viernes, 20 de marzo de 2015

EN EL PRIMER MANDAMIENTO - TEMA 03 : Amemos a Él sobre todas las cosas.




EN EL PRIMER MANDAMIENTO -  TEMA 03
El Señor nos exige aún más en este primero y principal de los mandamientos. Quiere que nuestros corazones se inclinen hacia él de modo que lo amemos a Él sobre todas las cosas.

1.    Un niño recibe de sus padres toda clase de beneficios. Sus padres son para él una gran bendición. El niño ama a sus padres como a sus benefactores, como una gran bendición. Dios también es benéfico. Todo bien procede de él. Dios es un bien mucho más grande aun que nuestros padres. Todo lo que tenemos de nuestros padres finalmente proviene de Dios. Y él nos da además una abundancia de los más ricos dones y beneficios para cuerpo y alma. En consecuencia, debemos a Dios mucho más amor que a nuestros padres. — Todo bien terrenal es perecedero y se deshace. Sólo Dios permanece. Hasta nuestros padres nos dejan, pero Dios nunca nos abandona. Él es el sumo bien. Por tanto, debemos amarle a él más que a cualquier otra cosa. Así considera el salmista a su Dios. Sal. 73:25,26. Aprecia a Dios más que al cielo y a la tierra, que al cuerpo y a la vida. Está listo a dejar todo, con que todavía le quede Dios. Él es su sumo bien. Amamos a Dios sobre todas las cosas cuando lo tenemos por nuestro sumo bien, cuando estamos listos a dejar todo por él. No obstante, hay más.

2.    El salmista dice que Dios es la roca o consuelo de su corazón y su porción. Su corazón se apega a Dios. Y Dios sigue siendo la porción de su corazón cuando cielo y tierra se destruyan, cuando carne y alma desfallezcan. Su corazón no se fija en el cielo y la tierra con sus bienes, sino sólo en Dios. Con todo su corazón se adhiere a él. Éste es el amor que Dios nos exige, que nos adhiramos de todo corazón a Dios. Amarlo con todo el corazón significa, como Cristo mismo lo explica, amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat. 22:37). Debemos dar todo nuestro corazón a Dios. Es cierto que debemos amar al prójimo, pero no por sí mismo, sino por causa del Señor y su voluntad, pero no como a Dios, ni mucho menos más que a él, Mat. 10:37. Amamos a Dios sobre todas las cosas cuando lo consideramos nuestro sumo bien y nos adherimos a él con todo el corazón.


3.    Sin embargo, el amor a Dios no es sólo un sentimiento que tenemos en el corazón. El verdadero amor tiene que demostrarse y probarse en toda nuestra vida. El niño que ama a sus padres hace lo que ellos le dicen, y lo hace voluntaria y gustosamente. Con eso da prueba de su amor. Nuestro amor hacia Dios debe demostrarse en que guardemos sus mandamientos, y no por obligación y con renuencia, sino con gusto y gozo. (1 Juan 5:3). Tenemos un hermoso ejemplo de tal amor en Abraham, Gen. 22. Él de buena voluntad obedeció el mandato de Dios, aunque le fue muy difícil hacerlo. Dio a su hijo, lo más precioso que tenía en la tierra, por amor a Dios.