¿CON QUÉ PROPÓSITO DIOS HIZO QUE SE
ESCRIBIERA SU PALABRA?
También la Biblia misma nos da clara
información en cuanto a esto
2 Tim.
3:15. Este versículo indica su propósito: La Escritura debe enseñar, instruir,
y hacernos sabios. Y nos enseña no tanto las cosas temporales, las cuales
también podemos aprender por nuestra razón, sino las que sólo Dios puede
decirnos y revelar. Instruye “para la salvación”. Nos enseña cómo podemos ser
salvos. En este mundo no hay nada más importante que podamos aprender. La
Escritura claramente nos indica el camino por el cual seremos salvos: “por la
fe en Jesucristo”. Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, quien nos salva por
su gracia, es el verdadero centro, corazón y estrella de toda la Sagrada
Escritura.
El
apóstol dice que las Escrituras pueden instruirnos para la salvación. Son
adecuadas para alcanzar este propósito. Las Sagradas Escrituras pueden
instruir. Contienen todo lo necesario para ello, de modo que no necesitamos
nada más, ninguna nueva revelación, ninguna doctrina o clave de la razón,
ninguna tradición oral. La Escritura es perfectamente adecuada para su
propósito. — Si la Escritura debe instruirnos, también tiene que estar clara,
de modo que cualquiera pueda entenderla. Y así es. Se llama una “luz”. (2 Ped.
1:19; Sal. 119:105). No es necesario hacer brillar una luz, porque es en sí
brillante, e ilumina otros objetos. Así la Escritura es en sí misma clara e
inteligible. No se necesita ningún intérprete especial (contra el error
papista). Cada cristiano puede entenderla por medio de la misma Escritura, en
la medida en que sea necesario para la salvación. — Y finalmente, la palabra de
Dios es viva y eficaz. (Heb. 4:12). La Escritura obra en nosotros lo que nos
enseña. Juan 5:39. Por medio de ella tenemos la vida eterna. (Rom. 1:16). Da
testimonio de Cristo. Por medio de este testimonio, obra en nosotros los
humanos la verdadera fe y nos conserva en ella y nos salva.
Pero
si la Sagrada Escritura debe alcanzar este propósito, tenemos también que
usarla con diligencia y fidelidad. (Juan 5:39). Debemos escudriñarla, es decir,
investigarla con celo, leerla repetidamente. (Luc. 11:28). Debemos oír la
palabra de Dios y guardarla con fe; entonces nos salvará. De hecho, debemos
aprender y conocerla desde la niñez. 2 Tim. 3:15-17. Si usamos así las Sagradas
Escrituras, serán útiles para enseñarnos, para redargüirnos, etc. Entonces el
cristiano estará completamente preparado para toda buena obra.
Para
usar correctamente la Biblia, debemos entender una distinción básica en el
mensaje bíblico, la distinción entre ley y evangelio. Preguntas 6,7,8. Esta
distinción se menciona en la Biblia misma, por ejemplo en Juan 1:17: “Pues la
ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio
de Jesucristo”. En otros pasajes se habla de la misma distinción, pero con
otros términos, como “letra” y “espíritu”, 2 Corintios 3:6. En la ley, Dios
exige algo de nosotros, nos dice cómo debemos actuar y ser, y condena nuestro
pecado. Se encuentra un resumen de la ley en Marcos 12:30,31: “Y amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. ... Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Sin embargo,
nadie hemos cumplido esa ley. Como resultado, la función principal de la ley es
mostrarnos nuestro pecado y nuestra condición de ser condenados por él, Romanos
3:20.
El
evangelio, por otro lado, es las buenas nuevas de nuestra salvación en
Jesucristo. Nos habla del amor de Dios hacia el mundo perdido, de modo que
envió a su Hijo para que todo el que crea en él tenga vida eterna en vez del
castigo del infierno, Juan 3:16. Este mensaje nos anuncia que Cristo mismo
llevó una vida perfecta en nuestro lugar, y luego sufrió por nosotros el
castigo que hemos merecido por quebrantar la ley divina. El resultado es que el
Dios santo nos considera justos y santos (2 Corintios 5:21). Este mensaje tiene
el poder de producir la fe y la salvación. Romanos 1:16. Por medio de la fe,
que produce el evangelio, también recibimos poder para comenzar realmente a
agradar a Dios con verdaderas buenas obras. Colosenses 1:5,6.