Por tanto bebitos y adultos, hombres
y mujeres, tú y yo, María y todo santo
famoso, aun el Papa, todos son pecaminosos por naturaleza. (Luc. 1:48, Rom.
7:15-24a) Toda la gente de todos los
tiempos son pecadores desde el nacimiento. Aunque el pecado original es
suficiente razón para ser sentenciado por Dios al castigo eterno, también
produce pecados actuales como malos pensamientos, palabras y obras en nuestras
vidas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la
verdad no está en nosotros.” (1 Juan 1:8)
Todas las personas son personas bajo la ira de Dios (Efe. 2:3) La
justicia, la santidad y la verdad de Dios no pueden permitirlo pasar por alto
los pecados de la humanidad o tratarlos como si no hubieran pecado.” (Rev.
Erwin Ekhoff, Lutheran Synod Quarterly. Marzo 1995, Vol. 35, No. 1, p. 38) La
barrera entre la humanidad y Dios no se puede quitar sin limpiar de todo
pecado. El hombre contaminado con el pecado no puede entrar en el reino del
cielo, y tendría que ser castigado en el infierno para siempre. Pero “ningún hombre es justificado por las
obras de la ley.” (Gál. 2:16; 3:11) Por tanto Dios ha mostrado a la
humanidad su justicia. Viene sin la ley pero solamente creyendo en Jesucristo. (Rom. 3:21,22) Todos tienen que
recibir esta justicia para ser salvos. Todos son objetos de la
justificación de Dios. Dios, por medio de Pablo, claramente dice: “quiere que
todos los hombres sean salvos.” (1 Tim. 2:4; Rom. 5:18,19).