridades y
profesores que con sus actitudes, metodologías y exigencias inducen a los
alumnos a copiar? ¿No es inmoral inducir a otros, especialmente si son menores,
a cometer infracciones? Si no queremos que los alumnos copien, no les
propongamos situaciones que los tienten a copiar para sobreponerse al
aburrimiento, la sobre exigencia, memorización, dolor, competencia o la
obsesión por competir y sacar buenas notas como meta del aprendizaje. Si no
estamos a la altura de los alumnos de estos tiempos, capacitémonos o busquemos
otro oficio, pero no descarguemos las culpas sobre las víctimas.
León Trahtemberg
Editor Invitado
Educador