EN EL PRIMER MANDAMIENTO - TEMA 03
El Señor
nos exige aún más en este primero y principal de los mandamientos. Quiere que
nuestros corazones se inclinen hacia él de modo que lo amemos a Él sobre todas
las cosas.
1. Un
niño recibe de sus padres toda clase de beneficios. Sus padres son para él una
gran bendición. El niño ama a sus padres como a sus benefactores, como una gran
bendición. Dios también es benéfico. Todo bien procede de él. Dios es un bien
mucho más grande aun que nuestros padres. Todo lo que tenemos de nuestros
padres finalmente proviene de Dios. Y él nos da además una abundancia de los
más ricos dones y beneficios para cuerpo y alma. En consecuencia, debemos a
Dios mucho más amor que a nuestros padres. — Todo bien terrenal es perecedero y
se deshace. Sólo Dios permanece. Hasta nuestros padres nos dejan, pero Dios
nunca nos abandona. Él es el sumo bien. Por tanto, debemos amarle a él más que
a cualquier otra cosa. Así considera el salmista a su Dios. Sal. 73:25,26.
Aprecia a Dios más que al cielo y a la tierra, que al cuerpo y a la vida. Está
listo a dejar todo, con que todavía le quede Dios. Él es su sumo bien. Amamos a
Dios sobre todas las cosas cuando lo tenemos por nuestro sumo bien, cuando
estamos listos a dejar todo por él. No obstante, hay más.
2. El
salmista dice que Dios es la roca o consuelo de su corazón y su porción. Su
corazón se apega a Dios. Y Dios sigue siendo la porción de su corazón cuando
cielo y tierra se destruyan, cuando carne y alma desfallezcan. Su corazón no se
fija en el cielo y la tierra con sus bienes, sino sólo en Dios. Con todo su
corazón se adhiere a él. Éste es el amor que Dios nos exige, que nos adhiramos
de todo corazón a Dios. Amarlo con todo el corazón significa, como Cristo mismo
lo explica, amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu
mente” (Mat. 22:37). Debemos dar todo nuestro corazón a Dios. Es cierto que
debemos amar al prójimo, pero no por sí mismo, sino por causa del Señor y su
voluntad, pero no como a Dios, ni mucho menos más que a él, Mat. 10:37. Amamos
a Dios sobre todas las cosas cuando lo consideramos nuestro sumo bien y nos
adherimos a él con todo el corazón.
3. Sin
embargo, el amor a Dios no es sólo un sentimiento que tenemos en el corazón. El
verdadero amor tiene que demostrarse y probarse en toda nuestra vida. El niño
que ama a sus padres hace lo que ellos le dicen, y lo hace voluntaria y
gustosamente. Con eso da prueba de su amor. Nuestro amor hacia Dios debe
demostrarse en que guardemos sus mandamientos, y no por obligación y con
renuencia, sino con gusto y gozo. (1 Juan 5:3). Tenemos un hermoso ejemplo de
tal amor en Abraham, Gen. 22. Él de buena voluntad obedeció el mandato de Dios,
aunque le fue muy difícil hacerlo. Dio a su hijo, lo más precioso que tenía en
la tierra, por amor a Dios.