DIOS PROHÍBE EN EL PRIMER MANDAMIENTO –
TEMA 01
“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Dios
lo dice a ti, a mí y a todas las demás personas en el Primer Mandamiento. Nos
prohíbe tener dioses ajenos delante o fuera de él. “Esto es,” dice Lutero (Cat.
May., Mandamientos, #1), “deberás considerarme a mí sólo como a tu Dios.” El
Señor es el único Dios. Él mismo dice, Is. 42:8: “Yo Jehová, este es mi
nombre.” Él es Jehová, el Señor supremo del cielo y la tierra. Fuera de él no
hay otro Señor. Y “nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha
hecho.” Sal. 115:3. Es el Dios todopoderoso, que puede apoyarnos y ayudarnos en
toda necesidad. Es el Dios verdadero. (Jer. 10:10). — Y este Dios, el Dios
verdadero y viviente, quiere que lo tengamos como nuestro Dios. En Is. 42:8 nos
dice: “Y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.” ¿Cuál es la
gloria que debemos darle sólo a él? Mat. 4:10. Quiere que lo glorifiquemos a él
sólo como nuestro Dios, adorándolo sólo a él, confiando en él como el que nos
da todo bien, que quiere y puede ayudarnos en toda necesidad. (“Dios es aquél
de quien debemos esperar todos los bienes, y en quien debemos tener amparo en
todas las necesidades. Por consiguiente, tener un Dios no es otra cosa que
confiarse en él y creer en él de todo corazón, como ya lo he dicho repetidas
veces. La confianza y la fe de corazón pueden hacer lo mismo a Dios que al
ídolo. Si son la fe y la confianza justas y verdaderas, entonces tu Dios
también será justo y verdadero. Por lo contrario, donde la confianza es errónea
e injusta, entonces no está el verdadero Dios ahí. La fe y Dios son
inseparables. En aquello en que tengas tu corazón, digo, en aquello en que te
confíes, eso será propiamente tu Dios.” Cat. May., Mandamientos, #2.) Dios no
quiere dar su gloria, su fama a otro. No debemos dar la gloria que pertenece a
Dios a ninguna otra persona ni cosa, de modo que lo adoremos, lo confiemos, y
esperemos apoyo y auxilio de ella en la necesidad. Hacerlo será establecer un
ídolo delante de Dios. En todo caso, esas cosas no son dioses verdaderos,
porque hay sólo un Dios verdadero; todos los otros son dioses falsos, o ídolos,
o como la Biblia los llama, “esculturas”, Isaías 42:8. El servicio que los
hombres rinden a estos ídolos se llama idolatría. El pecado que el Señor nos
prohíbe en este mandamiento es toda idolatría.
Dios
prohíbe que demos su gloria a otros dioses, a dioses falsos, y de esta manera
practicar la idolatría. Sin embargo, hay tantas personas que están hundidas en
la idolatría.
1. Pensamos
primero en los paganos que nunca han oído la palabra de Dios. Saben que existe
un dios (Rom. 1:19), pero no conocen al verdadero Dios, de modo que inventan
para sí otros dioses falsos. Muchos consideran el sol o los animales como
dioses, y los adoran. Otros hacen para sí imágenes y las adoran como sus
dioses, como hicieron los Hijos de Israel en el monte Sinaí. Ex. 32. La
Escritura nos cuenta muchos otros ejemplos de tal idolatría. (Por ejemplo 1
Sam. 5:2; 1 Reyes 18; Hechos 19:24 etc.) Esos paganos consideran que criaturas,
cosas creadas, sean sus dioses y los adoran. Ésa es la idolatría grosera,
considerar una criatura su dios y adorarla.
2. Hay
todavía otra clase de gente que practica la idolatría grosera, la Iglesia
Católica Romana. Es cierto que los católico romanos confiesan al verdadero
Dios, pero en su necesidad invocan a los santos muertos, especialmente a la
Virgen María. Así también ellos consideran a criaturas sus dioses y los adoran.
— El Señor en su palabra prohíbe con firmeza toda esta idolatría. Mat. 4:10.
(Ex. 20:4,5). Ésta es además una necedad, porque los ídolos no pueden ayudar,
son ídolos mudos y muertos. Salmo 115:3,4. (Compare también Jer. 10:1sig.;
Isaías 44:8sig.; Isa. 63:16.)
3. Hay
todavía otros que practican tal idolatría grosera. Podemos pensar en los judíos
actuales. Los judíos en un tiempo tenían al verdadero Dios. Pero han rechazado
al Mesías, el Hijo de Dios, y así han rechazado al verdadero Dios. Juan 5:23.
Ahora tienen a un dios falso. La misma situación existe con muchos de los
incrédulos en nuestros días, especialmente las logias. Éstas rechazan al Dios
trino. En sus propios pensamientos inventan otro dios y lo adoran. Ellos
también tienen a una criatura, una creación de su propia mente, como su dios.
Se tiene que decir lo mismo de las sectas que rechazan al Dios trino, tales
como los Testigos de Jehová y los Mormones.
Aparte
de esta idolatría grosera existe otra clase de idolatría. Nuestro mandamiento
dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Mucha gente confiesa al
verdadero Dios con la boca, externamente no adora a la criatura como a su dios,
pero en su corazón quita la gloria de Dios y la da a otro. En lugar de adorar
al verdadero Dios, hacen otra cosa su dios. Nuestra relación con Dios es
esencialmente asunto del corazón. Lutero dice en el Catecismo Mayor: “En
aquello en que tengas tu corazón, en aquello en que te confíes, eso será
propiamente tu Dios.” La gloria que el verdadero Dios quiere tener de nosotros
es que le temamos, amemos y confiemos en él sobre todas las cosas. El que teme
otra cosa más que a Dios, que ama y confía en ella en su corazón más que en
Dios, le quita la gloria que pertenece a Dios y comete el pecado de la
idolatría. Esta clase de idolatría no es tan evidente como la otra. Por eso se
llama idolatría sutil. Es idolatría sutil cuando uno teme, ama o confía en la
criatura más que a Dios. ¿Pero a qué se adhieren los hombres en sus corazones?
¿Qué es lo que ellos convierten en dioses falsos en sus pensamientos? La
Sagrada Escritura nos menciona muchas cosas.
1. Prov.
3:5. Muchos hombres dependen de su entendimiento, de su sabiduría y astucia.
Goliat confió en su fuerza física. (1 Sam. 17:45). Los fariseos confiaron y
dependieron de sus obras y su piedad. (Luc. 18:11,12). Hay personas que
dependen de sí mismos, de sus dones corporales, intelectuales o espirituales.
El que lo hace, roba a Dios la gloria y hace a sí mismo su dios. (Jer.
9:23,24).
2. Otros
temen a otras personas más que a Dios. Mat. 10:28. Rehúsan hacer lo que Dios
quiere porque temen el odio y el disgusto de las demás personas. O les aman más
que a Dios. Mat. 10:37. O ponen su confianza en ellos, Jer. 17:5. Esperan su
consuelo, ayuda y apoyo de personas ricas, poderosas, o de alta reputación.
Ponen carne, es decir, los hombres débiles, por brazo, esperan su ayuda de
ellos, les hacen su dios. Así sus corazones se apartan del Señor, dan la gloria
que le pertenece a él a los hombres, que no pueden salvar.
3. También
podemos cometer idolatría con otras cosas, apegando nuestros corazones a ellas,
y temiendo, amando y confiando más en ellas que en Dios. En Mateo 19:16 leemos
de un joven rico que tenía su corazón apegado a su dinero y bienes y los amaba
más que a Jesús su Dios. Hay muchos que inclinan su corazón a su dinero y
bienes y ponen su confianza en ellos. Son avaros, y un avaro es un idólatra,
que hace el dinero su dios y no tiene herencia en el reino de Dios. Ef. 5:5.
Además oímos de otro hombre rico, que vivía todos los días entre esplendor y
diversiones. Luc. 16:19. Amaba más que a todo su buena vida, los goces y
satisfacciones de esta vida. Su vientre era su dios. Fil. 3:19. Otros, por su
parte, buscaban especialmente la gloria y alabanza de los hombres. El que
inclina su corazón a los bienes, deleites y cosas, que teme, ama o confía en
ellos más que en Dios, roba a Dios su gloria, convierte las cosas en su dios, y
así comete idolatría.
4. Por
último, hay una forma especial de idolatría. El Salmo 14:1 habla de los que
dicen en su corazón: “No hay Dios.” Hasta hay personas que se atreven a afirmar
que no hay un Dios. La Biblia los llama necios. Niegan la existencia de Dios
contradiciendo su mejor conocimiento. Y el pasaje dice por qué niegan a Dios.
Se han corrompido. Viven malvada e impíamente, y para silenciar su conciencia,
niegan la existencia del Dios santo y todopoderoso, que castigaría sus obras
vergonzosas. Por eso son una abominación ante Dios junto con sus obras. Sin
embargo, también estas personas son idólatras. Niegan a Dios, pero tienen algo
a que se apegan sus corazones, ya sea a sí mismos, o a otros hombres, o los
bienes y las cosas de este mundo.
5. Éste
es el pecado de la idolatría, el cual Dios prohíbe en este mandamiento, que uno
roba a Dios la gloria que le pertenece, y de hecho adora a alguien más como a
Dios, o apega su corazón a algo más en este mundo al lado de o encima de Dios.
6. Huyamos
de este pecado. Está bien enraizado en nuestro corazón. Por naturaleza todo
nuestro corazón está alejado de Dios y siempre busca en la criatura su ayuda y
consuelo. También nosotros los cristianos estaremos tentados con frecuencia a
este pecado, y tenemos que luchar contra él. Especialmente en nuestros días ha
prevalecido la idolatría sutil, inclinar el corazón a los bienes y goces de
este mundo. Y la idolatría, también la sutil, es un pecado gravísimo, porque
ofende directamente a Dios y es la raíz de todos los demás pecados. El Señor
maldice al hombre que pone su confianza en la fuerza humana y aparta su corazón
del Señor. Jer. 17:5.